Capítulo 61

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Aquella noche, el lobo decretó que cenaría solo en el pequeño saloncito como había hecho hasta su llegada. Indicó que ella y Helena cenaran en sus estancias privadas, de ese modo Aurora podría inspeccionar todos los platos y decretar si también habían sido contaminados con la misma hierba.

En el momento que su amiga mencionó que estaba cansada y se marchaba a su propia alcoba, vio la sorpresa reflejada en su rostro cuando Orson la alertó de que la acompañaría, aunque eso significara dejarla sola en el torreón.

Miró por última vez a Helena que parecía realmente confusa y se encogió de hombros, cuando la perdió de vista, Orson cerró la puerta con llave y oyó como los pasos seguían los escalones.

Quizá no se había equivocado, ni eran imaginaciones suyas. Tal vez Orson ocultaban sus sentimientos hacia Helena solo por deber.

Con una ligera sonrisa comenzó a desvestirse y se pasó un paño húmedo para refrescar su cuerpo antes de deslizar un camisón de tejido suave por su desnudo cuerpo. Se envolvió en una manta y se sentó junto al fuego, sin ser consciente de que aguardaba su presencia, anhelante porque regresara junto a ella como hacía cada noche.

En el momento que él apareció la observó con el ceño fruncido, no supo si era por permanecer aún despierta o porque había hecho algo que fuera presa de su desdeña.

—¿Por qué no tenéis escolta en la puerta? —bramó con cierta rabia.

—Orson acompañó a Helena a su alcoba, pero cerró la puerta con llave y probablemente pensó que no tardaríais en venir.

Su semblante no cambió, sino que pareció aún más oscuro y con la furia reflejada en sus ojos.

—Esa no es razón suficiente. Menos aún después de lo sucedido esta mañana —aclaró en un gesto que evidenciaba desasosiego.

—Lo de esta mañana demuestra que sea quien sea la persona que vertió esas hierbas, no desea mi muerte, así que no debéis preocuparos más por mi vida que yo misma —advirtió removiéndose en su asiento—. Después de todo vuestra preocupación se acabará cuando os de el hijo que deseáis, entonces dejará de importaros si alguien intenta atentar contra mi vida.

—Cuando eso ocurra, aún seguiréis siendo mi esposa. —Fue toda su contestación.

—¿Y si me marcho del castillo? —exclamó esta con un deseo interno de que él le pidiera quedarse.

No como una orden o un deber, sino un ruego de que la deseaba junto a él. Ese pensamiento fue aterrador, tanto que notó la opresión en su pecho.

—Seréis libre como os prometí, pero vuestro hijo se quedará aquí, conmigo —decretó él con el rostro serio—. No os buscaré, ni os forzaré a regresar a este lugar.

Por supuesto. ¿Qué motivos tendría para hacerlo si no la amaba? Puede que incitara el deseo en él, pero moriría con el tiempo, probablemente cuando engendrara a su hijo en su vientre, el lobo la apartaría para regresar al lecho de la amante que le aguardaba con fervor.

—Tal vez ese momento esté más cerca ahora que hallamos la razón del porqué no he concebido a vuestro hijo —afirmó sin mirarle.

Si había pesadez o no en sus palabras, no le importó que él pudiera detectarlo.

—¿Tanto anheláis que no regrese a este lugar para poseeros? —gruñó este atrayendo su atención.

Melissa alzó el mentón y le miró con firmeza, deseando que sus palabras fuesen ciertas.

—No veo la hora en que dejéis de hacerlo —advirtió contundente y el lobo ladeó la comisura de su boca en una especie de sonrisa.

—Mentís muy mal, esposa —contradijo a pesar de mantener la misma altivez creyendo que ese gesto le daría veracidad a su discurso.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora