Capítulo uno: 𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚜, 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚘, 𝚍𝚒𝚗𝚎𝚛𝚘 ¿𝚈 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊𝚜?

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𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚜, 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚘, 𝚍𝚒𝚗𝚎𝚛𝚘 ¿𝚈 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊𝚜?

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𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚜, 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚘, 𝚍𝚒𝚗𝚎𝚛𝚘 ¿𝚈 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊𝚜?

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Posiblemente, el amor ha salvado muchas vidas

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Posiblemente, el amor ha salvado muchas vidas. Hace a las personas más felices, más gentiles, menos molestas. Pero en los 17 años que tengo de mi vida no he necesitado de amor, bueno, no quiero sonar tan cruel, el amor de mi familia se me es suficiente. Pero, yo no estoy enfocado en encontrar a alguien para que me ame, yo me enfoco en mí, y en mi futuro.

Una profesión es importante, generar motivación para las demás personas también, es por eso que me enfoco en mi futuro. Por las mañanas estudio la preparatoria, las tardes entreno esgrima hasta las 6, y bueno, de esa hora para delante, me dedico a vender flores. Sí, exactamente eso, vendo flores, porque mi madre piensa que eso me hará más humilde con la gente. Ella cree que de ser el más inteligente del salón, y ser el mejor esgrimista del país ha afectado mucho en mi actitud hacia la gente, dice que soy un poco narcisita, pero no lo puedo evitar. Soy el mejor, no es mi problema que la gente tenga envidia de mi fabulosa vida.

Estaciono mi auto en el supermercado, se me hace más seguro y si compro algo en el lugar me dan el estacionamiento gratis. Saco mi mesa, y algunas cosas, y me acerco afuera de la estación del metro. La estación Esmeralda es la más concurrida del centro, muchas parejas pasan por aquí, al igual que enamorados con urgencia de un regalo, amas de casa que salen cansadas de su trabajo y gustan comprar una flor para casa, la cual le da paz y tranquilidad cuando llegan. 

Acomodo el cartel más llamativo y femenino que he tenido, mi mejor amiga, si es así como puedo llamarla, lo hizo por mí. Lo digo así, porque no quiero que malinterpreten nuestra relación, no siento nada por ella, simplemente me da igual si está ahí o no. Sarah McFleer fue esa niña latosa de preescolar que nunca se quiso separar de mi lado, le decía a todo mundo que éramos novios, incluso mis papás la invitaron a la cena de fin de año de mi familia, fue una terrible tortura, pero bueno, como no podía alejarla y mucho menos quería perder el tiempo en ser su enemigo. Decidí dejarla en mi vida para hacerme algunos favores como estos, no me culpen, su familia es de dinero, es lindo pasar los fines de semana en la cabaña playera de sus padres.

La venta comienza, las flores en esta área de la ciudad se van muy rápido, es increíble la forma que es conseguir dinero de una forma tan sencilla. Aunque parezca ridículo, puedo tener un futuro muy prometedor, pero si por mí fuera, tendría terrenos como el señor Hank para sembrar flores, y viviría de eso.

El señor Hank es un viejecito de 80 años de edad, él se encarga de repartir distintos tipos de flores y plantas del hogar por la ciudad, toda su familia está metida en el negocio, y él se encarga de proveer en esta ciudad. Vive aquí con su familia, aunque todos los fines de semana, viajo con él a su pueblo natal, lo que es casi medio día de camino, apenas y llego a mi casa, para poder dormir para el día siguiente, entrar a mi itinerario normal.

Miro mi reloj, las flores se van acabando y siento mis ojos cerrarse un poco, cabeceo un poco y me levanto de la silla, para evitar dormirme. Miro las flores, ya solo quedan girasoles, nadie les gusta, es mejor venderlas en el colegio.

  — ¡Espera! —dice una chica deteniendo la última caja de flores que me quedan.

— ¿Todo bien? —digo mostrando indiferencia. Qué chica tan loca, llego corriendo como si se tratase de salvar su vida.

— ¿Tienes girasoles? —ruedo los ojos, acaso no ve la estúpida caja.

— No, tengo tulipanes.

Ella suelta un suspiro, y me mira molesta, para después comentar: — Si necesitas de mi dinero, no tienes que ser grosero niño.

— Cierto, no necesito tu dinero.   —contesto dándole la espalda, me duele la cabeza, tengo sueño y aún me queda tarea por hacer, lo último que quiero es una chica fastidiosa.

  — Espera, estás vendiendo, ¿no? Que te cuesta venderme esos girasoles.

— Mucho, pero ya que insistes te los venderé más caro por la hora.

— ¡Eso es injusto!

  — ¿Quieres los girasoles o no? — suelto un pequeño sonido de burla.

Veo que la chica aprieta los dientes, suelta otro suspiro y comenta: — Dámelos. Mientras ella saca el dinero de su bolso, miro todas sus facciones. Y me doy cuenta de que es realmente hermosa. Su piel es clara, cabello castaño y corto hasta los hombros, labios delgados y muy rosados, y ojos grandes, aunque se ve claramente que está usando unos lentes de contacto con color. Ella voltea a verme extendiéndome el dinero, le envuelvo sus girasoles y se despide.

— Con esa actitud, no entiendo como vendes tantas flores.

— La gente me ama, que te puedo decir.

— La gente me ama, que te puedo decir

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𝐋𝐚 𝐜𝐡𝐢𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora