Capítulo 42: Esto no termina

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Una vez que me meto en la bañera y me relajo, apoyándome en el respaldar y cerrando los ojos, noto que me falta algo. Vino. Me pongo en pie haciendo que el agua caiga en banda y por todo mi cuerpo como si se tratase de una regadera sobre mí. Tal vez en la pequeña nevera que hay en la habitación haya vino. No lo sé, solo comprobaré. Me seco con una toalla el cuerpo para no derramar agua sobre la habitación alfombrada y me tapo con ella. Mi cabello está sobre mi cabeza en un moño desordenado para no mojarlo.

¡Bingo! Una botella de vino, una de agua y varios refrescos me reciben cuando abro la puerta de la diminuta nevera. Cojo la botella de vino y saco mi llavero sacacorchos para abrirla. Una vez abierta, desestimo alguna copa o vaso y tomo un trago de ella directamente. Vuelvo al cuarto de baño y decido poner música desde mi celular luego de cerrar la puerta.

Bienvenidos a mi fiesta de padecimiento.

La música es lo suficiente triste como para que la idea de cortarme las venas aparezca en mi mente. Pero oigan, no soy una suicida. Así que solo tarareo la música mientras todo lo que viví resurge en mi mente y haga que quiera llorar a mares. Sin embargo no lo hago, en mi pasado lloré lo suficiente como para hacerlo ahora. He derramado suficientes lágrimas en esta vida. Y he desperdiciado mucho tiempo compadeciéndome en vez de tragarme mi dolor y ser fuerte. Ahora que logré aquello y realmente lo soy, no desperdiciaré todo eso. Aunque una noticia como la que Emilio me dio es suficiente para que ese caño que tanto tiempo mantuve cerrado vuelva a abrirse, como una grieta en mi corazón, que ahora amenaza con derramar más lágrimas.

Sé que si ahora cierro los ojos solo aparecerán imágenes que siempre querré borrar de mi memoria, por lo que los mantengo abiertos viendo como las burbujas en el agua se rompen al llegar a una suficiente altura en el aire, estallando. Aquellas pompas de jabón se rompen con tanta facilidad como lo hice yo una vez. Incluso aquellas voces en mi cabeza que a veces me atormentan vuelven esta vez con más fuerza. Pero no son voces mías, sino de otras personas. Las personas que tienen que ver con lo que me pasó.

El dolor en mi pecho no es tan fuerte como lo era cuando recordaba esto. Eso solo significa que estoy mejorado. Que por fin podré superarlo, que lo estoy haciendo a pesar de los fantasmas que todavía aparecen en mis pesadillas.

Tomo más sorbos de la botella de vino sintiendo lo agridulce en mi paladar.

No tengo motivos para sonreír en este momento pero aún así lo hago. Lo hago porque este vino es delicioso, y a pesar de la mierda que pasé sigo siendo yo. Y no hay Tamara que no sonría. Así sea falso y nadie lo note. Ni siquiera la persona que amo. Lo cual apesta pero no tiene la culpa de no saber cuál es la verdadera versión de mí misma.

Brindo por eso en mi mente. Y brindo por todas las veces que sonreí cuando estuve marchita por dentro. Brindo tantas veces dando sorbos pequeños a la botella del vino que eventualmente se acaba. Pero como tengo tanta tolerancia al alcohol, no estoy ni borracha ni mareada. Mientras miro con tristeza la mediana botella de vino vacía escucho que alguien toca la puerta de afuera, de la habitación. No sé si sea la pesada de Alba que ha olvidado su llave, pero solo por si acaso me demoro más de la cuenta en levantarme de mi acomodado lugar y secarme el cuerpo. Me pongo la bata del hotel y las pantuflas cómodas antes de anudarme bien el cinturón y abrir la puerta.

Es Emilio. Y lo primero que veo es su cabeza. Está inclinado en el marco de la puerta con la cabeza hacia abajo, mirando al suelo. Poco a poco levanta la cabeza y me mira. Me siento tan vulnerable que aprieto mis brazos a mi alrededor solo para tener un escudo entre su cuerpo el mío, aunque no haya nada que pueda hacer cuando mi naturaleza es otra.

-¿Te adelantaste de hora? -pregunto con burla-. La cena es en dos horas.

Niega, con los puños apretados sobre el marco.

La obsesión del jefe | ✓Where stories live. Discover now