Capítulo 08

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Mew se despertó con un sudor frio fragmentado, desplazando las imágenes como un calidoscopio roto. Sentándose desnudo en la cama, podía oír desesperadas voces gritando por él con tácitas súplicas.

Y entonces lo sintió. La fría, exigente mano sobre su hombro desnudo que sacudió con fuerza sus sentidos fuera de la pesadilla.

—Regresa a la cama, Mew.

Mew pasó la mano a través de su largo cabello rubio mientras trataba de centrar su atención en la voz más fuerte que había oído. Pero ya se había perdido... ahogada por todas otras súplicas que no eran más que un aburrido ronroneo en sus oídos.

—Algo está sucediendo.

Artemisa hizo un sonido de profundo disgusto salido de su garganta, un sonido que era completamente inapropiado para una diosa que había creado un ejército supuestamente para proteger a la humanidad de los Apolitas y Daimons que su hermano gemelo habían modelado a su propia imagen y luego investida con poderes divinos. No obstante, ella inmediatamente había abandonado a ese ejército en las cautelosas manos de Mew y luego los había utilizado para atarlo a ella por siempre.

—Siempre está ocurriendo algo—. Dijo ella en tono agravado. —Cuando el gato está fuera, los roedores se escurrirán.

Él dejó escapar un exasperado suspiro cuando se volvió a mirarla por encima de su hombro. Ella estaba tendida de espaldas en la cama, su cuerpo cubierto por la blanca, sábana que era más suave que la más fina seda, y no dejaba nada de su cuerpo oculto de su mirada. Su pelo rojo se desplegaba alrededor de ella a la perfección, pero a pesar de ser una diosa, ella era la cosa más remota posible a la perfección.

—Los ratones jugarán, Artie.

Ella se volvió instantáneamente enfadada con él cuando intentó jalarle de vuelta a sus brazos.

—Lo que sea.

Ignorándola, Mew se levantó y se dirigió hacia la puertaventana que se abrió sobre una terrada de oro cercana a él. Él pasó a través de ellos para apoyarse contra el frio pasamanos de piedra y se quedó mirando el arco iris en la cascada. Era realmente hermoso estar en el Olimpo y aun así no podía importarle menos.

Sus pensamientos estaban sobre el que se burlaba de él con diseminadas imágenes que no podía enfocar no importa cuán duramente lo intentase.

Algo estaba ocurriendo y afectaría a esos que eran cercanos a él. Lo podía sentir con cada fibra de su ser. Maldita sea.

—¿Qué estás haciendo, Yibo? —preguntó en apenas un susurro apenas perceptible, sabiendo que no habría respuesta del otro lado.

Yibo había puesto algo maligno en movimiento. Durante cientos de años el Señor de los Daimons había permanecido inactivo. Pero algo había sucedido cuatro años atrás para traerle de vuelta. Ahora él estaba decidido a herir a Mew de cualquier manera que pudiese.

Artemisa se trasladó detrás de él. Posó una mano fría en su hombro derecho mientras acariciaba con la nariz su mejilla izquierda antes de que mordisquease su piel con sus dientes.

—Regresa a la cama, amor...

Esa era la última cosa que él quería en ese momento... bueno, honestamente, era lo último que quería continuamente. Pero hacía mucho tiempo, se había resignado al hecho de que nunca sería libre de la prisión a la que Artemisa le había condenado.

Cerrando los ojos, respiró profundamente y contó hasta diez antes de que depositase la súplica que se resistía a salir de su garganta. Nunca había sido el que mendigase algo a nadie y aun así ella se las ingeniaba para degradarle con eso cada vez que estaban juntos.

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