Capítulo 5. Me suenas de algo

85 12 18
                                    

Samuel

¿Me estaba mirando a mí? ¿Adrián Montoya me estaba mirando a mí? Había estado enamorado de él durante los seis años de instituto que habíamos compartido en el interior de aquellas paredes. Joder, incluso le había escrito una canción cuando tan solo tenía dieciséis años. Y allí, en ese preciso momento, me estaba mirando.

Sus ojos conectaron con los míos en un efímero instante que me hizo sentir chispas en la cabeza y un zoológico entero en el estómago. No podía apartar la vista de la profundidad envolvente de su mirada justo cuando Raúl, su íntimo amigo (o al menos antes) lo agarrase de la solapa del blazer para hacerlo avanzar hacía él y el resto del grupo.

Adrián se perdió entre la multitud, mientras el recuerdo de sus intensos ojos marrones seguía martilleando en la parte trasera de mi cabeza, como una ligera presión aplicada en esa zona, suave pero constante. ¿Qué acababa de pasar? ¿Por qué tenía el corazón a mil por hora? Parecía como si tuviese una locomotora dentro del pecho, latía a gran velocidad y sentía como si en cualquier momento fuese a explotar.

No veía a Adrián desde hacía, ¿cuánto? Al menos nueve o diez años. En su día había estado perdidamente enamorado de él, pero jamás había sido correspondido. Ni siquiera había llegado a compartir demasiadas palabras con él. En una situación normal lo habría llamado amor platónico, pero aquello había sido siempre tan imposiblemente descabellado que ese término se quedaba corto.

Y allí estaba, diez años después, con el corazón desbocado por haber vuelto a compartir una mirada con Adrián. Pero no, no había sido una simple mirada. Había sido una mirada correspondida. Sacudí ese pensamiento tan rápido como había cruzado mi mente, como si se tratase de una estrella fugaz surcando el cielo, tan efímera como intensa. No podía ser tan estúpido. Aquellos sentimientos no eran reales. Eran fruto de años y años de deseo no correspondido, de cartas de amor jamás enviadas y canciones nunca cantadas. Pero aquello era parte del pasado, y por mucho que pudiese remover el presente, no era real.

Descendí el primero de los escalones de la pequeña escalera que componía la entrada al edificio, y antes de que pudiese dar un paso más, alguien apoyó con delicadeza la mano sobre mi hombro.

—Qué cambiado estás, Samu —me di la vuelta sobresaltado y vi a Alaia plantarse de pié a mi lado, analizando minuciosamente todo el ambiente. Llevaba un precioso vestido dorado con trazados negros que marcaba sus estilosas curvas y acentuaba su oscura tez. El salvaje y abultado pelo rizado le caía libre por la espalda hasta llegar al comienzo de los glúteos—. La verdad, no tenía muy claro si venir o no.

Alaia fue, durante mucho tiempo, mi fiel compañera en aquel infierno que llamaban instituto. Por alguna razón que ninguno de los dos habíamos entendido jamás, todos nuestros compañeros y compañeras habían decidido que éramos los raritos del curso, y que meterse con nosotros era mucho más satisfactorio que establecer una amistad.

Puede que nuestro vínculo hubiese nacido de la desesperada necesidad de encajar, pero durante mucho tiempo había sido lo más real que habíamos tenido. Compartíamos todos nuestros secretos el uno con el otro, nos apoyábamos mutuamente frente al bullying que sufríamos, y pasábamos horas y horas hablando de música.

Todo eso cambió cuando, de un día para otro, y sin previo aviso, Alaia dejó de ir a clase. La profesora nos informó de qué por decisiones personales habían decidido cambiarla de instituto, y nunca volví a saber nada de ella.

—Yo tampoco —le respondí mirando al frente, justamente cómo ella estaba haciendo—. Pero aquí estamos los dos.

—Dime que el vino no es lo más fuerte que tienen. Voy a necesitar algo más para sobrevivir a esto —me cogió de la mano sin previo aviso y me condujo a través de la multitud hasta llegar a la mesa de bebidas. Todo el mundo charlaba de forma animada y bebía, esperando que la directora diese el discurso de bienvenida. Alaia nos sirvió un par de copas y me entregó una—. Un poco de ginebra no va a venirnos mal.

Cuatro canciones que susurrarteWhere stories live. Discover now