Renuncia irrevocable

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Habían pasado 3 días, nadie sabía de mí y solo salía de mi habitación a comer y volvía ahí. Mamá, antes de irse a trabajar, quiso acercarse para preguntarme qué sucedía y por qué había estado encerrada esos días, sin embargo, evité la conversación. Ella asumió que eran problemas por algún chico con quien salía, desconociendo la turbia verdad a la que me estaba enfrentando, pero dejando claro su preocupación por mi trabajo.

Sobre las 11 de la mañana, tocaron la puerta de mi casa. Era Rubí. Le abrí despeinada, con un pijama ancho de las chicas superpoderosas y pantuflas de Lilo y Sitch. Nos fuimos a mi cuarto sin decirnos nada. Me senté en mi cama y ella solo me abrazó muy fuerte.

—Lo siento, Yuli —me dijo durante el abrazo.

—¿Qué sientes? —pregunté alejándola de mí y mirándola.

—Te lo juro que no sabía nada.

—¿Nada de qué?

—Robert me ha contactado para contarme todo.

—¿Qué es todo?

—Todo este rollo de que tú trabajabas en su agencia. Ellos quieren hablar contigo.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—Él y Analía.

—¿Cómo es que Analía está metida en todo esto, Rubí? —pregunté confundida.

—Ella fue quien organizó todo. Ella siempre estuvo en cada encuentro, los veía desde la habitación de al lado, a través del espejo de la habitación en la que tú estabas con Robert.

—Ya no lo llames Robert. Su nombre es Steven —apunté.

—Ok, está bien. —dijo Rubí. —A Analía, verte a ti con él, le excitaba muchísimo. Cada vez que Steven salía de estar contigo, iba a estar con ella. Por eso él siempre debía salir rápido de los encuentros contigo —comentó Rubí.

¡Qué horrible esto! Yo era el juguete de este par, y aunque mi trabajo era ser el juguete de alguien que pagaba por mis servicios, esta situación no era cómoda y dolía básicamente por dos cosas: mis prácticas, necesarias para graduarme, y que Steven me encantaba. Ese era el maldito problema de todo esto.

En ese momento, sonó el celular de Rubí. En la pantalla pude leer "Robert".

—¿Le contesto? —me preguntó Rubí.

—Le contestaré yo —dije. Abrí la llamada. —¿Qué onda Steven? ¿Te quedaron ganas de seguir jugando conmigo o qué?

—¿Podemos hablar civilizadamente? —cuestionó él al otro lado de la línea.

—No te preocupes, mañana hablaremos cuando vaya a llevarte mi carta de renuncia, primero debo gestionar un tema en el instituto —respondí y colgué.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —preguntó Rubí.

—Creo —dije.

Al día siguiente, a las 8:00 de la mañana, justo a la hora de ingreso, entré a la oficina sin uniforme, y con mi carta de renuncia impresa y firmada, metida en un sobre de manila. Sentía que todos me miraban, pero realmente era ideas mías; a nadie le importaba si yo estaba o no estaba.

La puerta de la oficina estaba abierta, como si me estuvieran esperando, y la secretaria solo me vio pasar. Entré, y cerré la puerta. Él estaba sentado en su escritorio y Analía estaba inclinada a su lado, revisando algunas cosas en la computadora de Steven. Caminé hacia ellos y, teniendo a Analía justo al lado, besé a Steven en los labios, y metí mi lengua en su boca. Él respondió a mi beso introduciendo su lengua en mi boca. Ella quedó sorprendida pero su cara era de auténtica emoción.

Puse el sobre en mi escritorio.

—Aquí tienen mi renuncia irrevocable. Entenderán que no puedo seguir haciendo mis prácticas aquí después de todo lo que ha sucedido —solté sin preámbulo.

—Pero nadie te ha corrido, Daniela —dijo él —no tienes por qué ser tú la afectada de todo esto.

—¿Por qué diablos me llamas "Daniela"? —pregunté alzando la voz y golpeando el escritorio.

—No es necesario que grites y te alteres, nena —respondió Analía, recuperando su posición y mirándome a los ojos. —Daniela es el nombre de una antigua amiga, con quien hace años teníamos aventuras, tríos y encuentros como los que hemos tenido y queremos seguir teniendo contigo, sobre todo ahora que ya sabemos que te tenemos muy cerca y que, evidentemente, te gusta mi marido. Tú te pareces muchísimo a ella cuando estaba joven, por eso te llamamos de esa forma. No es por nada malo, tranquila—agregó Analía.

—¿Estás enferma? —pregunté con cara de repulsión.

—Todos lo estamos, pequeña —respondió ella. —algunos más que otros.

—No quiero que te vayas. No te hagas ese daño. Es importante para tu carrera terminar estas prácticas, y yo no quiero tenerte lejos. Pon las reglas que quieras —comentó Steven —tú también me gustas, nos gustas, y mucho y queremos tenerte cerca —añadió.

—No voy a acceder a eso. ¿Qué te pasa? —repliqué.

—Hazlo por tus estudios. Nada va a cambiar, dentro del trabajo seremos Yulieth, el licenciado Steven y la licenciada Analía. Tú necesitas graduarte y nosotros necesitamos sentirnos vivos como solo tú lo has logrado después de tanto tiempo. Todos ganamos. En serio podrás poner las reglas que desees —dijo Analía con un tono tan amable que distaba un mundo de la petición que me hacía.

—Tengo que pensarlo muy bien —dije después de unos segundos de silencio.

Analía se dio la vuelta y se puso de pie detrás de mí. Steven solo me miraba.

—Pensar es inmediato, pequeña. En este momento tú ya sabes si vas a quedarte o no, y los tres sabemos que te vas a quedar —tragó saliva y continuó: —Despreocúpate por todo. Seremos tus padrinos de hoy en adelante, cubriremos todos tus gastos, los de tu mamá, te daremos regalos, dinero, y tendrás garantizado un buen puesto al terminar las prácticas, aquí, o en alguna de nuestras empresas. Incluso, podrías seguir trabajando con Rubí, si así lo quieres, solo ausentándote cuando nosotros te requiramos. Aunque, a decir verdad, ni siquiera vas a necesitarlo. Digamos que te proponemos ahora ser una dama de compañía para un único cliente, nosotros. ¿Qué dices: aceptas?

Esa propuesta me explotó la cabeza, pero no sonaba mal.

—Está bien, ¡acepto! —dije. 

Dama De CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora