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Las luces de colores no lo dejaban ver más allá.
Rebuscó en su billetera y se encontró con un mísero billete de doscientos pesos. Resopló fuerte cuando se dió cuenta que no podría pagarse la vuelta; odiaba deberle plata a su amigo. Sobre todo cuando sabía que había perdido -más bien regalado- aquella plata destinada a los tragos, la cual seguro ahora estaría en la basura después de que desapareciera en las manos de Matías, entre besos húmedos y calientes.

De todas formas Facundo todavía confiaba en él. Y Alejo aún en su sobriedad le prometió que toda la plata prestada sería devuelta de alguna forma.

Además su madre no notaría la falta de una pequeña cifra durante unos días, hasta poder hablar con Juan para que le dé un turno extra en la tarde noche y así recuperar la plata perdida.

Con media sonrisa entristecida, se dejo llevar por
la multitud en aquella casa. Sus amigos no se
encontraban cerca, estaban ocupando el patio a pesar del fuerte frío que invadía la ciudad, ya que aprovechaban el viento y el fresco para ponerse algo filosóficos mientras fumaban.

Y el hubiera hecho lo mismo, si no fuera porque su madre lo esperaría despierta para ver que no haya probado ningún tipo de cigarillo, gracias a un inconveniente hace unos meses atrás.

Aquella madrugada era templada, el leve frío de otoño no lo estaba golpeando del todo. Bajó del auto en el que lo había acercado un compañero de curso, introdujo las llaves en la cerradura y se movió de manera lenta ingresando a su casa. Entre la oscuridad la luz de la heladera se hizo un lugar; su mamá bebía un poco de agua con los ojos somnolientos. Ésta lo observó y analizó, sabía que estaba buscando algún rastro de algo que ella desaprobara, y en cuanto localizó el rojo en su mirada, lo encontró.

La mayor se encaminó de una manera veloz, cortando la distancia que quedaba entre ambos. Lo olió cual perro callejero y tras encontrar el característico aroma, lo mando a su habitación. Alejo sabía lo que vendría al día siguiente; un sermón sobre lo mal que estaba fumar sustancias ilegales, y más aún siendo menor de 18 años. A pesar de eso, se recostó en su cama una vez llegó a su pieza, y se durmió plácidamente. Hasta que los gritos acompañados de un largo reto por parte de la mujer que lo trajo al mundo, lo despertaron.

Tras aquel recuerdo, se decidió por completo a quedarse entre la gente.

La música lo aturdía un poco, pero encontró un lugar para sentarse en una esquina del espacio reducido. Un sillón en el cuál también reposaban dos chicos, los cuales estaban de la mano, y una chica de ojos redondos que aparentaba no estar en todos sus sentidos, debido a su mirada algo perdida. Además de la acentuación y exagerada gesticulación en algunas de las palabras que salían de su boca, mientras charlaba con los jóvenes.

Logró conseguir un espacio en el cual reposar sin que el trío se percatara del todo de su presencia. Se dispuso a observar a su alrededor, a la espera de que algún conocido llegara hacia allí. Y en cuanto volteó, lo vió.

Con su buzo aferrado a sus brazos, el pelo platinado algo desordenado y la piel blanquecina más perlada que nunca. No obstante a la imagen angelical, podía encontrar eso que le hacía un ruido fuerte, algo así como una sonora advertencia. Esos ojos, normalmente de un tono marrón, se encontraban inyectados en sangre. El chico lo disimulaba observando a varios lados, saludando a sus conocidos, aún sin percatarse de su presencia. Siguió con la mirada fija en el de hebras claras, cuando su vista chocó fuertemente con lo que aclaraba sus dudas; Matías había sorbido su nariz fuertemente. Inmediatamente supo lo que significaba eso y todo dentro suyo se destruyó.

Podía sentir el nudo en su garganta que comenzaba a tomar forma, las pequeñas lágrimas intentaban nublarle la vista y sin pensar demasiado las cosas, se propuso realizar la primera estrategia que se le pasó por la cabeza.

Colocó su atención en los humanos a su lado en el sillón, todos tenían un vaso a medio tomar en su mano. Sin embargo, los dos chicos parecían estar algo descontentos con lo que la chica había llevado para beber. Alejo juntó todas sus fuerzas, intentó ser lo más gentil posible, realizó contacto visual con el chico colorado y le sonrió. Luego contempló a la jóven y un gesto de cansancio apareció en el rostro del pecoso.

Gracias al cielo el pibe era simpático y ante ello le señaló su vaso y el del chico a su lado -sin que el mismo se percatara-, y con su mirada intentó preguntarle si podía llevárselos. Tras una aprobación cargada de algo de sorpresa, Alejo se levantó en busca del vaso que contenía el líquido que necesitaba para la estrategia pensada.

Cortó su cercanía con la chica, no podía negarlo,
era bonita. Aquellos faroles verdosos lo invitaban a quedarse, pero sabía lo que debía hacer.

-Hola linda, ¿me das un poco?- Las palabras se
deslizaron con un tono seductor de sus propios labios, y la chica -la cuál parecía analizar el mensaje- lo contemplaba con un semblante algo incómodo. Ella se limitó a asentir repetitivamente mientras abría un poco, demasiado, sus ojos. -Gracias.

Agarró el vaso y se retiró, Iuego de dedicarle una última revisión a un Soulé enfiestado, de labios bonitos y brillantes.

Emprendió paso de forma segura entre la masa
humana, dejando atrás el sillón para conducirse al pelotudo que había tenido como pareja. Pasó por su lado, se conectó visualmente con él y presenció lo aturdido que se encontraba tras enterarse de su estadía en esa joda. Sin más, dejó caer el vaso hacia el piso un poco inclinado, de manera en que la remera del platinado se empapara de daikiri rosa. Contento con lo sucedido le sonrió y se encaminó de una forma rápida al exterior de la casa, mientras llamaba algo asustado a su mejor amigo, el cual ya se encontraba en la entrada del lugar.

Ambos caminaron rápidamente unas cuadras,
alejándose de la zona. Los dos se alegraron al
toparse con una estación de servicio abierta. Desde adentro del negocio llamaron a un uber, el cual claramente pagaría Facundo pero con la condición de que Alejo se pagara el de la siguiente joda.

Se sentaron en la puerta del comercio a esperar el auto, mientras Véliz relataba entre llantos a su amigo lo sucedido. Se sintió bastante mal y empapó la remera de su acompañante, en recuerdo de aquel cruce con Matías; un cruce que no sabía si deseaba repetir ante el estado demacrante de Soulé.

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enfiestado || véliz x souléWhere stories live. Discover now