17

30 7 21
                                    

Silvana Coronel se dio cuenta de que su marido no estaba bien apenas traspuso la puerta de entrada. Se veía pálido y con la respiración entrecortada.

—¿Te sentís mal? —preguntó con preocupación.

—No, no, estoy cansado nomás. 

De todos modos, le alcanzó un vaso con agua fresca.

—¿Alguna novedad? 

El comisario odiaba involucrar a la familia en sus casos policiales, pero este en particular, les tocaba demasiado cerca así que, con pesar, respondió:

—Tenemos que interrogar a Valentino.

El que su esposa conociera las circunstancias no evitó que se sorprendiera. 

—¿De verdad pensás que él tuvo algo que ver? —cuestionó, dudosa.

Coronel se ubicó en una silla y, en pocas palabras, le contó las últimas novedades. Todavía hablaba cuando sonó su móvil. Era Juan.

Estuve mirando los registros, Cucho. Valentino fue a la farmacia el martes dieciséis para comprar fungicida y el miércoles compró una caja de ibuprofeno, un frasco de desinfectante y vendas, ¿te sirve?

—¡Sí, claro que me sirve! ¿El miércoles diecisiete? ¿A qué hora?

Dieciocho cuarenta y siete, de acuerdo al ticket.

—Gracias, Juancito, guardame todo: los tickets de compra, filmación si la hay, todo.

¿Es grave?

—No lo sé, espero que no. Escuchame, ¿cuándo pensás irte con tus pibes a Misiones?

El fin de semana.

—Lo vas a tener que posponer, tenemos que interrogar a todos los alumnos de la escuela de Canalejas.

¿Qué? ¿Por qué?

—No te puedo explicar ahora, te pido por favor que, por el momento, no les comentes nada a tus chicos ¿dale? Gracias, Juanchi. Te mantengo al tanto.

El comisario cortó la comunicación con los ojos clavados en la mesa, pensativo. No les había hecho el menor comentario a los investigadores acerca del alta médica del profesor de música, ni de que éste creía conocer la voz de uno de los delincuentes. Tenía que informarlo de inmediato. Al levantar la vista, notó la turbación de su esposa, se puso de pie, la tomó por los hombros y la abrazó.

—Hay que hacer venir a las nenas —le dijo.

—¿Qué pasa, Cucho? ¿Qué tienen que ver las nenas, o los hijos de Juan?

—Tal vez sepan cosas que nosotros no. Andá a buscarlas, o que Laura las suba a un avión lo antes posible y las esperás en el aeropuerto.

—Está bien, ahora llamo, pero me parece que, si de chicos se trata, deberían investigar a mi otro sobrino, el hermano de Matías.

—¿Lautaro?

—Sí, anda raro... Y el Santino ese, el hijo de Sofía, es como el cabecilla, ¡lo obedecen en todo!

—¿Cabecilla de qué?

—¡Qué se yo! ¡Del grupo ese que hicieron, del que quiero que Martina se aleje! Santino, Lautaro, Emilia, no sé si no está Enrico también...

—¿Qué es lo que te preocupa de ellos, exactamente?

—¡Que se hacen los vivos! Y no me vengas con que a los quince años todos éramos así porque no es verdad. ¡Trabajo en una escuela y puedo ver que no son todos iguales! Es como que quieren pasar a todo el mundo por encima. Incluso, hasta... ¡no sé si no se drogan!

La desaparición de Matías MelchorWhere stories live. Discover now