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Violeta camina delante. Ella, Carol y Hakim son los primeros en llegar. Durante un instante, tuvo el pensamiento intrusivo de que el resto no aparecieran por complot, por no querer estar en un lugar como aquel —aunque lo más probable es que si no aparecen sea porque no atinan a darle la dirección a los conductores—. Después, se acordó de todas las indicaciones de su psicóloga. Se encuentra en una de esas situaciones de exposición de las que le habla. Una muy bestia, porque se ha dado cuenta de que algunas de las personas que están haciendo cola la reconocen, cuchichean con sus acompañantes. No le queda más remedio que acelerar el paso, alzar la barbilla y buscar al encargado de la puerta al principio de la cola.

—¿Vamos a pasar sin hacer cola? —pregunta Carol sorprendida—. Esto es la hostia.

—Hostia tía, ¿te acuerdas cuando teníamos que llegar antes de las doce a hacer cola para que la entrada nos costara menos pasta? Y ahora gratis y sin esperar en la calle. —Hakim recorre con la mirada los rostros de todos esos pringados que no tienen una amiga famosa.

—Se supone que estoy trabajando —dice Violeta en voz baja, un poco indignada. Su respuesta provoca la risa de ambos amigos, porque ellos están celebrando.

—Dadme un momento.

Violeta suspira. Tiene que coger las riendas de su vida. Es VioletBauregarde, la streamer. Tiene la autoridad suficiente como para hablar con cualquiera de los trabajadores de la discoteca y comentarles que tiene un contrato firmado con el local. Ya no le da tanta vergüenza como al principio. Es la tercera vez, más o menos, que hace esto. Claro que las veces anteriores iba agarrada de la mano de Ian y todo era mucho más fácil.

Ian se encargaba de hablar con los de seguridad, Ian se encargaba de aceptar o rechazar las fotografías, Ian se encargaba de pedir cualquier cosa que se les hubiera olvidado en el trato o incluso de preguntar dónde estaba el baño. Ian le pedía el taxi de vuelta a casa o le compraba un bocadillo a la salida, porque conocía todos los lugares que estaban abiertos a altas horas de la madrugada. No como ella, que si había empezado a salir de fiesta era para trabajar.

—¡Hola! —Pone su mejor sonrisa delante de una chica joven con una lista y un subrayador en cada mano—. Soy Violeta. Me habéis contratado esta noche.

Más allá de su rostro ruborizado al pensar en lo mal que suena decir «me habéis contratado esta noche», se las apaña bastante bien para querer hacerlo sola. A partir de ese día iba a tener que hacer muchas cosas sola. En algún momento debía empezar.

—¡Chicos! —Agita la mano por encima de su cabeza para llamar a Carol y Hakim—. ¡Vamos!

Los conducen a los tres a un reservado. A la chica de la lista no parece hacerle mucha gracia que el grupo de invitados llegue por partes; arruga la nariz y los mira como si les envidiara. Su trabajo para la discoteca es mucho más desagradable que el de Violeta, el cual consiste en grabar las instalaciones de los reservados recién abiertos y el cubo gigante lleno de botellas, hielo y bengalas que les trae el camarero.

—¡Hala! —Hakim abre la boca, muy impresionado—. ¿Todo esto es para nosotros? —le pregunta al camarero que llena una mesa de refrescos después de preguntarle a Violeta por el número de vasos que necesitarán.

—Sí.

—¡Si lo llego a saber no bebo la cerveza de treinta céntimos que compramos debajo de tu casa! —comenta, muy contento—. ¡Estas botellas son de primerita calidad! —Se frota las manos.

—Seguro que las rellenan con garrafón. —Carol enarca una ceja. No termina de creer que les agasajen con tantas comodidades. Ni siquiera les molesta la gente, porque hay un cordón entre ellos y el resto de la plebe. Y la música está en el punto justo para que puedan disfrutarla, pero también hablar.

Yo nunca (extra de EVDLZ)Where stories live. Discover now