Capítulo 42🦋

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Alex

Me coloqué las primeras prendas de ropa que encontré y corrí al auto. Entré al gran garaje de la mansión y cogí las llaves de un Fiat pulse de la colección de mi padre para pasar de ser percibido, debido a que al lugar al que me dirigía era demasiado peligroso.

En el trayecto pensaba en la razón por la que Félix me citó en el bar 39, el cual estaba al otro lado de la ciudad, totalmente opuesto al Fusión. «¿Será una trampa?» Pensé mientras aceleraba lo que más podía. «No, Félix no me haría algo así, siempre ha estado conmigo en mis fases oscuras y me ha defendido más de una vez cuando yo no podía hacerlo, debido a que me encontraba casi muerto por todo lo que me había metido». Mi mente maquinaba a mil por hora. «¿Entonces porque tanto alboroto? ¿Estará en problemas? Quizás la policía lo atrapó vendiendo drogas y ahora necesita de mi ayuda». Chasqueé la lengua en señal de negación. «No, sería estúpido, me llamó de un número personal y la policía no se arriesgaría a pasarle el móvil para hacer una llamada». De pronto mi mente hizo clic. Posiblemente les debe dinero a sus proveedores sociópatas y por eso me marcó. «¡Sí, debe ser eso! Deben tenerlo amarrado a una silla con la cara irreconocible y ahora superAlex tiene que salvarlo, aun cuando no puede ni salvarse a sí mismo. Genial». Golpeé el volante con fuerza. «Maldito Félix, haces que me meta en más problemas de los que ya tengo, Aria me va a matar si se entera a donde voy».

—¡Mierda Aria! —Exclamé en voz alta. Hoy estaba tan enojada que llegaba a dar miedo. No quería imaginarme como se pondría si le contara que Félix, mi dealer, el sujeto que me proporcionaba las drogas con las que me volvía loco, me necesitaba para evitar que unos putos sociópatas lo maten—. Dios protégeme —no sé si lo dije más por los malditos sociópatas o por Aria.

Me estacioné en un callejón oscuro y tenebroso, a una cuadra antes del bar. Bajé con cuidado y me encaminé hacia el 39. Maldije por lo bajo cuando recordé que no traje la Glock 19 mm que tenía guardada en mi caja fuerte.

—¡No puedes ser más idiota, Alex! —me reprendí furioso.

Miré a mi alrededor y no encontré nada que utilizar para defenderme. Si entraba así y a Félix lo tenían martirizado, no solo lo matarían a él, sino también a mí, y por lo que me habían contado, los capos de la droga no eran los ositos cariñositos a la hora de matar. Primero te hacían sufrir, hiriéndote en distintas partes del cuerpo hasta que te desangraras y luego te dejaban morir como un pobre animal abandonado.

¡Maldita sea! ¡Porque tengo que ser tan condescendiente! «Félix, perro maldito, si sigues vivo ahí adentro te mataré yo mismo».

Di dos pasos más y me encontré con un fierro de menos de un metro.

—¡Eureka! —lo agarré sonriendo y lo guardé entre mi camiseta y mi chaqueta de cuero. Si iba a morir hoy, por lo menos me llevaría a uno de esos mal nacidos conmigo.

Abrí la asquerosa puerta del bar sigilosamente, observando a mi alrededor como un animal que acecha a su presa. El 39 era una especie de pocilga mezclada con una vieja cantina como las del viejo oeste. Las paredes eran marrones. La luz era tenue que apenas podías divisar bien tu entorno. Las mesas y sillas tenían la madera desgastada al igual que la barra.

Contemplé cada detalle del bar. Todo se encontraba en orden, los borrachos de siempre estaban dormidos en el suelo y los otros sobre las mesas. Los drogadictos se ubicaban en un rincón, algunos jalando cocaína y otros fumando hierba. Mi mirada se posó en cada uno de sus rostros, estaban pálidos y tenían los ojos desorbitados. Pensé que no hacía mucho tiempo yo estaba en un lugar igual a este, luciendo igual o peor que ellos. Sacudí la cabeza para retirar esos pensamientos de mi mente y seguí observando con cautela. Ahora mis ojos estaban puestos en el cantinero, un chico joven, posiblemente tenía quince años o menos. ¿No es ilegal contratar a alguien menor de edad para que sirviera alcohol? Chasqueé la lengua. Bueno, todo aquí es ilegal. Además, que me importaba a mí, era su vida, si él quería trabajar en una porquería de lugar allá él, yo fui a salvar a mi amigo. Avancé hacia el chico y enderecé la espalda, intentando intimidarlo con mi metro noventa. Lo cual fue en vano, porque me miró con cara de ¿Qué quieres idiota?

Una luz a Medianoche © (Libro 1)Where stories live. Discover now