"𝐀𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐢𝐨 𝐜𝐫𝐞𝐢́ 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐩𝐞𝐬𝐚𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨... 𝐬𝐨𝐧 𝐟𝐫𝐚𝐠𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬".
Grace no recuerda nada. Ha pasado un año recorriendo el enigmático Laberinto siendo la única muchacha en un grupo de ch...
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xx.
Con las cuatro puertas abiertas y sin señales de cerrarse, todos los habitantes comenzaron a entrar en pánico. Thomas fue el primero en actuar rápido, volteándose hacia Chuck. Tenía un plan en mente.
—Chuck, ve al Salón del Consejo y empieza a poner barricadas —el niño asintió, siguiendo su orden.
Aquello fue suficiente para que los demás comenzaran a organizarse de manera improvisada.
—Winston, ve con él —ordenó Newt, girándose hacia él.
—Entendido —respondió el chico y no tardó en seguir al niño.
Grace tuvo la sensación de que no les quedaba mucho tiempo. Estaba aterrorizada: sabía que aquellas barricadas no podrían mantener alejados a los Penitentes. Sin embargo, se giró hacia Teresa.
—Tú ve con Winston y Chuck —le dijo—. Ayúdalos con las barricadas. Apilen cualquier elemento suelto que encuentren.
Sabía que no había tiempo ni materiales suficientes como para hacer algo bueno. Teresa asintió firmemente antes de irse con los dos muchachos. Gally por otro lado, se volvió hacia unos chicos y también empezó a ladrar órdenes.
—Trae a los demás. Diles que vayan al bosque. ¡Ve a esconderte, ahora!
Thomas se dirigió rápidamente a Minho.
—Minho, toma todas las armas que encuentres. Nos vemos en el Salón del Consejo.
El asiático asintió en comprensión y le hizo un ademán a Newt junto a otros muchachos para que lo siguieran. Grace se apresuró en detener a Newt tomándolo por la muñeca.
—Tengan cuidado, por favor.
Newt le dedicó una sonrisa tranquilizadora y un leve apretón de mano antes de irse con Minho y los demás. Thomas se volvió hacia ella y tomó una de sus manos mientras ella lo escuchaba atentamente.
—Grace, tú y yo iremos por Alby, ¿de acuerdo?
Grace asintió en respuesta antes de girar bruscamente al escuchar los gritos desesperados de los habitantes en el lado Este del Área. Los veía correr, alejándose de las puertas, y en ese momento supo lo que se avecinaba.
Segundos después, el familiar sonido de los repiqueteos metálicos la hizo retroceder instintivamente. Los sonidos de los Penitentes penetraban los muros con espacios de diez a veinte segundos: el chirrido de los motores acompañado del zumbido metálico, el golpeteo de las púas contra la dura piedra, el chasquido de las garras que se abrían y cerraban bruscamente, los rugidos.
La pata de un Penitente se asomó por la esquina del final del Laberinto provocando el pánico en todos.
—¡Muy bien, todos ocúltense! —gritó Thomas. Los habitantes no tardaron en acatar a su órden—. ¡Vamos, Grace!