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Una sola canción más de pop pegajoso y Sara le anunciará a Violeta que se larga a pegarse un tiro. Una sola más. Solo una y la dejará tirada entre esos tiburones acechantes que las miran de reojo, se susurran cosas al oído y fingen que no están siendo cantosos a la hora de «disimular» al lado de alguien famoso. Sara tampoco se termina de acostumbrar a que Violeta sea famosa. Carol y Hakim se quejan de vez en cuando y ella los suele llamar exagerados. Pero desde la otra punta del mundo es mucho más fácil relativizar los problemas de los demás. Ahí, en medio de una pista de baile gigante, a solas con Violeta y una botella de refresco que ni ha elegido, no entiende cómo Ian ha sido capaz de pasar tanto tiempo de relación con alguien como Violeta. Si a ella la vigilaran por el rabillo del ojo cada vez que sale, como están haciendo en ese preciso momento, se volvería loca.

Sara tuvo su momento de gloria. Se convirtió en la fuente más solicitada para hablar del fenómeno de los caníbales, distribuyó las fotografías de Marina sin ningún tipo de pudor; escribió columnas e incluso fue a la radio para hablar de su «aventura» en el barrio que habían aislado, cagados de miedo por si se extendía y las expectativas irreales de una película de acción se volvían realidad. Pero fue una fama efímera. Sara lo sabía, por eso la aprovechó al máximo. Nadie quiere hacer famosa a alguien que llega para hablar de cómo se murió su hermana, de cómo llegó a un ambulatorio lleno de gente incapacitada y abandonada a su suerte. Era como el ángel de la muerte. En cuanto la sociedad volviera a la normalidad y se olvidara de la pesadilla de varios días que se provocó en la ciudad, Sara volvería al anonimato. Contaba con ello.

Con algunas consecuencias también contaba. La oportunidad de Hakim para sacar adelante su idea de negocio, que en otras circunstancias habría sonado ridículo de no ser por la medida excepcional de aprobar leyes a la carrera en medio del caos. El Parlamento llevaba tres años debatiendo sobre los tintes «dictatoriales» que supuso aprobar la legalización de la marihuana para combatir los últimos coletazos del krokodile. Los partidos de derecha querían derogarla de la misma forma que se aprobó. Hakim seguía enviándola empaquetada, por mensajería, sin ningún tipo de pudor más que el añadir conceptos de casi coña a sus clientes por si todavía sus padres les revisaban el correo. También se había expandido al CBD, por un consejo oportuno del grupo de amigos después de la última votación de derogación, que no salió por los pelos.

Con lo que nunca nadie contó —ni siquiera ella misma— fue con que a Violeta todo le saliera a pedir de boca en el mismo plano en el que al resto todo le salía mal. Para ella, ese apocalipsis de marca blanca solo supuso mejorías. Dejó de ser una estudiante de Derecho profundamente infeliz, sin amigos y llena de traumas. El destino le colocó primero a Carol en su camino, después a Eugenio y a Sara, luego a Marina, más tarde a Ian y por último, aunque le fastidiara admitirlo, a Rosa de nuevo. No es que Sara considere que Rosa Carrasco sea una madre ejemplar, pero tuvo los ovarios de remover cielo y tierra para encontrar a su hija. También el dinero y la influencia para chantajear a la Policía y al Ejército, para presentarse en el lugar adecuado y el momento adecuado. Nunca habían hablado a Violeta sobre lo conveniente de su aparición, porque si todo el mundo se aprovechaba de los enchufes y el tráfico de influencias, Sara no se iba a quejar por haber sido una beneficiaria más de la corrupción del país en un momento en el que su vida estaba en juego. La realidad era que sin Rosa Carrasco y por qué no decirlo, sin Eugenio Morales, puede que no hubieran salido de esa autopista cortada. Puede que hubieran recibido todos un tiro en la cabeza. Violeta no podía huir de la realidad y quizás por eso intenta cortar relación con su madre de una forma amable.

Por supuesto, tampoco contaban que otra de las consecuencias de aquel caos absurdo fuera que Violeta ganara tantos seguidores como para poder permitirse abandonar la carrera que no le gustaba y dedicarse a ello una vez que la gente la había descubierto y tenía la atención de un gran porcentaje de los morbosos. Eso no hizo más que confirmar la teoría de Sara sobre la irrelevancia del talento. En cualquier cosa que se haga no se necesita calidad, porque el ser humano, mediocre por naturaleza, se traga cualquier bazofia que se le presente delante de las narices, siempre y cuando no tenga que suponerle ningún esfuerzo. Lo único que se necesitan son los recursos para conseguir la atención necesaria y mantenerla. Violeta lo tenía todo. Incluso un esclavo que trabaja prácticamente gratis en nombre del amor.

Yo nunca (extra de EVDLZ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora