• 25: amigas.

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Había pasado todo el día yendo de un lado a otro en la base para evadir al Teniente y mantener su mente ocupada.

Era una idiota.

Sabía que no tendría que haberse enamorado, ella misma había puesto las reglas de esa relación, pero no había podido evitarlo.
Había caído en la dulce mirada de ese hombre, había caído en sus redes y se arrpentía.

Simon era tan dulce con ella, tan tierno, tan atento...
Pero era igual que Alejandro.
Igual que todos.

Gruñó cuando vió al hombre meterse a su habitación. ¿A dónde mierda se supone que dormiría?
No quería verlo porque sabía que iba a enojarse e iba a terminar diciendo cosas que no quería.

Se dió la media vuelta y salió por aquel pasillo, caminando directamente a la salida de la base.
El frío nocturno la golpeó pero no relajó su paso.

Era el día libre en común, no había nadie en la base.

El gimnasio estaba vacío y cerrado, por lo que lo descartó al instante. El silencio rodeaba todos los espacios del lugar.

Solo caminó, recorriendo los caminos pavimentados mientras miraba las estrellas.
Quería llorar, quería llorar tranquila bajo las sábanas de su cama para tener un momento con ella misma y convencerse de que los hombres no valian la pena, de que era mejor estar sola.

Con un largo suspiro se dejó caer en las escaleras de entrada a una pequeña cabaña oscura, mirando el cielo.

¿Acaso nunca tendría éxito en el amor?

¿Bastaba con que le dijeran que la querían para encontrar a alguien mejor que ella?

¿Acaso nadie la querría nunca?

— Hola, Sargento.

Dió un salto ante el susto, tocándose el pecho ante aquella fea sensación.

—Mierda, Emily... ¿Qué haces ahí? — murmuró, señalando la cabaña de dónde la muchacha se asomaba por una de sus ventanas.

— Estos son los dormitorios del área médica, más bien yo debería preguntarte a tí que haces por aquí. — murmuró divertida, con su bonita sonrisa apareciendo. Sus dientes blancos parecían reflejar la luz de la luna.

— ¿Está tu amiga? — preguntó desconfiada.

— ¿Anna? — preguntó y la mujer se encogió de hombros.

— No sé, la rubia.

— Nah. Se fue. — murmuró, adentrandose a la cabaña.
No pasó mucho hasta que la pelinegra salió con un delgado pijama por la puerta y se sentó junto a ella.

Del bolsillo de su pijama sacó un cigarro y un encendedor, prendiendolo para colocarlo sobre sus labios.
Dió una larga calada y soltó el humo hacia un costado, centrando su mirada en el perfil de la mujer.

— ¿Vas a decirme que haces aquí? — preguntó, mirándola con una bonita sonrisa en su rostro.

— ¿No tienes frío? — preguntó curiosa y la muchacha sonrió, acercándose un poco más a ella.

— Si, bastante. Puedes abrazarme si quieres. — murmuró, y ante las cejas fruncidas de la mujer soltó una ligera risa. — Solo bromeo, te saldrán arrugas por enojarte tanto.

— Tu amiga... — susurró pero la pelinegra la interrumpió.

— Ella no es mí amiga. — murmuró y la Sargento la miró con atención.

— ¿Ah no?

— No. Ella es mala con todo el mundo, muy mala. Parece un gato rabioso. — dijo enojada, dando otra calada. — Es mí única compañera en la base, hay muy poca gente para trabajar en el área médica y es mí superior.

Please | GhostWhere stories live. Discover now