Epílogo

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Agotado por el sexo, Saint estaba tendido desnudo en el suelo, jadeando. Todo su cuerpo ardía y ahora oía voces en su cabeza que hacían eco y gritaban.

¿Qué he hecho?

Cuando Satara había venido a él y le había contado sobre sus conexiones con los Daimons y los Dioses, él debería haberla rechazado, pero su oferta para devolverle el golpe a Mew había sido demasiado buena para dejarla pasar. Él sabía que como Dark Hunter nunca tendría la habilidad en sí mismo para matar a Mew. Pero con su vida forzosamente atada a la de un dios...

Podría hacerlo.

Y sentía ahora ese poder rezumando a través de él. Zumbaba y cantaba con una inimaginable belleza. Él no era humano. No era un Dark Hunter.

Era...

Saint frunció el ceño cuando vio su reflejo en un globo de plata que estaba en el estante más bajo de la librería del Daimon. Rodando hacia eso, lo acercó hasta poder ver sus ojos.

Su aliento quedó atrapado en su garganta cuando vio su distorsionada cara.

No podía ser.

La puerta de la habitación se abrió para mostrarle al semidiós Daimon que le había permitido compartir sus poderes. Ya no llevaba gafas de sol, él miró a Saint con los mismos ojos con remolinos de plata que tenía Mew.

Los mismos ojos que tenía Saint también, ahora.

—¿Quién eres tú? —jadeó Saint.

—Soy el único hombre en tu lista después de Mew, a quién quieres matar, y ahora eres mi siervo, Saint. Bienvenido a mi inferno.









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El siguiente libro es el de Jong y Dunk

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