Capítulo 15: En el infierno

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— ¿Algo te causa gracia? —inquirió Matías, presa de una furia palpable y que amenazaba con consumirlo.

— ¿En serio piensas intimidarme con moco de trol? —se mofó Carion, provocando que el hombre frunciera el ceño sin entender la broma que cualquier niño habría captado.

Matías chasqueó la lengua y volvió a hacer el mismo movimiento con el dedo, ahora sí apuntando directamente al niño, importándole bien poco lo que pudiera pasarle. No iba a permitir que un mocoso se burlara de él y menos en frente sus seguidores.

Los niños entenderían, los haría entender por las malas o simplemente los dominaría con el poder de Kafni. Eso los descalificaría como sacrificios para sus hechizos, pero uno o dos niños no harían una verdadera diferencia en el hechizo que estaba planeando.

La sangré voló por los aires casi en cámara lenta mientras el niño hablaba, pretendiendo mofarse de él.

«Ya verá, pronto me temerá él también.»

A diferencia de antes, Carion no vio venir la gota de sangre, que lo tocó en la frente, como para quitarse de en medio.

Un dolor indescriptible, parecido al de quemarse vivo, lo asaltó desde la cabeza, robándole el aliento antes de que profiriera el grito más aterrador y desgarrador que jamás cruzara por su garganta. Sus manos volaron hasta su frente para borrar la sangre de allí, pero entonces el dolor se multiplicó, quemándole las manos también.

Luego simplemente se desmayó, desplomándose en su sitio.

Matías sonrió triunfante, habiendo cumplido su cometido. Tendría que esperar a que el muchacho despertara, pero cuando lo hiciera de seguro que tendría otra actitud mucho más dócil. Retrocedió un paso para alejarse de la jaula, limpiándose el dedo en la ropa antes de que le dieran más ganas e probar aquél viscoso líquido, luego recompuso su gesto en una mirada severa y dio media vuelta. El grupo de niños que habían entrado en el cuarto tenían las caras pálidas, pero, aunque era claro que le temían, parecían no haber visto lo que pasó.

— Este es un chico malo, trabaja para los esclavistas... avísenme en cuanto despierte para venir a verlo nuevamente. Tego confianza de que puedo rescatarlo del hechizo que lo posee.

— ¿Por eso gritó? —preguntó un niño con la carita pálida.

— Su maldición le hace daño cuando alguien con verdadero poder se le acerca. Pero tengo una buena idea de cómo romperlo sin lastimarlo mucho.

— ¡Bastardos esclavistas! —rugió uno de los niños mayores que, según recordaba, se llamaba Jorge, quien claramente conocía al chico en la jaula— Y se veía tan normal cuando nos lo encontramos en la calle.

Matías se le acercó con una sonrisa benigna y puso su mano limpia sobre su hombro.

— Esos son los peores conjuros, los que nos hacen pensar que todo está bien. Juegan con nuestros sentimientos antes de clavarnos una daga por la espalda. Que esta sea una lección para ti y todos, Jorge, no debemos confiar en nadie fuera de nuestra familia —los ojos del niño se clavaron en los de él ante la mención de aquél vínculo que tanto anhelaba—. Pero lo rescataremos, te lo prometo. Y entonces tendrán un hermano más.

Se levantó con calma, regalándole esa misma sonrisa llena de bondad, y más falsa que la leche azul de la Tía Berú, con que se había ganado sus corazones hacía varias semanas.

Los niños salieron uno a uno, vaciando la sala hasta no quedar nadie salvo Matías, quien cruzó el umbral y cerró la pesada puerta tras de sí sin siquiera voltearse a mirar.

Momentos después, un gemido, quedo y gutural, escapó de la garganta de Carion, quien comenzó a temblar violentamente. Abrió los ojos de golpe y se arrastró, restregando la cara y las manos contra el piso hasta que la sangre fue opacada por la mugre.

Caballeros espiritualesWhere stories live. Discover now