Sanguijuela uno, dos y tres

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Kakashi torció la boca ante lo que estaba observando, si un cerebro tenía la capacidad para reiniciarse podría jurar que el suyo acababa de hacer eso. No entendía que estaba mal en su crianza o que clase de chip tenían sus hijos, con Sasuke era más pasable, pero Itachi justo el menor estaba malditamente loco.

Quizás fue por todas las veces que lo llamó alíen, o cuando lo desprecio cuando discutió con Sasuke. No lo sabe y no quiere saberlo, preferiría que en todo caso fuera culpa de Obito.

Tuvo que alejarse de la ventana justo cuando el pequeño le dio un beso en la mejilla al niño de rizos.

—¿Sabes qué? Tú hijo que haga lo que quiera —musitó mirando a Obito. —Si se quiere casar con su primo, con una vaca o el vecino adelante, yo ya no me voy a interponer —levantó sus manos en señal de paz.

Obito rió despacio dejando escapar una pequeña lagrimita, debía admitir que una que otra de su familia se casaban entre primos pero no lo veía como algo tan malo, después de todo Shisui era un primo muy lejano, así que él no iba a interponerse entre su hijo.

—Oh cariño, podemos hacer más bebés hasta que uno nos salga normal —llevó sus manos hasta los oblicuos del peliplata acariciando por encima de la tela.

El albino fruncio el ceño, ya tenía suficientes sanguijuelas entre Obito y los niños, ya no necesitaba más dolores de cabeza.

Ladeó el rostro y depositó un pequeño besito en la barbilla del azabache suspirando su perfume varonil.

—Hoy los niños se van con su abuelo —sonrió ladino acariciando el hueco del cuello de Obito con su nariz. — Complaceme plebeyo

Oh, eso solo significaba que se pondrían en modo nocturno.

Al caer el atardecer la camioneta de Sakumo estacionó en el porche de la casa Uchiha, Kakashi salió a despedir a los niños mientras Obito terminaba la cena. El peliplata después de unos minutos regreso a casa, con una sonrisa de oreja a oreja ya que se había librado de dos problemas. Se sentó en la mesa que estaba en la cocina que utilizaban como desayunador, esperando pacientemente a que su esposo le llevará la comida.

Por un día quería tener su culo estable sin tener que cuidar niños o ocuparse del aseo, si todos están bien comidos o si se las ha quedado algo que debían llevar a la escuela.

—Sirviente, te tardas demasiado — refunfuñó cruzándose de brazos.

El azabache rodó los ojos y llevó ambos platos a la mesa tomando asiento frente el albino. Kakashi sólo observó todo con escrutinio.

—Obito ¿Que se supone que es esa mierda a lo que llamas comida? —sus labios formaron una mueca, aquello lucía como la diarrea que tendría su hijo menor. —Sabes creo que por hoy podemos saltarnos la cena y dirigirnos al postre.

Obito ladeó el rostro indignado, no sabía mal lo que había preparado.

—Escucha se que no luce bien, pero es comestible —le dio un bocado teniendo que suprimir una arcada. —¿Sabes qué? El postre estaría bien

Kakashi dejó escapar una carcajada dejando ver sus dientes y un poco de sus encías. El ritmo cardíaco de Obito se elevó de inmediato siendo probable que no pudiera calmarse en mucho rato. Pero es qué realmente Kakashi era el hombre más hermoso que había conocido, incluso cuando se le formaban aquellas pequeñas arruguitas en los ojos al reír o su vocabulario ciertamente cuestionable.

Nunca pondría en duda que el albino era perfecto, casi como un ángel.

Su mayor debilidad siempre eran aquellas pestañas largas y espesas que parecían copos de nieve, le daban cierto toque mágico como si Kakashi no fuera parte de este mundo, como sino fuera humano. Y esta cien por ciento seguro de que si algún día le dicen que Kakashi cayó del cielo podría creerlo sin siquiera dar una réplica.

Ama cada cosa, hasta la más mínima. Su parte favorita eran esos ojos plomos que se derretían cómo el acero, la iris eran como un jade negro que pronto estaría en cenizas, era adictivo mirarlo, casi como un alucinógeno.

No se extralimitó y llevo sus dedos hasta aquel sedoso cabello de escarcha, estaban tan cerca pero a la vez tan lejos, sus manos podían llegar pero no sus labios.

—Plebeyo ¿Acaso piensas que mereces una porción del postre? —musitó como un susurro blanco.

Obito se estremeció de los pies hasta la cabeza, aquella voz con matices negros le habían hecho sentir mareado, como si estuviera consumiendo drogas.

—Creo ser merecedor, su majestad

Kakashi sonrió ladino entrecerrando un poco sus ojos. Llevó sus dedos juguetones hasta el dorso de la mano callosa de Obito trazando líneas imaginarias.

—Hoy no me has besado, entonces no creo que lo merezcas —tarareo, inclinándose en la mesa para poder estar más cerca.

Obito pudo enfatizar mejor las expresiones de Kakashi y posó sus ojos en aquellos labios de color coral que se volvían rojizos al contacto. Quiso probarlos, aventurandosé en aquella cabida bucal caliente que sabía a fresas con un toque de grosellas. No entendía como siempre la boca de Kakashi era tan dulce, como cerezas en almíbar. Pero decidió jugar con su lengua que era suave como la jalea, derritiéndose ante cada toque.

Al separarse observó como aquellos labios habían pasado del magenta a un rojo escarlata. Sonrió entre dientes jalando sus cachetes con la boca.

—¿¡Acaso eres un perro!? —bramó sintiendo la saliva en sus mejillas.

Los caninos de Obito relucieron dándole aquel aspecto.

—Por supuesto que sí, soy tú perro —con su nariz acarició la piel lechosa y pulcramente limpia, aspirando su aroma a moras como un animal salvaje. —Me encantas tanto, su majestad

Kakashi lo tomó de las mejillas y lo observó fijamente con aquellos ojos plata.

—¿Me perteneces? —preguntó sin una expresión legítima en el rostro y con voz tenue.

Mierda Obito se había puesto duro sólo de escucharlo de esa forma tan autoritaria.

—Te pertenezco, su alteza

Kakashi sonrió besando a Obito entre los dientes, algo descuidado y desprolijo pero lo suficientemente ardiente como para provocarle un posible paro cardíaco.

La vida era divertida ¿Por qué no disfrutarla al máximo.

Kakashi dejó caer su cabeza en la almohada recordando el pasado y como otra vez la había cagado.

—Mierda Obito pensé que ya habíamos cerrado la fábrica de bebés. — objetó cansado con ojeras debajo de los ojos.

El azabache iba a expresar algo cuando el pequeño bebé de sólo tres días comenzó a llorar con bastante fuerza.

Mierda, otra sanguijuela que añadir a la lista.

Fin.

Qué diablos ¿Un bebé? |Obikaka|Where stories live. Discover now