Tarde de juegos en la cocina

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Laura y Carolina estaban tiradas en el sofá, aburridas, viendo una película que ya habían visto varias veces. El chaparrón que caía fuera había hecho que pasaran la tarde dentro, y la tele era la única distracción en ese momento.

De repente, la pantalla se apagó y la habitación quedó en penumbra. Después de que Laura fuese a comprobar inútilmente los interruptores principales de la casa, Carolina se quejó en voz alta.

—¿Qué hacemos ahora? La tarde va a ser un rollo —dijo, dando un suspiro.

Pero antes de que pudiera decir algo más, Laura apareció con una manzana roja y brillante en la mano.

—¡Mira lo que encontré en la nevera! —dijo acercándose a Carolina— Tambien hay fresas y cerezas… y el gas aún funciona. Podríamos hacer unos cuantos pastelitos. ¿Te apetece?

Carolina sonrió, encantada con la idea.

—¡Siií, porfiii,  me encantaría! —respondió, levantándose del sofá— ¿Por dónde empezamos?

—Por la cocina, claro —replicó guiñándole un ojo.

Una vez allí, Carolina se puso manos a la obra. Cogió el cuenco de cerezas y fresas, las lavó y las dejó escurrir en un colador. Laura, mientras tanto, empezó a pelar y cortar manzanas en gajos y los puso en una cazuela con un poco de azúcar y agua.

—¡No, por favor, no me cortes! —dijo Carolina en una vocecilla con tono agudo y cómico, moviendo una manzana de un lado a otro como si intentara escapar.

Laura se rió ante la ocurrencia y cogiendo la manzana de sus manos respondió en broma:

—Lo siento, señorita manzana, pero es por una buena causa. Vamos a hacer unos deliciosos pastelitos juntas.

Carolina continuó con sus imitaciones mientras seguían preparando los ingredientes. A medida que avanzaban, las risas se hacían más fuertes y frecuentes, haciendo que se olvidaran del aburrimiento que tenían antes de que se fuera la luz.

El sonido de la lluvia golpeando contra las ventanas era constante y reconfortante, y las dos mujeres se sentían cómodas en su pequeño refugio de la cocina, que en apenas un momento se había llenado de ingredientes y utensilios. 

Laura miró la montaña de pasteles y tartas que habían preparado y se encogió de hombros.

—No sé Carol, creo que nos hemos pasado un poco. Ya casi no caben en la cocina y no estoy segura de que el horno sea lo suficientemente grande para tantos.

En lugar de atender a la queja de Laura, Carolina tomó a su novia de la cintura y la atrajo hacia sí para darle un beso en los labios.

—No seas ridícula —replicó con una sonrisa—. Nunca se puede tener demasiada repostería casera. Y créeme, todo merecerá la pena cuando los probemos. Se te olvidarán las horas de trabajo en la cocina.

Laura suspiró, frotándose el brazo dolorido.

—Hablo en serio. Tengo el brazo cansado de remover tantos ingredientes y hacer todas estas masas.

De pronto, Carolina agarró un par de cerezas del montón de frutas para los postres y las suspendió sobre sus propios labios. Con ojos socarrones clavados en los de Laura, las fue lamiendo una a una con parsimonia y lascivia, como si estuviera saboreando algo mucho más íntimo. La imagen fue demasiado para Laura, que tuvo que desviar la mirada, divertida y sonrojada. Tal vez tenía razón y el trabajo duro de la cocina merecía la pena si eso era lo que se podía esperar después…

Mientras Carolina seguía distraída con su improvisado espectáculo erótico de cerezas, Laura aprovechó para tomar un puñado de harina y soplársela en la cara a su novia. 

Relatos eróticos lésbicos (+18)Where stories live. Discover now