Capítulo 3. Decisiones que uno querría evitar

81 11 17
                                    

Samuel

La reunión que había organizado el Instituto de San Isidro era esa misma tarde y yo aún no había decidido qué es lo que iba a hacer. En realidad, lo había decidido unas cinco veces.

En ese momento me decantaba por no ir, pero el día anterior había decidido que si iría, al menos para plantarles cara a mis ex-compañeros. Por el contrario, hacía dos días había pensado que lo mejor sería no acudir, aunque durante el fin de semana (y con unas copas de más) ir a la reunión me había parecido una idea fantástica.

Estaba quedando muy claro que tomar decisiones no era lo mío. Si mi madre hubiese sido consciente de aquella situación, no habría tardado mucho en sacar a colación lo tremendamente equivocado que estuve al dejar la carrera y, por tanto, haber tirado mi vida por la borda. Al menos, el hecho de tener unos padres ricos y no ver absolutamente ni un duro de su fortuna lo llevaba bastante bien. Era asquerosamente pobre, pero lo que tenía me lo había ganado con esfuerzo y sudor.

—Samu, como pienses un poco más te va a empezar a salir humo por las orejas —me dijo Álvaro antes de lamerse los labios para quitarse la espuma de la cerveza que se estaba bebiendo—. Literalmente, si me fijo, puedo ver cómo se mueven los engranajes de tu cabeza.

—¿Sigues dándole vueltas a lo de la reunión? —me preguntó Sonia, que volvía de la barra con una nueva cerveza.

La Venencia, una taberna de los años treinta situada en la zona de Huertas de Madrid, estaba repleta de barricas de madera y botellas cubiertas de polvo. Aquel bar se había convertido en un sitio habitual para nosotros, casi como si se tratase de un ritual. No es que fuese recurrente encontrar jóvenes allí, de hecho, todo lo contrario, pero fue esa taberna la que contempló el inicio de nuestra amistad.

Tras habernos conocido en el concierto de El Canto del Loco, los tres compartimos números de teléfono y creamos un grupo de WhatsApp. Pocos días después, Álvaro ofreció que nos volviésemos a ver para tomar algo, y fue en La Venencia dónde terminamos emborrachándonos.

Aquella vieja taberna no sólo había sido testigo de como se forjaba nuestro vínculo, sino también de cómo nacía en todos nosotros un sueño común. El sueño de crear un grupo y triunfar en la música todos juntos.

—Tíos soy horrible —dije yo llevándome las manos a la cabeza—. ¿Cómo puedo estar tan rayado por algo tan estúpido? Es que os juro que me canso a mí mismo.

—Mira, Samu —comenzó Sonia sentándose en una banqueta de madera y colocando una pierna a cada lado—. Si realmente no quisieras ir, habrías sudado de la carta desde el primer momento, pero si le estás dando tantas vueltas es porque algo dentro de tí cree que ir es la decisión correcta.

—Ya, pero y si... —intenté explicar mi punto de vista por septuagésimo novena vez en tres días, pero como había sucedido todas las veces anteriores, ni ellos ni yo íbamos a acabar convencidos por mi explicación. Álvaro y Sonia se miraron al mismo tiempo y pusieron los ojos en blanco, decididos a interrumpir mi discurso antes de que apenas comenzase.

—Tío, ¿que más da? —me espetó Álvaro—. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te encuentres con los vejestorios de tus profesores? ¿Qué tus compañeros sigan siendo unos gilipollas? Pues en ese caso coges, te piras y al menos habrás salido de dudas.

—Y después de eso no tendrás que volver a pensar en ellos —añadió Sonia.

—Puede que tengáis razón —dije sin estar realmente convencido.

—Según terminemos la cerveza nos vamos a ir los tres al piso y vamos a buscar la ropa más elegante de tu armario —sugirió Álvaro mirando el reloj de pulsera que llevaba atado a la muñeca—. Faltan menos de cuatro horas para la reunión así que vamos a tener que darnos un poco de prisa.

Cuatro canciones que susurrarteWhere stories live. Discover now