Capítulo 29

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Este lobo está jugando con fuego flores, y lo pero de todo es que lo sabe, la cuestión es....
¿Acabará quemado él?, ¿O será ella?

¿Acabará quemado él?, ¿O será ella?

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Basta.

¡Basta!

¡¡¡Basta!!!

Pero por más que Melissa lo pensaba, los labios del lobo seguían surcando aquella parte de su cuerpo que provocaba un ardor espeluznante y no parecían tener ninguna intención de detenerse.

—¡Basta! —bramó en un alarido que ella pensó que saldría de su garganta tan potente como realmente lo sentía en su mente.

Pero en lugar de eso, solo brotó un desgarrador ahogo ante el febril roce de los labios del lobo que incitaban a su piel erizada un descontrolado temblor.

No era dueña de su cuerpo, como tampoco lo estaba siendo de sus propios sentidos y eso solo ha hacía sentirse aún más frágil en aquella maraña de sentimientos encontrados que ese hombre provocaba en ella cuando solo debería haber odio, rencor y obstinación.

—Vuestro lamento, vuestra queja o vuestros insultos no van a serviros en el lecho Rouge, aquí os sometéis a mi voluntad y a los instintos que dicta vuestro propio cuerpo —concedió entre dientes aquel lobo que seguía raspando con la incipiente barba de su mentón el escote de Melissa y provocando un enrojecimiento entre sus pechos que a pesar de querer considerarla como molestia, ciertamente la mantenía en tensión constante por lo que aquel bastardo pudiera obrar de nuevo bajo el yugo de su fuerza.

—El único instinto que dicta mi cuerpo es el de despreciaros maldito bastardo —gruñó Melissa entre dientes—. Y nada podrá cambiar eso.

—Percibo el olor de vuestro deseo —jadeó paseando sus manos por la cintura de Melissa abriendo por completo su camisa ahora rasgada e inservible.

Seguramente costaría menos desprenderse de la prenda hecha jirones que intentar repararla de algún modo inútil.

Cuando sintió como apretaba con fuerza sus nalgas, intentó mover sus piernas para quitárselo de encima inútilmente, ya que la gran fuerza de la envergadura del lobo era comparable a la de una hormiga intentando mover una piedra.

No conseguiría nada con la fuerza bruta y tampoco estaba resultando útil imaginar que de algún modo ese encuentro no existía.

Que él en sí mismo era inexistente.

Era tan real y tan vívido como aquellos ojos grises que la habían perseguido durante años en cada rincón del pueblo.

Y ahora estaba allí. Hostigándola de nuevo con aquella mirada gris que no perdía ni un atisbo de sus movimientos como si estuviera realmente gozando del tormento que en ella provocaba.

—Quizá necesitéis decir eso en lugar de admitir que me tenéis maniatada en esta cama sin poder un solo músculo de mi cuerpo para impedir que me toquéis. ¿Eso os refuerza vuestra absurda teoría? Porque la única verdad es que detecto vuestra cercanía.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora