Mi carta al cielo.

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"Hay cosas que no sabía que sentía
hasta que las escribí y me dolió leerlas."
Edgar Allan Poe》

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Empecé a escribir esta carta cuando había pasado tanto tiempo que revivirlo no me mataba, sentada junto a una lápida de granito en medio de un solitario cementerio.

La escribí a mano, en hojas sueltas que a veces me arrebataba el viento, día tras día sentada en el mismo lugar, y no dejé de visitar el cementerio hasta que hube terminado.

Después de escribir la última palabra, jamás volví.

¿Qué caso tenía volver?

Yo solo intentaba cerrar etapas. Era mi último intento, loco y desesperado, de soltarte. La vida sigue, siempre lo dijiste, y aunque me había tomado mucho tiempo salir de aquella pausa, ya era hora de continuar.

Vine a verte una última vez, la primera en años, y era mi mejor manera de decir adiós.

Adiós para siempre.

No significaba que te fuese a olvidar. Eso era imposible. Lo sabes, ¿verdad? Pero quería dejarte ir al fin, allá donde sea que vayan los muertos. Tú eras parte del pasado, uno muy lejano, y yo debía dejar de vivir allí.

Por mi propio bien, tenía que despedirme.

Veía personas deambular por los alrededores de aquel, aunque verde, deprimente y sepulcral lugar. Todas en silencio, sumidas en recuerdos que iban más allá de lo que yo podía imaginar, mostrando a través de sus ojos el hueco que había en sus almas. A veces me miraban, con el mismo interés con el que yo miraba uno de aquellos robles, y sé que solo veían a una mujer sentada sobre su propia chaqueta, escribiendo ausentemente mientras la brisa regaba su pelo.

No podían ver más allá de eso, no podían ver mi dolor, pues yo les sonreía.

Y me pesaba saber lo que sentían, porque yo también estaba allí, igual que ellos, visitando a alguien que ya no existía.

Visitándote a ti, como si tú lo supieras, como si cambiara algo al hacerlo, o como si algo fuese a arreglarse en mí.

Ahora lo pienso y me risa.

Qué tonta soy, ¿verdad?

Sé que lo sabes. Aunque nunca lo dijiste, siempre supiste que tan solo era una tonta niña con miedo a estar sola. Sigo siendo la misma, te lo juro. De alguna manera aquella niña que conociste se quedó enterrada en mi pecho, y sabes, a veces la escucho llorar por las noches. Quizás ella es esa parte de la herida que nunca cicatriza.

No sé si recibirás esta carta allá donde estés, si es que estás en algún lugar. No sé si me sentiré mejor al enviártela o si en verdad todo esto valdrá la pena.

Yo solo quería hacerlo. Necesitaba cumplir la promesa que nunca te hice.

¿La recuerdas?

Me había tomado más tiempo del que calculé, pero finalmente estaba allí parada, con un fajo de hojas entre mis brazos, mirando al frente. Allá donde se ocultaba el sol, aquel horizonte repleto de cálidos colores.

¿Estarías allí mirándome también? ¿Sonriéndome?

Era lindo imaginarlo, que la absurda esperanza se ensanchara en mi malherido interior. Imaginar la posibilidad de que estuvieses tan presente como el aire que respiraba. Justo allí, tan cerca que podía sentirte pero tan lejos que no te podía tocar. Como el cielo.

No lo sé, quizás era aquella la mejor manera que había encontrado para volverme loca. Tal vez mi cordura había durado demasiado tiempo ya, ¿no crees?

Creo que, después de todo, hace falta estar un poco loco para vivir esta vida. Reírse un poco más fuerte, hasta que todo no sea más que una absurda broma. Reírse, hasta que todo sea mentira. Porque al final todo lo que vivimos se convierte en historia, una historia que se lee de vez en cuando y que luego se vuelve a guardar en un librero.

Entonces escribí la mía, para que tú la guardaras.


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⏰ Last updated: Mar 12 ⏰

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A través del paraíso © [Pirámide de flores #1] Where stories live. Discover now