Todo podría ser nada

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—¡Buenas noches, señorita Daniela! —dijo el hostees al verme. ¿Cómo es que todos los anfitriones de los lugares a donde íbamos sabían mi nombre? Bueno, obviamente él se los decía, pero aquí entre nos, se sentía lindo, la verdad.

De tan solo entrar al restaurante, sentí las vibraciones dentro de mí. Frené de repente mientas caminaba hacia él, ubicado en una de las mesas en mitad del lugar. La sensación fue genial.

—¿Está todo bien, señorita? —preguntó el hostess.

Asentí. Él sonrió levemente mientras manipulaba su teléfono. Controloba el Lush desde su móvil. Intenté caminar hacia él y la nueva ola de vibraciones fue aún mayor. ¡La sentí en todo mi cuerpo! Mis pezones empezaron a advertirse a través del vestido café, liso, ajustado a mi cuerpo que llevaba esa noche, en la que me atreví a ir sin ningún tipo de ropa interior. Pero seguí a paso firme hasta que las vibraciones cesaron.

—Es raro verte con el cabello recogido, Yulieth —dijo mientras me ofrecía la silla justo a su lado.

¿Me llamó Yulieth? ¿Pero esto de qué iba? ¿Por qué me llamó por mi nombre? Mi cara lo dijo todo, pero él ni se enteró. Estaba más concentrado en que me sentara como debía.

Un mesero, al instante, sirvió dos copas con vino tinto, y soltó:

—¿Qué te gusta de mí, Yulieth?

Me hizo toser mientras daba un sorbo a la copa de vino. ¿Cómo me iba a sorprender así y llamándome por mi nombre nuevamente?

—¿Podría ser todo? —respondí al reincorporarme.

—Todo podría ser nada. Aunque, bueno, en esta situación, claramente, algo debe haber —dijo él.

Suspiré para reunir valor y responderle, y justo cuando iba a hacerlo, volví a sentir una descarga de vibraciones dentro de mí. Pero esta vez, más intensas, y por más tiempo. Lo vi disfrutar mi cara de excitación progresiva y mis apuros para ahogar mis gemidos con mis manos, hasta que me soltó. Gemí más fuerte. Ese no lo pude silenciar. Él sonrió. Por suerte, no teníamos a nadie cerca que pudiera escucharnos.

—¡Me encanta verte excitada! —comentó en voz baja.

—Me encanta que te encante —respondí en el mismo volumen, todavía agitada.

—¿Ya vas a decirme qué te gusta de mí?

—Esto, precisamente, Steven... Me haces sentir más de lo que cualquiera ha hecho antes. Y tienes mucho de lo que me gusta en un hombre: inteligencia, carisma, un buen corazón, perversión...

Sin dejarme terminar, mandó, muy suavemente, su mano hacía mi cabello para acomodarme un mechón detrás de oreja. Yo paré sorprendida.

—Soy un tipo con suerte —dijo—. Mira que encontrar a alguien como tú, que me encante físicamente, que sea bella, inteligente, dedicada a sus estudios, ambiciosa y que me enloquezca cuando la tenga cerca, justo en mi empresa... es un sinónimo de tener suerte. Mucha suerte.

Terminó de hablar y se lanzó a mi boca, en el beso más tierno que ha podido darme desde que lo conozco, en un tipo de beso que no esperé de él y hasta ese momento caí en cuenta de que estábamos en una situación inesperada: sin Analía. No les niego que eso me encantó, aunque me llenaba de miedo. ¿Qué estaba pasando? Cerré los ojos y continué correspondiendo al beso.

Todo iba muy bien, era un beso profundo, pero mejoró cuando las vibraciones se activaron nuevamente con la misma intensidad del anterior. Mi ser se descontroló. Mi espalda se arqueó hacía él despegándose del espaldar. Él me abrazó y siguió besándome, sin que nada más importara, ahogando mis gemidos con su boca y tratando de apresar mi lengua con la suya.

Mandó su mano debajo del vestido y descubrió mi desnudez. Esbozó una sonrisa mientras me besaba, masajeó mi clítoris combinando placer junto con el vibrador y un gemido más fuerte se me escapó. Él volvió a sonreír. Paró las sacó su mano de mi vestido, paró las vibraciones y se llevó los dedos a la boca.

—¡Tú no te imaginas lo que me encantas! —me dijo.

Yo solo trataba de encontrar aire y las mejillas me ardían.

—¡Cenemos! —me ordenó.

Yo asentí aún sin aire. Unos meseros llegaron con la comida que al parecer él había ordenado con antelación: Lasaña boloñesa para ambos y panecillos tostados con mantequilla de ajo. Completaron las copas de vino tinto.

Cenamos hablando de su trabajo, de sus clientes. Verlo tan apasionado por lo que hace y el impacto que genera en la vida de los demás, me derretía. Tras la cena, pagó la cuenta y salimos, las dos camionetas nos esperaban.

—Te veo pronto. Viajaré unos días, que pueden ser muchos días. Extráñame, por favor. Y no dejes de usarlo —comentó refiriéndose al vibrador. Durante la cena, lo configuró en mi teléfono.

Me dio un beso en los labios, me abrazó y caminó hacia la camioneta, pero ahí lo detuve de la mano.

—Llévame tú a mi casa. Quiero volver a casa contigo.

Él asintió. Me indicó que subiera a la camioneta que conducía Ernesto y él se subió después de mí. Me apoyé en su hombro y sin decir alguna palabra, me llevó hasta mi casa.

—¡Gracias! Necesitaba sentirme vivo y lo has logrado. Espero verte pronto —me dijo.

La frase inmediatamente se me hizo familiar y elcorazón empezó a latirme muy fuerte. No di para decir nada, no sabía si estabacontenta o triste. Fue una sensación muy extraña. Así, lo vi alejarse por lacarretera.

Dama De CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora