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Para mi mala suerte, a pesar del horrible dolor de cabeza y estómago, mis ojos se abren a la mañana siguiente. Aunque creía que despertar era lo peor que me podía pasar, cuando me encuentro a Venia, Octavia Y Flavius mirándome, cambio de opinión al instante.

—¡Sorpresa! —gritan los tres a la vez, haciendo que las sienes me palpiten.

La herida en mi mejilla los había mantenido alejados durante los últimos meses, pues Haymitch pospuso su visita hasta que me curara. No deberían estar aquí por al menos otras tres semanas, y, con los sucesos de ayer, lo último que quiero es someterme a la tortura de sus sesiones de belleza. Sin embargo, al pensarlo un poco más, además de no tener más opción, sus cotorreos y chillidos podrían ser exactamente lo que necesito para distraerme, por lo que me muestro encantada de verlos. Mi madre, que no sé a qué hora llegó, colgó los vestidos de novia hace semanas para que me los probase, pero, por supuesto, no pude hacerlo.

Mi madre. Mientras Venia me da la mano elegantemente para ayudarme a salir de la cama, recuerdo el desastre en el gabinete de medicinas, el cuenco en el baño y el hecho de que Prim sabe mi secreto.

Con la excusa de que debo dar los buenos días a mi familia, salgo de mi habitación como una exhalación en busca de mi hermana. Mi equipo de preparación llegó tan temprano que Prim aún no se ha ido a la escuela, y la encuentro arreglándose la camisa frente al espejo de su habitación.

Al verme, se dirige a la puerta y la cierra para que podamos hablar tranquilamente.

—Prim... —intento decirle.

—¿En qué estabas pensando? —me interrumpe, subiendo la voz ligeramente— ¡Tienes suerte de que mamá guarde las medicinas peligrosas en otro lugar, porque, de no ser así, habrías muerto!

Parte de mí quiere preguntar dónde están, pues no tenía idea de que hubiera un segundo gabinete de medicinas, pero decido que averiguarlo por mi cuenta es mucho mejor.

Por primera vez en la vida me es imposible ver a Prim a los ojos. Al percatarse de que me quedo callada, ella continúa:

—Mamá no lo sabe.

Sus palabras causan que vuelva a mirarla, esta vez con los ojos bien abiertos.

—¿No lo sabe? —pregunto, incrédula.

—No. Se quedó con los Hoig toda la noche. Estuve ayudándola hasta tarde, pero cuando dieron las nueve me envió a casa para que no estuvieras sola.

—¿Caminaste hasta casa tú sola a mitad de la noche?

—No, Plier me acompañó —Se sienta en la cama antes de continuar. Cuando me mira de nuevo, puedo ver que sus ojos están llenos de lágrimas—. Cuando entré y vi el desastre en la cocina, creí... —le es imposible continuar.

Me acerco a ella y la envuelvo en mis brazos, sintiendo en mi pecho la horrible carga que he puesto en sus hombros. Ya no es la niña asustadiza a la que Effie llamó en la cosecha hace un año, es una chica madura y fuerte que tuvo que crecer muy rápido.

—Lo siento mucho, hermana —le digo mientras acarició su mejilla empapada, a la vez que lágrimas saladas comienzan a correr por las mías—. No debí meterte en todo esto.

Ella sacude la cabeza y toma mi mano entre las suyas.

—Arreglé el gabinete de medicinas y me deshice del cuenco, así que mamá no vio nada. Tu secreto está a salvo conmigo. ¿Tienes idea de qué vas a hacer? —pregunta.

Esta vez soy yo quien niega.

—Concentrémonos en la sesión de fotos. Mañana pensaremos en algo —me dice.

Una historia diferente | En llamas y SinsajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora