12

126 16 0
                                    

-¿Hola?.

Aquella voz le parecía extraña, incluso de un desconocido. Sus manos sudaban y no recordaba donde encontró el valor para marcar aquellos digitos en su teléfono.

-Hola Papá.- Habló algo asustado y nervioso hacia la línea telefónica. Hacía meses no intercambiaba ningún tipo de diálogo con su padre ya que, si bien lograron mantener algún tipo de intercambio a través de mensajería y el seguía enviándole dinero mediante su madre, el escuchar su voz le resultaba totalmente ajeno. -Necesitaba hablarte de algo, siento que es muy importante como para decidirlo por mensaje. Pero, ¿podría volver?- La línea quedó en silencio, incomodidad, la necesidad de aclarar el lugar y de pensarlo le revolvía las entrañas. -A casa, a Rosario, ¿me puedo quedar con vos?- Soltó un suspiro y mordió su labio a la espera de la respuesta.

-Si, claro Alejo.- respondió el hombre de mayor edad, extrañado por su pregunta. De su parte, la tranquilidad lo arrullo ante la afirmación. -Sabes que siempre sos bienvenido y que podes quedarte todo lo que quieras, yo hablo con tu mamá lo de la escuela.

Notó aquello como un deje de tranquilizar el ambiente y sonrió por lo atento que podría llegar a ser su padre, incluso creció en sí un sentimiento de culpa por dejarlo de lado por varios meses.

-Okey entonces, voy a ver el tema para el colectivo. Me lo voy a bancar yo.- Una risa se escuchó, parecía más de orgullo que otra cosa. Se sintió casi como en casa a pesar de que ya estaba en una.

-Está bien. Te dejo porque tengo un cliente.- El espacio volvió a sentirse callado, ya no existía un presión. -Te quiero, chau.- Y no alcanzó a responder. El pitido se hizo eco, dejó su teléfono sobre la mesa.

Casi pegó un saltito en su silla, la cual rechinó sobre las patas de madera debido al movimiento. La mirada de su madre a la expectativa de aquello que llegara a pasar en el llamado lo invadió. Por un momento se olvido de su presencia, y de la angustia que podría generarle que se iría.

Trago saliva duramente, su garganta parecía seca. En instantes como esos deseaba no haber hablado, no poner un freno a todo aquello de lo que anhelaba alejarse. Porque si irse era lo mejor, ¿a qué se debía la pena de los dejados atrás?.

Las lágrimas en los ojos de su madre, cuando comprendió por completo el mensaje, el rostro que encontró en Facundo cuando anunció la noticia. Ni siquiera quería pensar en lo que sucedería en su hermana pequeña, al momento de anunciarle la noticia.

El miedo lo invadía por completo. Había pensado en dejar la idea de irse a Rosario para volver con Matías, a su vida -aquella que le parecía miserable- sólo para dejar cotentos a los que amaba, a los que le dieron todo en cuanto el no tenía nada. Más el hartazgo le picaba en los huesos, empapando su ser en cuanto debía lidiar con los orbes brillantes que significaban miles de recuerdos, los mismos rodeados por aquella intensidad que vivió. Más de una vez despertaba cansado, incluso de sus largas siestas rodeadas de ensueños y lugares donde todo lo inimaginable convivía en armonía, en los miles de multiversos en que no debía correr de las memorias, las idealizaciones y de una relación tormentosa.

Para muchos su caso era exagerado, algo sencillo de superar, abandonar aquel amor adolescente era solo soltar. Pero en cuanto a Matías se trataba, una sensación de electricidad le recorría la espina dorsal en el momento donde veía proyectados a ambos.

Ya no ocuparía el puesto de ese que aguanta todo, ese que se queda sentado a la espera de las cosas buenas, circunstancias indicadas, situaciones perfectas; Alejo queria ir a la captura de ellas. Si de ello pretendía el abandonar la gran ciudad recargada de nostalgia, eso haría. Escaparía a pasos agigantados dejando en segundo plano al chico silencioso que dependía de una opinión ajena, de un aliento, de una muestra de cariño. Creía que aquel instinto de optimismo era el mismo que lo invitaba a romper el silencio, aquel que competía a su vez con el arrepentimiento tras deshacerse de lo preciado.

-Mami.- LIamó la atención de la mujer entristecida, que intentaba ignorar la situación poniendo agua a calentar en una pava, queriendo que las lágrimas dejen de derramarse por sus ojos. -Papá dijo que no tiene problema. Que quiere hablar después con vos sobre la escuela.- Anunció aspirando a que la pequeña melancolía en la cocina frenara.

El silencio en el ambiente le indicó que su madre analizaba las palabras, quién a juzgar por él, repensaba todo. Los segundos se volvieron eternos y el reloj junto con el sordo sonido de la hornalla inundaron el área. Pemitiéndole implorar a cualquier deidad, incluso a algunas que negaba.

-Vos, ¿de verdad querés irte, Ale?- Cuestionó la mujer. Palpó un temor en sus palabras. -Porque si es por Matías yo te puedo cambiar de escuela, no tengo problema- La voz de la mujer pareció cortarse rápidamente, no necesito adivinar sobre el nudo en la garganta ajena.

Creyó válido el replantearse lo que iba a hacer, podría evitar incluirse en problemas mayores de gran carácter. Teniendo bien en cuenta que el reencuentro podría tratarse de uno no deseado, un sentimiento de tristeza inigualable, debido a la lejanía.

Pese a ello no se hecharía para atras. Necesitaba una brisa fresca, esperanzadora que le golpeara el rostro con un nuevo comenzar, uno lejos de todo aquello asfixiante.

-Si, estoy seguro.- Confirmó más a sí mismo que a su mamá. Y mientras esta parecía esperar el sonido de la pava que significaba el calor suficiente para el mate, se paró de su asiento encaminándose a donde se encontraba su mamá la cual no precisaba ver para distinguir sus ojos rojos.

La envolvió con sus brazos por detrás, acunándola debido a la diferencia de altura. Apoyó su cabeza en el hombro cubierto con una tela estampada, empapado en aroma a vívere y perfume floral. Dejó que disfrutara de la cercanía, oyendo un pequeño sollozo debido a la falta que haría su presencia en el hogar.

-Además, siempre van a existir las videollamadas y los mensajes. Voy a venir a verte en verano, a tomar mates con vos, Facu y Bruna.- Intentó endulzar con sus palabras, arrullar tanto a su madre como a aquellas partes de sí que veían lo peor.

La mujer apartó la vista del mate para darse la
vuelta, devolviendo su abrazo. Dándose ambos un refugio, encadenado al dulce vínculo compartido y a la tristeza de una despedida que tendría lugar en unos días. Empaparon ambos la remera del otro.

Ya no existía tiempo para el arrepentimiento, por lo menos no en un su psiquis. Ya no seguiría ocultándose bajo nada ni nadie.

﹋﹋﹋﹋﹋﹋











aclaración: alejo y matías y
etc viven en mar del plata 👍

enfiestado || véliz x souléWhere stories live. Discover now