Un pensamiento amargo

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Sacúdete del polvo, levantate y siéntate. (ISAÍAS 52: 2)

¿Cuántas veces nos sentimos atrapados en un pensamiento negativo?
Y cuántas veces se quedan nuestros pies atascados en el desaliento?

Es mucho más fácil esconderse en una idea, que tratar de entender lo que nos está sucediendo. Y lo mas difícil en esos momentos es que no podemos entender nada.

Lo único que podemos ver es que las cosas no están saliendo como pensábamos o como lo esperábamos.

Es como haber caído en un hueco y aún no sentir el fondo con nuestros pies. Es como caer en picada, en un paracaídas, no sabes lo que te espera abajo, pero de algo estás seguro, y es que no es nada bueno.

Los pensamientos amargos o negativos son estados emocionales profundos, algo que se conjuga con la depresión, la desesperanza y la angustia.

Todos en un cóctel de miedo y inestabilidad emocional. Por que por más que tratamos de pensar positivo, la determinación no dura mucho tiempo. Porque se mueve en el interior la oscuridad del miedo.

Cuando todo se vuelve inseguridad, es cuando los ojos del alma se cierran y solo quedan las preguntas: ¿Porqué? ¿Qué hice mal? ¿Cuál fue mi error?

Es difícil o casi imposible hallar la respuesta, porqué por lo general evadimos enfrentarnos al verdadero problema.

Nos distanciamos de Dios. En algún momento nuestra relación con Dios perdió su encanto, su necesidad de él perdió valor y nos pusimos enfrente de nuestro camino y al Señor atrás.

Y como la sombra del YO es la mayoría de veces muy grande, no nos permite ver el camino que estamos tomando.

Las decisiones erradas que nos están llevando a un principio, sea moral, familiar, económico o de salud, todo lo natural que nos rodea nos obliga a estar ocupados, preocupados y ansiosos.

Y sin darnos cuenta, nuestra cabeza se llena de preocupaciones y ocupaciones, tantas, que Dios no se vuelve una ayuda, sino un asistente. Alguien al que acudir si todo lo demás falla.

El problema es que muchas veces nuestras soluciones son como una pastilla para el dolor, elimina momentáneamente los síntomas, pero el problema real sigue allí.

Y no lo vemos, sentimos sus efectos, pero no logramos comprender qué está pasando. Sentimos sus golpes, pero no logramos entender que los causa.

Así qué solo nos queda, enojarnos y hallar culpables, deprimirnos y sentirnos impotentes, ahogarnos en los problemas y tratar de escapar de ellos, o mirar al cielo y decir: ¡A Dios no le importa lo que me está pasando, por eso no me ayuda!

Sentirnos desilusionados de la fe, de Dios y de nuestras creencias.

Los pensamientos amargos, son las raíces de amargura que se meten en el alma y generan vacíos, pero para que esas raíces lleguen al alma humana, deben haber nacido en la mente. Y una vez allí, el árbol de la amargura necesita crecer, y empieza a extender sus raíces hasta llegar lo más profundo que puedan dentro de nosotros.

Y para que pueda crecer la amargura, debe ser regada con, duda, temor, insatisfacción, enojo, impotencia y depresión.

Una composta espiritual lo suficientemente tóxica para que logré contaminar el corazón, y llevar a la persona a la incredulidad.

Una vez en sus terrenos oscuros y secos, la persona entra en rebeldía y todo deja de tener sentido.

La fe en Cristo se vuelve irreal e incomprensible, la maldad y lo negativo en una realidad innegable.
Y como el príncipe de éste mundo es Satanás, el miedo y la desesperanza se respiran por todas partes.

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⏰ Última actualización: Jun 30, 2023 ⏰

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