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La sala del hospital parecía un universo aparte, donde las voces resonaban como ecos lejanos y la luz se filtraba a través de las cortinas de manera tenue. Mi madre y mi padre estaban sentados en sillas junto a mi cama, sus rostros inexpresivos mientras el médico hablaba. Sus palabras caían en el aire como un susurro distante, y yo luchaba por procesar la gravedad de lo que estaban diciendo.
"Hemos observado signos de depresión en Tweek", dijo el médico, su tono clínico y profesional.
Mis padres apenas reaccionaron, sus miradas imperturbables. Era como si las palabras no pudieran penetrar la barrera de su indiferencia. Observé sus rostros en busca de alguna señal de preocupación, pero encontré solo frialdad y desinterés.
"No es sorprendente considerando su anemia avanzada", continuó el médico, como si estuviera hablando consigo mismo más que con ellos.
Mis ojos se desviaron hacia la ventana, mis pensamientos en un torbellino. Me sentía atrapado entre la confusión y la tristeza. ¿Cómo podría ser que algo tan importante para mí no pareciera importarles en absoluto?
Mis padres asintieron como si estuvieran cumpliendo con una formalidad, y el médico se marchó. La sala quedó sumida en un silencio incómodo mientras me sumía en mis pensamientos oscuros. Me sentía como un náufrago en medio de un océano de emociones, sin nadie a quien aferrarme.
No pude evitar sentir una mezcla de ira y desesperación. ¿Cómo podían estar tan desconectados de lo que estaba pasando dentro de mí? ¿Cómo podían ignorar la lucha que estaba librando? Me sentí como una sombra en mi propia vida, eclipsado por su indiferencia.
Las horas pasaron lentamente, y mientras la noche caía fuera de la ventana, me encontré luchando por contener las lágrimas. Las voces de mis padres eran un murmullo distante mientras me sumía en mi propio dolor. Quería gritarles, quería que entendieran lo que estaba pasando, pero tenía la sensación de que mis palabras caerían en oídos sordos.
Finalmente, mis padres se pusieron de pie y dijeron que tenían que irse. Sus palabras eran frías y distantes, como si estuvieran escapando de la incomodidad que colgaba en el aire. Los vi marcharse, sintiendo que una parte de mí se desmoronaba junto con su ausencia.
La oscuridad llenó la habitación mientras las lágrimas finalmente caían en silencio por mis mejillas. Me sentía atrapado en un abismo emocional, luchando contra la depresión y la anemia que me habían sumido en la oscuridad.
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