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• A I D E N •

Y justo cuando Hecate terminó de compartir semejante revelación con nosotros, Icarus entró a la celda con una cara aún más pálida de lo normal y sus oscuras alas tiesas.

Pero ni siquiera la presencia del gobernante mestizo pudo ser suficiente para hacerme escapar de este estado de desconcierto absoluto, y es que no tenía idea de donde poner la cabeza.

Entre la pequeña Hécate deshaciéndose de Geo, la revelación de un tercer dios brujo y la relación tan estrecha de mi sangre con este último... era demasiado para digerir.

Quería vomitar.

Hecate se acomodó en su lugar, en un pequeño sillón que invocó a medio relato. Izar estaba perplejo, sus ojos abiertos como platos que parecían a punto de salirse de sus órbitas.

—Por la reacción de ambos, puedo intuir que no tenían idea de esto —me dijo Icarus.

—No estoy de humor para tus estupideces —le respondí sin pensarlo demasiado.

—No vine a molestar a nadie, tan solo quiero hablar. Estuve escuchando cada palabra de la pequeña desde mi posición y la verdad es que tengo preguntas.

Puse una ceja en alto.

—¿Estás demente? recién estamos tratando de comprender todo lo que implica estas revelaciones de Hécate y tú te preocupas por unas ridículas preguntas. Es obvio que todos aquí las tenemos, no te creas especial.

Icarus rodó los ojos.

—Solo quiero saber. ¿Llegaste a conocer a este Immanuel del que habla Hecate?

Me crucé de brazos.

—No exactamente, pero sé quién fue él. Al igual que cada brujo del continente porque fue nuestro primer rey.

Bendecido y elegido por los dioses decía la leyenda, aunque no me imaginaba que fuera tan... literal la expresión.

—Eso quiere decir que son descendientes en línea directa ¿no es cierto?

—Hasta donde tengo entendido, si.

—¿Y tienes sus poderes?

Si presté suficiente atención a la explicación de Hécate, eso quería decir que Immanuel tenía poder crudo e infinito.

Tal y como ella.

Pero se supone que él había renunciado a ellos antes de ser rey, así que todo era confuso. No estaba seguro de nada.

—No lo sé, me destaco entre los demás pero siempre lo intuí como una ventaja por ser de la línea real. Jamás pensé que se debería directamente a ser descendiente de un... dios.

Creo que en realidad siempre lo supe, pero tenía miedo de admitirlo.

Parecía ser, que ahora algunas cosas cobran sentido: mis instructores de magia aterrados con mi potencial exorbitante, el hecho de que los demonios siempre intentaban atacarme específicamente a mí por la gran cantidad de poder que poseía, aquella vez que invoque magia sin el uso de mis gemas... y el que Hecate me reconoció como su hermano desde el primer momento en que posó sus ojos sobre los míos.

De algún modo, podía ser que la verdad siempre estuvo delante de mis ojos, y que por fin se hacía clara.

—¿Qué hay de tus conocimientos? ¿Crees que tienes el don de la sabiduría?

—No me lo había planteado, pero si consideras el dirigir toda una expedición exitosa hasta el continente de los elfos sin tener experiencia previa como un trabajo astuto, tú dime.

Ylia III | Corona de Brujas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora