Capítulo 2: Principios

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La vida da vueltas, sube y baja caóticamente como las olas en la mar embravecida. En el telar de los siglos y milenios se forjan hilos de todos colores y tipos, unos largos, tranquilos, con poca actividad, pero gran significancia; otros cortos y brillantes, que deslumbran al mundo con acciones impresionantes, dejando atrás misterios y logros, baladas épicas y romances trágicos.

Cada madeja del telar del mundo fue planeada mucho antes de ser creada por 'las portentosas entidades espirituales, sobrenaturales, a las que se les llama comúnmente "dioses"; que perduran en la eternidad por siempre y desde siempre. Los seres vivientes que fueron creados a través de su voluntad y poder son dichas madejas, criaturas muy distintas unas de otras, pero todas con un espíritu viviente en ellos; como creaciones de lo sobrenatural, algunas pocas de entre todas las nacidas en todas las edades, lograban manifestar una pequeña porción de aquellos dioses que los crearon... a estos entes se les conoce como adeptos o, más recientemente, invocadores.

Estas personas nacían con la capacidad innata de traer al mundo terrenal, pequeños pedazos del mundo espiritual: Armas, armaduras, poderes sobrenaturales, milagros, magia... cada uno correspondiendo al dios que lo patrocina, en pactos formados desde la eternidad.

De todos los doce dioses, se conoce solo el nombre de once: Dhur, señor del sol y la agricultura; Toth, dios del viento y la música; Rafni, dios de la medicina y la benevolencia; su hermana Kafni, diosa de la muerte y la oscuridad; Elh, dios de la fuerza y la valentía; Eyádh, dios de los cielos y el clima; Olahe, dios creador de la humanidad y toda otra vida inteligente; Inlaf, dios de la tierra y la agricultura; Aïth, diosa de los animales y la caza; Enimos, dios del sueño y los enigmas; Zepht, diosa del inframundo y de la ley.

El nombre del doceavo nunca fue revelado por los profetas, sino que simplemente se le llamada "el tejedor"; y la humanidad, en su fijación por los nombres le llamó el "Dios no conocido", aquél del que no se conocía casi nada salvo su existencia, que no podía ser negada por los prodigios, milagros y evidencias que hacían sus adeptos.

En el tiempo de los héroes, milenios atrás, los adeptos eran pocos, formidables y la mayoría fueron venerados como semidioses o hijos de los dioses, excepto aquellos seguidores del Dios no conocido, que abiertamente rechazaban dichos tratamientos. Empero, sus voces fueron ignoradas, el tiempo pasó y sus nombres olvidados, y para la llegada de la era de los hombres, ya nadie se acordaba de ellos. Mientras que de los demás adeptos había largas baladas y épicas, cuentos y leyendas.

El mundo siguió adelante, la rueca siguió hilando... y la vida en el mundo entero pronto olvidó las gestas y los héroes del ayer. Para crear figuras nuevas, propias, de carne y hueso. Descendientes de descendientes durante mil generaciones, más aquellos que nacían del polvo y fango, se sumaban cada día a las filas de los adeptos al punto en que se crearon escuelas e institutos para dar atención a esta fracción de la población, que aún era considerada como más que simples mortales.

A aquellos que nacieron siendo adeptos, descendientes de una larga estirpe de adeptos, se les elevó al nivel de los gobernantes, y bastante pronto crearon sus propias facciones, Estados y reinos. Mientras que los nacidos en "la intemperie", lejos de todo orden social, eran observados por la sociedad con quien ve a una bestia salvaje: peligrosos y de respeto por temor a su fuerza.

Este orden continuó por siglos, hasta que uno de los dioses decidió tomar nuevamente las riendas del mundo descarriado...

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Carion observaba la lluvia caer sobre el adoquín disparejo de la ciudad de Jiste, acurrucado contra el resquicio de una puerta de madera, en las afueras del distrito Melliste, el más pobre de la provincia y el reino. En verdad que era una ciudad miserable, llena de maleantes, tráfico, trata, esclavitud y bandidos. Tanto así que Carion muchas veces se preguntaba cómo es que el reino no mandaba a alguien a borrarlos a todos, y así evitarse problemas para el futuro. La ciudad era un hervidero de rebeldes y gente de morales tan retorcidas que se preguntaba si de casualidad no se atornillaban los zapatos en lugar de simplemente ponérselos como los demás.

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