Capítulo 5

637 72 57
                                    


*   *   *


Abrir y cerrar los puños, casi en bucle, había sido todo lo que Draken había estado haciendo durante aquellos últimos minutos, observando a Pah mientras yacía inconsciente, totalmente destrozado, después de haber recibido primeros auxilios de por parte de Wakasa, el curandero. El segundo al mando de Toman observó a su amigo junto a su mujer.

Ambos en el suelo, ambos apagados, ambos despojados de sí mismos. No pudo evitar que los nudillos se le volvieran blancos, la mandíbula se le apretara, y el espeso olor de la amargura Alfa se extendiera por toda la carpa médica.


¿En qué habían... fallado?


Si el Omega de Mik-... si el nuevo Omega no hubiera notado algo raro y corrido detrás de Pah, no solo habría perdido a una de sus personas más importantes, sino que habría vuelto a fallar a Yumi.

A la pobre Yumi a la que ya habían fallado una vez como manada, y la que yacía postrada en el suelo como un desecho de la brillante figura que había sido una vez.

¿Cómo... había dejado que aquello pasara? Si tan solo hubieran tenido más cuidad-

No.

Si... Si tan solo no hubiera sobreestimado la capacidad Beta para mantener la calma, aquello no hubiera pasado. Si tan solo hubiera leído mejor su actitud, y no hubiera permitido que Pah se quedara solo tras la reunión...

Sus ojos oscuros, abrazados por una agobiante penumbra, observaban a Peh-yan quien, como Omega, había estado desde el principio arullando al par de Betas con todo el ahínco que él, a base de su olor, podía dar muy a pesar de la aplastante devastación que él sabía que sentía. Draken sabía bien que las feromonas Omega de Peh no eran fuertes ni mucho menos, pero el espíritu y la fuerza de voluntad que solo podía pertenecer a un Omega nunca había resplandecido más fuerte que en aquél momento. Que en aquél momento que sabía que el pobre hombre estaría sintiendo que lo perdía todo.

Él, como Alfa, no podía soportar ver aquella escena por más tiempo.

— Peh... Por favor, necesitamos que vayas con el resto de Omegas. El campamento ya no... No es un lugar seguro en este momento. —le intentó convencer.

El otro, completamente de espaldas a él, no pareció mover un solo músculo.

— Tú mismo lo has dicho, Draken-san. Esto... no es seguro. —declaró, sin titubear en lo más mínimo, pero sin darse la vuelta para encararlo. Su porte y tono no dejaban lugar a dudas: no tenía ninguna intención de moverse—. No os preocupéis por mí, puedo apañármelas. Yo... me encargaré de Pah-chin y de su señora a partir de ahora.

Y lo declaró con tal fuerza, que hasta Draken, como Alfa, se sintió patético. Desvió sus ojos oscuros hasta volver a posarlos sobre la pareja herida que estaba tendida en el suelo, como hubieran podido ser dos cadáveres en un campamento militar.

Y aunque él también estaba tratando de despedir feromonas calmantes, no creyó estar siendo de ayuda alguna. El pesar que le inundaba lo profundo de sus instintos, estaba dividido entre el dolor por lo que había pasado, y la angustia y el miedo por lo que estaba por pasar.

Aquello lo llevó a establecer sus profundos ojos negros en la otra persona en la sala, que observaba, sin pestañear, con ojos muertos, a las dos figuras inertes.

Mikey llevaba sin reaccionar desde que habían estabilizado a Pah, sobre ellos una mirada pesada de párpados caídos, vigilantes, su naturaleza Alfa protectora no dejándole tomar reposo viendo a su manada herida. Y Draken lo entendía, demasiado bien.

El cielo en tus ojos  | AllTakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora