Capítulo 3

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Quinn

Los días pasaron y yo seguía ingresada en el hospital. Me hicieron muchísimas pruebas para ver hasta qué punto podría volver a recordar y estuve haciendo rehabilitación para mejorar la movilidad de la pierna. Además, durante ese período de tiempo, leí toda la información personal que me proporcionaron y esto es lo que supe sobre mí: me llamo Quinn Evans Douglas, tengo 20 años, vivo en una casa compartida en Birkenhead y trabajo en una cafetería.

De mis padres solo descubrí que murieron en un accidente de tráfico. Esperé a que me doliera. Sin embargo, no lo hizo. Supuse que fue debido a que realmente no los recordaba y, después de saber que no los podré conocer de nuevo, prefiero no hacerlo. Podré sonar egoísta, pero no me imagino lo que me tuvo que doler perderlos de esa forma.

Y, aunque me hubiera gustado no pensar en la conversación que tuve con ese tal Isaak, no pude evitarlo. Me explicó que él fue quién me trajo al hospital y también el porqué las bombas de humo no le afectaron:

—Estabas discutiendo con tu novio, os interrumpí porque él estaba a punto de darte una bofetada y me llevé un par de puñetazos por su parte. Me escapé al lavabo para protegerme y me encerré allí. Después escuché muchos disparos, me asusté mucho, así que lo único que se me ocurrió fue quedarme ahí. Fue un acto bastante cobarde, pero ya no puedo cambiar lo que hice.

«Cuando pasó un buen rato y lo único que se escuchaba era la música, salí del baño. Todo lo que pude distinguir fueron los cuerpos en el suelo y el olor a metálico de la sangre. Fui corriendo a donde estabas antes de irme y te encontré inconsciente. Te habían disparado en la pierna derecha. Sin pensármelo mucho, te cogí en brazos y salí a la calle. Te llevé al hospital y aquí has estado desde entonces.

—¿Por qué lo hiciste?— fue lo único que le pregunté.

—¿Qué?

—¿Por qué me trajiste al hospital sin conocerme de nada?

—Es la misma pregunta que me hago yo a diario desde que sucedió.

Así que gracias a su discursito, descubrí también que tengo –o tenía– pareja. Desde ese día, no ha vuelto a aparecer por aquí. Imagino que solo quería saber si estaba bien y no tener cargos de conciencia por haberme dejado sola a mi suerte.

Idiota.

Días más tarde me dieron los resultados y me dijeron qué actividades me ayudarían a recuperar algunos de mis recuerdos. Lo primero que me recomendaron hacer fue intentar volver a mi rutina, es decir, volver a casa –con muletas, cabe recalcar–, conocer a las personas con las que convivía y, cuando pudiera prescindir de las muletas, volver al trabajo.

Le estaba cogiendo cariño a esta habitación.

Así que eso hice. El doctor Green me dijo que cada día a las 8 de la mañana me recogería una ambulancia para la rehabilitación de la pierna. También que cada tres días, después de la rehabilitación, tendría que asistir a las revisiones para ver si hay mejoras en mi memoria. Me dió su número de teléfono por si me surgía alguna duda o necesitaba ayuda con algo.

Cogí las pertenencias que tenía en el hospital como pude y el doctor Green me pagó el taxi hasta mi casa. Estaba asustada, no lo podía negar. ¿Y si no funcionaba y no llegaba a recordar nada? Me daba miedo saber la respuesta a esa pregunta.

Quince minutos más tarde, me bajé del taxi y me dirigí hacia la puerta. Piqué al timbre, pero no salió nadie. Volví a picar y, de nuevo, no me abrió nadie. Me asomé a la ventana, pero estaban todas las luces apagadas. Insistí y escuché unos pasos que se acercaban.

Me abrió la puerta una chica un poco más bajita que yo, con el pelo rubio y liso por la altura de la cintura y unos ojos marrones bastante grandes. Parecía que se acababa de despertar y, cuando cayó en cuenta de quién era yo, abrió los ojos como platos y se abalanzó sobre mí.

—Dios, Quinn. ¿Dónde has estado?— me preguntó mientras me abrazaba. Me sonaba su voz, pero no mucho más. Me soltó de repente y pareció... ¿enfadada?— No me has llamado en todo un mes. ¿Sabes lo asustados que estábamos?

Segundos más tarde, puso un puchero y vi cómo se ponía a llorar.

¿Cómo podía cambiar de humor tan rápido?

Estaba entrando en pánico porque no sabía cómo decirle que no me acordaba de absolutamente nada. Solo esperaba no ofenderla aún más.

—Eeh, ¿pue-puedo pasar?— le pregunté. Ella asintió aún con lágrimas cayendo por su cara y ahí fue cuando se dió cuenta de que iba en muletas.

—Oh por Dios, Quinn. Déjame ayudarte.

Me ayudó a entrar y a sentarme en el sofá. Ella se sentó junto a mí. Observé el salón y me sorprendió el sentimiento que me acogió. Me sentía como si estuviera en casa y me relajé al instante. Me giré hacia la chica y le expliqué un poco por encima lo que sabía. Sus reacciones solían pasar de la sorpresa a la tristeza, y de la tristeza a la rabia. Así sucesivamente hasta que acabé de relatarle lo que me había pasado.

—Entonces, ¿no te acuerdas de absolutamente nada?—me preguntó ella. Negué con la cabeza—. Bueno pues me presento otra vez. Me llamo Daphne y hemos sido mejores amigas desde los 3 años.

Mientras la chica me explicaba cómo y dónde nos conocimos, escuché pasos que bajaban por la escalera. Me giré por instinto y me descubrí reconociendo a la persona que bajaba los escalones.

—¿Austin?

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⏰ Last updated: Aug 07, 2023 ⏰

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Crónicas de una mente nubladaWhere stories live. Discover now