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En la mañana desperté con un dolor insoportable en las caderas y unas ojeras de los mil demonios.

Pero, maldición, pasé una noche increíble. No me dejarán mentir.

Realmente no estaba tan preocupada por haber tenido relaciones, mi mamá tenía una caja de píldoras anticonceptivas en su baño, así que me escabullí y me las tomé con un vaso de agua.

Aunque, si a lado de mi cuarto había una niña de cinco años apenas despertándose, es que no les dio un buen uso.

Dios, ¿qué pensarían mis padres de que haya perdido la virginidad, en su propia casa? Supongo que sería aún peor si se enteraran con quién exactamente, probablemente me condenarían al infierno como los católicos hacen con todos los temas tabú.

Me vestí y bajé rápidamente a desayunar, tenía mucha, mucha hambre. A diferencia del día anterior, engullí lo que se me cruzó en la mesa y salí camino a la universidad.

Me puse a pensar como es que él se encargaría de que mi compañero no dijera nada, o si realmente lo hizo. No dudaba de su capacidad, claro que no, pero me preguntaba... ¿serían sus métodos dolorosos? ¿Dolorosos pero efectivos? No tenía ni idea, aunque me haya hecho el amor y fuera el dueño de mi alma, no lo conocía más allá de comentarios de burla y esa actitud coqueta que me sacaba de quicio.

Llegué al edificio donde había pasado los últimos cinco años estudiando, ingresé hundida en mis pensamientos. Brenda me recibió igual que siempre, pero parecía más callada que de costumbre. No pregunté hasta que se me hizo demasiado incómodo el ambiente.

—¿Qué pasa? — me recargué en la pared de una escalera solitaria que usábamos para ir a nuestro salón de clases en el segundo piso, ella me miró con desentendimiento. Rodé los ojos, divertida. — ¿Cuál es la tragedia de hoy?

Inquirí dramáticamente, rió un poco, pero nada más allá de eso. — Dime, ¿alguien te seguía al venir aquí?

—¿Qué clase de pregunta es esa? — volví a reírme, pero dejé de hacerlo al ver su cara.

—¿Alguien te seguía? — repitió.

—Claro que no, si fuera así no estaría aquí contigo. ¿Qué pasa?

Miró a su alrededor, mordiéndose el labio inferior antes de aclarar por qué tanto misterio. Ojalá me hubiera quedado con la duda. — Raúl desapareció.

—¿Qué? — mi voz retumbó ruidosamente en las cuatro paredes de la escalera. — ¿Por qué?

—Es lo que escuché de los demás, no sé más allá de eso. Estaba preocupada de que tampoco aparecieras.

El Charro parecía desinteresado en el momento en que se lo dije, como si estuviera apurado por desvirgarme, pero me había escuchado más de lo que creí... me hizo sentir extraña.

Me llevé las manos a la cabeza, me aparté el cabello de la cara y me quedé un rato en silencio, reflexionando antes de irnos juntas a clase, para que ella no sospechara de mi reacción. Porque realmente nunca habíamos hablado más de cuatro oraciones, nunca habíamos sido cercanos.

Maldita sea... ¿qué había hecho?

Todo el día estuve distraída, pensativa por la noticia que hasta el insaciable apetito que tenía en la mañana, se me fue mágicamente. Estaba horrorizada por la simple idea de que él se haya llevado su alma y le hiciera algo horrible, o qué sé yo.

Teníamos que hablar. No podía llamarlo pero ya tenía bien pensado lo que le diría.

Al llegar a casa después de la escuela, nadie pareció notar lo distraída que estaba ya que a diferencia de mí, parecían estar de muy buen humor. Al notarlo durante la comida pregunté. — ¿Qué pasa? ¿Ganamos millones de dólares o algo?

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora