Capítulo 1

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Era un día lluvioso del mes de junio, cuando una mujer caminaba por la acera con una niña de la mano, había bajado del edificio a dejar en el contenedor de basura sus desperdicios, cuando al abrirlo se topó con una recién nacida que apenas y parecía tener vida. Era pequeña y apenas se encontraba arropada, pero con la lluvia se encontraba empapada y estaba tan fría como las gotas de agua que caían del cielo.
La mujer, al ver la criatura, dejo caer las bolsas que llevaba en la mano al suelo, la niña miro a su madre por el cambio tan repentino en sus acciones, pues soltaba su mano y miro como metía ambas manos en el contenedor de la basura y entre sus manos sacaba algo que parecía ser un muñeco.
― ¿Qué es mami? ― pregunto la niña.
―Un bebé.
― ¿Y qué hace en la basura?
―Lo han abandonado.
La mujer revisó a la criatura y se dio cuenta de que aún seguía con vida, incluso llevaba el cordón umbilical. La mujer sintió pena y tristeza de verla, era una niña que aproximadamente pesaba dos kilos. No podía llevarla a casa, lo lógico era llamar a la policía, camino con su hija y la bebé en brazos hasta la tienda que estaba cerca y le pidió a la mujer que atendía llamara a la policía para reportar el abandono de un recién nacido en un contenedor de basura, que la criatura se encontraba en mal estado y que era preferible arribaran con una ambulancia.
Las dos mujeres quitaron las sabanas mojadas de la criatura y le cubrieron con unas limpias y secas para darle el calor que más pudieran brindarle, aunque fuera lo único que pudiera hacer por el momento.
Minutos después las sirenas tanto de la policía como las de la ambulancia se dejaron escuchar, pronto los oficiales y paramédicos llegaron hasta la tienda y allí la mujer comenzó a contar cómo encontró a la criatura, mientras los paramédicos la revisaban y poco después se la llevaban en la ambulancia en estado crítico.
La policía inició una investigación, pero poco pudieron hacer para dar con la mujer que dio a luz y abandono a su propia hija. La pequeña se debatía entre la vida y la muerte, había contraído una infección a través de su ombligo umbilical por estar en contacto con la basura, además de que tenía problemas respiratorios por haber permanecido bajo la lluvia.
Mucha gente se enteró de la noticia, todos estaban indignados por cómo la mujer había abandonado a su recién nacida, muchos pedían a los ángeles y los santos para que la niña se salvara y no faltó quien le diera un nombre. Amal, era de origen araba que significaba esperanza, desde que ese alguien la bautizara con el nombre de Amal, la pequeña fue reconocida y llamada con este nombre.
Amal, pese a todo pronóstico, se fue recuperando, salió de la infección y de cada problema que se le fue presentando conforme pasaban los días internada en un hospital, pero se recuperó y comenzó a ser consciente de las personas que estaban pendiente de ella. Que en general eran doctores y enfermeras.
Una vez que las personas se enterraron a través de los medios de comunicación que Amal estaba fuera de todo peligro, de a poco dejaron de interesarse por ella. Amal fue dada a una casa hogar, en donde tendría ser criada como otros muchos niños que habían sido abandonados como ella.
Una vez en la casa hogar, el cuidado de la pequeña Amal de casi dos meses, quedo a cargo de la monja Amparo. Era una joven que hacía tres años que se había convertido en la esposa de Dios, (a mi parecer dios no es muy monógamo, teniendo a tantas mujeres como esposas) a Amparo le gustaban los niños y por tal razón le dejaron a su cuidado y ella aceptó ese encargo encantada.
Amparo y Amal compartieron habitación, Amal apenas tenía fuerzas suficientes para llorar a todo pulmón, pero Amparo tenía agudo el oído y era capaz de escuchar cuando la pequeña comenzaba a llorar ya fuera de hambre o porque había ensuciado los pañales de tela.
La pobre de Amal a menudo sufría de cólicos, todo se lo provocaba por beber la leche en biberón, pero allí no había ninguna mujer lactando, todas era monjas puras y castas, así que sus dolores eran un día y al otro también.
Cuando las monjas se dieron cuenta de que Amparo trataba a Amal de una manera cariñosa, casi como una madre, le comenzaron a retirar a la pequeña dejándola a cuidados de otras monjas, por suerte la pobre de Amal, era como si supiera que no pertenecía a nadie y se dejaba cuidar y alimentar por cualquiera de la casa hogar.
Amal no parecía crecer mucho, tenía cinco meses y no tenía el peso ideal, además enfermaba constantemente, era una niña enfermiza, pero seguía luchando a pesar de las dificultades y Amparo seguía velando por ella. A pesar de haber otros niños, Amal se había ganado su corazón.
Algunas parejas iban a adoptar a niños pequeños, pero al ver a Amal tan pequeña y frágil, desistían y las monjas se veían en la necesidad de darles otro niño. Amal era de tez blanca, cabellos negros y grandes ojos color café, era una graciosa criatura, no se podía decir que era bonita porque no lo era, pero tenía algo que llamaba la atención.
Amal comenzó a gatear y a hablar a su manera. A nadie iba a llamar mamá porque nadie de allí lo era, en su lugar le enseñaban a decir agua o leche. Los niños, de entre diez y doce años, ayudaban a las monjas con los niños que empezaban a dar los primeros pasos, así que Amal fue ayudada por uno de ellos, allí todos tenían que ayudar con algo y cada que iban parejas en busca de adoptar hijos, todos en la casa hogar, se portaban muy bien y se ponían a imaginar cosas de cuando estuvieran con alguna familia, pero muchos no eran adoptados y se quedaban ahí hasta que debían de dejar la casa hogar y hacer su vida en otro lado.
Amal cumplió un año, uno de ser encontrada en el bote de la basura, así que esa fecha le asignaron como onomástico. No hubo celebración ni nada, solo se sabía que tenía un año de seguir con vida pese a todo pronóstico.
Amal fue creciendo y nadie hasta entonces había querido adoptar a la niña, era tan flaquita y paliducha, que creían que estaba enferma. A veces no lo estaba, otras sí, pero era como cualquier otro niño, incluso era más quieta que el resto de su edad.
Amparo era quien consolaba a Amal cuando se caía y lloraba, por alguna razón, aquella niña le causaba infinita ternura, quizás se debía a que era más pequeña y delgada que el resto de niños que eran de su edad y siempre se veía al final de todo.
Pese a su aspecto físico, Amal logro demostrar que tenía un gran coeficiente intelectual, pero sus ojos tenían un aspecto triste y dormilón, además de que no mostraba mucho interés de convivir con los demás, quizás se debía a que los más grandes le hacían travesuras o bien terminaba tumbada en el suelo. Amparo sentía pena de verla siempre solitaria, pero a pesar de que le dijeran que no tuviera preferencias hacia ella, a Amparo no le importaba darle cosas que a los demás no les daba y por eso Amal, siempre se hallaba detrás de sus faldas.
Amal siempre esperaba ser adoptada, pero conforme fue creciendo se dio cuenta de que en su mayoría las parejas preferían niños más pequeños que ella, más bien buscaban bebés y ella ya no lo era, estaba por cumplir doce y se dio cuenta de que a los niños de esa edad ya no los querían y se dio también cuenta de que ella no parecía tener buen aspecto para las personas que iban a adoptar. Amal siempre estaba escurriendo mocos de la nariz, era alérgica a algo, pero hasta entonces el doctor que los veía no había podido dar con lo que le causaba la alergia, así que se la vivía con ojos llorosos y mocos. Raras veces ella se encontraba libre de estos malestares.
Amal cumplió quince años y Amparo le regalo una caja de chocolates, la cual se la dio a escondidas en la habitación de la monja. Amal sonrió ante aquello, pues en la casa hogar poco se comían golosinas, con tantos niños que alimentar, apuradamente y tomaban leche con galletas de animalitos. A la hora del almuerzo, arroz con frijoles, huevo o sopa, era lo que más se servía y Amparo le había llevado a Amal, un poquito de lo que había allí afuera y de lo que no todos tenían la posibilidad de acceder a ellos.
―Gracias ― le dijo Amal a Amparo abrazándola.
―No le digas a nadie, yo los guardaré por ti. Si se enteran los demás y la directora me van a regañar.
―Yo no digo nada.
―Cuando quieras comer uno, dímelo y venimos aquí.
A los quince años Amal no había cambiado mucho, si acaso había crecido unos centímetros, sus ojos seguían luciendo igual, grandes, tristes y dormilones, era como si pareciera que tuviera sueño o cansada de seguir sobre la faz de la tierra. A esa edad, Amal se convenció de que nadie la adoptaría y ella era la única con quince años que continuaba ahí, los demás eran niños con menos edad y solo quedaba ella mirando cómo casi cada día unas parejas se llevaban a un niño o a un bebé, menos a ella.
Amal compartía una habitación con nueve niñas de algunos años menos que ella, Amal se encargaba de vigilar que las niñas de su habitación se lavaran los dientes, se pusieran el pijama, se acostara y guardaran silencio. Como Amal pocas veces sonreía y mostraba simpatía por las personas, las demás niñas seguían al pie de la letra las indicaciones que las monjas le daban a Amal y que esta hacía llegar con buenas palabras a sus compañeras.
Pocas veces solían tener paseos a algún lugar, raras veces los llevaban al museo o a cualquier otro sitio cultural. Las clases les eran impartidas en la misma casa, hogar, todos tenían nombres y apellidos, unos que le habían otorgado para que pudieran ser identificados en el futuro, uno muy incierto para la mayoría.
A esa edad, Amparo trato de enseñarle a Amal muchas cosas, pues tan solo le quedaban tres años como mínimo para que siguiera viviendo en la casa hogar, pues una vez cumpliendo la mayoría de edad, tendría que dejar el lugar en el que había crecido y había sido su hogar durante su corta vida.
Amparo le enseño a cocinar, limpiar, lavar, barrer, hacer todo lo que una posible ama de casa debía de saber hacer. Amparo estaba casi segura de que Amal se enamoraría pronto y se casaría con el primer hombre que le hablara bonito y le bajara la luna y las estrellas. Por eso, era mejor enseñarle lo que una mujer debía hacer en su casa una vez casada.
Amal aprendió a hacer lo que Amparo le enseñara, pero ella no deseaba casarse, Amal soñaba con ser algo más que una ama de casa, ella quería estudiar, viajar, conocer el mundo, comer todos los dulces que hubiera en el mundo y quizás, tal vez buscar a su madre para preguntarle ¿Por qué la había abandonado? Era una pregunta que a menudo ella se hacía, pero después se llenaba de odio y de enojo contra esa persona, deseando en su interior que nunca la hubiese traído a ese miserable mundo.
A los dieciocho años, Amal solo creció unos cuantos centímetros más, medía un metro con sesenta y seis centímetros. Su piel seguía tan blanca como el día en que nació y aún continuaba enfermando, con menos frecuencia, pero le sucedía padecer de fiebre, tos, gripe y dolor de cuerpo. A esa edad comprendió por qué todos los apellidos de todos los niños ahí eran Expósito y porque las monjas le decían que todos eran hermano y que debían quererse como tal, pero para Amal quizás solo se sentía identificada con todos allí, pues al igual que ella, fueron rechazados por sus padres.
Con dieciocho años, había llegado el momento de que Amal dejara la casa hogar, como tal, indicaba que era un adulto y ya no podía permanecer más tiempo allí, debía emprender el vuelo y buscar su vida en otra parte. Ampara lloro y suplico a la directora del lugar para que tuviera un poco de compasión por ella y le permitiera quedarse un poco más en lo que Amal tenía un trabajo y con ella se permitiera pagar donde vivir.
―No quiero irme, ¿A dónde voy a ir? ― lloraba Amal ―. Allá fuera no conozco a nadie.
―No te preocupes mi niña ― la consolaba Amparo abrazándola ―. Yo te voy a ayudar a conseguir un trabajo con una buena persona. Aunque no lo creas, conozco a algunas personas que podrían darte un trabajo.
Amparo le consiguió empleo en una casa de una señora mayor de edad, la cual le ofreció un cuarto donde quedarse, además de pagarle, le daría la comida y estancia. Amal tenía desconfianza de todas las cosas que la mujer en cuestión le daría a una desconocida, pero no tenía otra opción más que ir con esa señora con la que Amparo le había buscado acomodo.
La señora Ordóñez, resulto ser justa, no era simpática, pero tampoco era desagradable, por otro lado, Amal no es que fuera toda sonrisas y hablantina, solo se limitaba a hacer las cosas que la señora Ordóñez le pedía. Conforme las semanas pasaban y vio que tenía algunos pesos ahorrados, Amal comenzó a informarse sobre algunas universidades, deseaba continuar con sus estudios y ser alguien en la vida más que solo una mujer abandonada y huérfana.
En su día libre, Amal busco universidades que se ajustaran medianamente a sus posibilidades y sobre todo busco una en la que pudiera conseguir una beca para sacar sus estudios delante y no quedar a medias. Tras mucho buscar e informarse, se decidió por una en la que no era tan mala y podría costearse los gastos con su sueldo y la beca, pero tendría que tener buenas notas para obtener la beca.
Días más tarde hizo el examen y lo paso, fue una de las mejores, así que su lugar en la universidad estaba asegurado, se alegró mucho y fue a visitar a Amparo para contárselo, se puso muy contenta y le dio a escondidas algunos billetes para que se ayudara un poco mientras le daban la beca.
Como Amal trabajaba toda la semana, solo sería los sábados en los que ella tomaría clases, una persona como ella no se podía dar el lujo de estudiar todos los días y esperar a que alguien más pagara sus gastos, no, para ella la vida era muy diferente a la del resto, por esa razón debía de esforzarse al doble.
En su primer día de clases trato de poner mucha atención, algunas cosas que le enseñaban ni siquiera las había visto, pero se forzó a aprendérselas, pues no conocía a nadie para que le repitiera y mostrara cómo se hacían tales ecuaciones.
Al cabo de un mes, Amal ya se encontraba más relacionada con su entorno universitario, pero continuaba sin tener amistades, se limitaba únicamente a estudiar y nada más. Además de que todos sus compañeros se habían dado cuenta de que cada sábado llevaba la misma ropa, que para Amal era la más decente que tenía para salir, aún no se podía permitir el lujo de comprarse ropa nueva, lo que ganaba era lo justo para completar la beca de sus estudios y pagar todo.
Cuando tenía medio año de estar en la universidad, un profesor se le acercó y le dijo que había una estudiante de otra universidad que necesitaba el apoyo de una persona con su conocimiento para que le ayudara a pasar unas materias, que, a cambio de su ayuda y asesoría, recibiría un pago. Amal no era muy dada a sociabilizar, pero dada su situación económica no pudo negarse, ese dinero sería un extra para comprarse algo tan necesario como ropa, pues la que tenía comenzaba a lucirse y ya los remiendos que le hacía comenzaban a ser notorios.
― ¿Qué te parece la idea de ayudar a esta chica? ― le pregunto el profesor ―. No asiste a esta universidad, pero ella y tú están estudiando lo mismo y créeme que eres brillante. Por eso considero que estaría bien que se ayuden entre las dos, ¿quieres pensártelo?
―Acepto ― respondió, Amal no tenía nada que pensar, si se reunía con otra chica solo sería por cuestión de negocios, no para sociabilizar.
― ¿Cuándo te vendría bien que se reuniera? A ella le urge ponerse al corriente.
―Mañana mismo, si no tiene inconvenientes. Entre semana no puedo porque trabajo.
El profesor llamó a su otra alumna y en ese mismo instante se pusieron de acuerdo del lugar en donde se reunirían, como Amal no tenía casa propia, a Casandra no le quedó más remedio que ir por ella para llevarla a su casa.
Amal realizo sus deberes muy de mañana, dejo el almuerzo listo para la señora Ordóñez, lavo su ropa y una vez dejar limpia su habitación, se bañó y trato de ponerse presentable para esperar a Casandra en la acera, delante de la casa de la señora Ordóñez.
A los pocos minutos de estar esperando, un auto de reciente modelo se detuvo delante de Amal, quien ignoraba quién podría ser, los hijos de la señora Ordóñez no eran, ellos tenían otro vehículo, este era de aspecto juvenil. Segundos después, el cristal de la ventanilla del auto bajo y de él, asomo una chica de ojos azules, cabello castaño y ropa de marca, además de que olía a perfume caro, todo en ella se respiraba opulencia. Si Amal había podido distinguir todas estas cosas en Casandra, se debía a que acompañaba a la señora Ordóñez de compras y una vez en las tiendas, al revisar por curiosidad las etiquetas, se daba cuenta de lo caras que eran y de que marca. Amal se sintió de repente muy pequeña e insignificante.
―Hola ― saludo con amabilidad.
―Hola ― respondió Amal tímidamente.
― ¿Eres Amal?
Amal asintió.
―Sube, yo soy Casandra.
Amal tenía ganas de echarse para atrás, pero la chica estaba allí y ella no podía resistirse a la idea de ganar un dinero extra, así como tampoco de la curiosidad de ver ojos tan azules como los que miraba a hurtadillas una vez que estuvo dentro del coche.
Por su parte, Casandra no esperaba ver a una graciosa joven de aspecto delgado, frágil, con la apariencia más de una niña que de universitaria. Su aspecto, no le parecía concordar con la de la casa que vio detrás de ella, todo en Amal era humilde, incluso hasta su modo de ser reflejaba que no provenía de una familia acaudalada.
Durante el trayecto ninguna de las dos dijo nada, amabas se dedicaron a observarse por el rabillo del ojo, demás está decir que, para ese momento, Amal se encontraba más que fascinada por Casandra, era el tipo de mujer que a elle le hubiera gustado ser o aspiraba a ser algún día si es que lo lograba. Cuando vio la enorme casa en la que Casandra aparco el coche, las piernas de Amal casi temblaron y no sentía las fuerzas necesarias para poder salir del auto.
―Es aquí ― dijo Casandra al ver que Amal no hacía el intento de bajar del auto.
―Sí ― fue lo único que atino a decir y con manos torpes abrió la puerta y bajo del auto, para seguir a Casandra.
Adentro, Casandra hizo que Amal conociera a sus padres, ellos querían conocer a la persona que le ayudaría con las materias. Amal se puso tan blanca como el papel por los nervios, todos creyeron que la chica iba a desmayarse en cualquier momento, pero no lo hizo, aguanto hasta que se dirigieron a una estancia en la que asignaron como la habitación de estudios.
Casandra, por un momento, pensó que aquella chica desnutrida no podría enseñarle nada, pues creía que el hambre que padecía Amal, no la dejaba concentrarse mucho. Pero al cabo de algunos minutos, se dio cuenta de lo equivocada que estaba, ahora que se le había pasado la vergüenza y se había concentrado en enseñar, Casandra se dio cuenta de lo inteligente que era, que aquellos graciosos ojos dormilones, solo era una falsa apariencia.
―Explicado de esa manera lo entiendo más ― dijo Casandra una vez que entendió lo que antes le había costado entender.
― ¿Lo entendiste?
―Sí, gracias.
Casandra no era un ángel, tampoco es que tuviera mucha empatía con la gente pobre, pero como Amal era su única salvación, no podía hacerle el feo. Por otro lado, al verla tan distinta, no pudo evitar compadecerse de ella y evitar querer saber cosas de su vida.
―El profesor me dijo que trabajas toda la semana y que el único día que podías era hoy.
―Sí, así es.
― ¿Qué haces?
―Trabajo en la casa de una señora.
― ¿Eres empleada doméstica?
―Sí.
― ¿Y los sábados vas a la universidad?
―Sí.
―Yo no sé si podría con tanto ― expreso, Casandra, a la espera de que Amal dijera algo más, pero solo se limitó a estar callada.
Amal no deseaba hablar de su miserable vida, no quería que le tuvieran lástima, era mejor recibir la crueldad de la gente que su lástima.
Una vez terminada su sesión, Casandra pago lo acordado a Amal y la llevo de regreso a casa.
Al cabo de un mes, Casandra había recuperado sus calificaciones y había aprobado las materias, pero, aun así, no deseaba dejar las tutorías con Amal, quien nunca actuaba con ella más allá de lo estrictamente estudiantil. Casandra sabía que todo se debía a que Amal tenía muy claro de que no eran iguales, que ella tenía una vida muy distinta a la de Casandra y que no podía igualarse. Casandra era algo que con el paso de los días llego a admirar de Amal, la capacidad de mantener los pies en la tierra y de no sentirse iguales a pesar de que pisara su casa y que muy de vez en cuando aceptara comer algo de lo que Casandra le ofreciera.
― ¿Qué haces en tus días libres? ― le pregunto Casandra, curiosa a Amal que ese día tenía unas enormes ojeras bajo sus ojos dormilones.
―No tengo días libres, siempre estoy ocupándome en algo.
― ¿No vas a fiestas?
―No, tampoco es que me inviten.
― ¿No tienes amigas?
―No ― murmuro.
― ¿Por qué?
―No hablo mucho.
―Pero si lo estás haciendo justo en este momento.
―Eso es porque tú me estás haciendo preguntas.
Casandra soltó una carcajada y Amal la miro con fascinación, hacía unos días se había dado cuenta de que Casandra le gustaba, así que se deleitaba mirándola cada que podía y ella no se daba cuenta de que Amal la observaba con fascinación. A menudo, Amal miraba el cielo para recordar el azul de los ojos de Casandra, quien ya se le aparecía en todo el azul que pudiera ver, pero sabía que Casandra solo era algo imaginativo y platónico para ella.
Casandra no era capaz de ver la forma en que Amal la miraba a veces o bien, Amal era muy buena para ocultar su mirada y no dejar ver lo que sentía por Casandra. Por suerte, a pesar de la atracción que sentía por Casandra, seguía comportándose igual con ella, fría y distante, sin compartir nada de ella, y Casandra había esperado mucho a que Amal decidiera abrirse, pero continuaba tan cerrada como una ostra, las pocas cosas que había logrado saber de ella se las había preguntado y si deseaba saber más, tendría que hacer lo mismo.
― ¿Dónde están tus padres? Nunca los has mencionado ― inquirió Casandra.
Amal, la observo en silencio y le pareció justo que Casandra supiera la verdad, pensó que era una manera de demostrarle sus sentimientos sin necesidad de decírselo. Era algo que las pocas personas que la rodeaban sabían de ella.
―Fui abandonada en un bote de basura cuando era una recién nacida, después fui llevada a una casa hogar, allí me cuidaron y criaron hasta que cumplí la mayoría de edad. A los dieciocho tuve que dejarlo para buscar mi sustento por mí misma.
Casandra no podía creer lo que escuchaba y se le hacía aún más sorprendente la manera tan indiferente en que Amal lo contaba, era como si contara la historia de alguien más y no la suya. De inmediato, Casandra se dio cuenta de que Amal no deseaba que le tuvieran lástima, quizás ahora entendía un poco su forma de ser y de actuar. Cuando Amal termino de contar la historia, Casandra no dijo nada, ni la miro con lástima, pero sí que no pudo evitar que un nudo en la garganta se le formara, comprendía por qué Amal tenía ese aspecto de fragilidad y era pequeña y flaca, y el porqué de sus ojos dormilones y tristes.
Casandra pensó en las Navidades que aquella niña que fue Amal no recibiera afecto o algún regalo por aquellas fechas, que nadie en aquella casa hogar celebrara un cumpleaños, ella hasta ese momento no había conocido nadie que hubiese creado allí, hasta ahora que conocía a Amal, aun así, la pena que sintió por ella trato de no reflejarla en sus ojos, además, Amal estaba saliendo adelante, era fuerte e inteligente y sabía que llegaría lejos.
Amal se sintió feliz de que Casandra no la mirara con lástima, sino que la sorprendió dándole un abrazo y la reacción de Amal fue dar un respingo ante el gesto de afecto, pocas veces recibía uno, por eso cuando Casandra la abrazo, casi se pone a llorar. Pero correspondió al abrazo de Casandra y lo hizo con fuerzas.
Algo en ese momento hizo que las dos tuvieran cierta conexión y sobre todo que Casandra mirara a Amal con ojos nuevos, quisiese o no, Casandra la estaba poniendo en el lado de las amistades, de una clase rara, pero que se estaba convirtiendo en una, aunque Amal no lo viera, Casandra si lo estaba viendo.
Una tarde en la que Casandra se suponía la iba a llevar de regreso a casa de la señora Ordóñez, Casandra se la llevo a una fiesta y a pesar de que protestara, Casandra puso seguro al auto y no la dejo salir del coche.
― ¿A caso no te alegra ir a una fiesta por primera vez?
―Es una a la que no conozco a nadie ― se quejó por primera vez malhumorada y enojada con Casandra.
―Aun así, no conoces a nadie, ni aquí ni allá.
A Amal le molesto que Casandra supiera eso, pero muy en su interior se alegraba de que la hubiera llevado al mundo al que pertenecía. Como era de esperarse, Amal permaneció sentada en el lugar en el que tomo asiento desde que llego a la fiesta en la que Casandra se movía como pez en el agua, fue por bebidas y regreso a sentarse junto a ella.
― ¿Qué es? ― le pregunto Amal a Casandra tomando el vaso que le ofreció con un contenido de color extraño.
―Solo bébelo.
―No voy a beber una bebida extraña, podría sucederme algo.
―A veces deberías de dejar de pensar tanto. No le han puesto nada, yo la preparé.
Amal miro a los ojos a Casandra y le dio un pequeño sorbo, lo fuerte del alcohol la hizo toser. Casandra reprimió una risa, aunque moría por carcajearse en su cara, era muy obvio que Amala jamás en su vida había bebido una gota de alcohol.
Algunas amigas de Casandra fueron a sentarse cerca de ella, provocando que Amal se alejara cada vez más de la proximidad que tenían, pero no se aferró a permanecer cerca o inmiscuirse en la conversación, pues hablaban de viajes, ropa, bolsos, zapatos y de cualquier cosa que el dinero podía comprar. Fue después de mucho tiempo que escucho a una de las amigas de Casandra preguntarle por la chica que le acompañaba y Casandra dijo simplemente que era una conocida que le estaba ayudando con la universidad.
Tras un rato de charla, la mayoría de los reunidos en la fiesta, entre ellos Casandra, se pusieron a bailar, menos Amal, ella nunca lo había hecho, en la casa hogar la única música que había escuchado eran los cantos religiosos, una fe que ella no entendía ni creía, pero que más, sin embargo, la practicaba como costumbre y se persignaba a la hora de dormir.
Amal miro a Casandra bailar, no le hacía falta mover el cuerpo como las demás mientras la observara a ella. Era encantadora, segura y extrovertida, además de guapa. Amal estaba enamorada de Casandra y como sabía que en el rincón en el que estaba sentada no podían ver su expresión, se permitió mirarla con ese sentimiento de anhelo y deseo en sus ojos dormilones. Sin embargo, fue sorprendida cuando Casandra se acercó a ella, el tomo de la mano y la arrastro a bailar pese a oponerse.
― ¿Ya nos vamos? ― pregunto cuando Casandra la tomo de la mano y su simple toque la hizo temblar.
―No, vamos a bailar ¿Por qué eres tan aburrida?
―Yo no sé bailar.
―Yo tampoco.
Amal le mostró una primera sonrisa a Casandra y se sorprendió de verla sonreír por primera vez desde el tiempo que tenían de conocerse.
Amal estuvo de regreso en su habitación hasta las dos de la mañana, estaba más cansada de lo normal y con sueño. Casandra no quiso irse antes de las doce y la llamo abuela al estar insistiendo en que debía volver, la señora Ordóñez fue la primera vez en que le llamo la atención, pues había estado despierta esperándola, temiendo que le hubiera pasado algo, le hizo jurarle que esa sería la primera y la última vez, porque de haber una segunda vez, tendría que irse.
― ¿Te divertiste en la fiesta? ― le pregunto Casandra a Amal cuando se vieron el domingo siguiente.
Claro que Amal se había divertido un poco, pero solo fue un poco, cuando el reloj paso de las doce, ya lo que sentía era angustia y preocupación.
―No, no me divertí y no me vuelvas a llevar a otra fiesta. Mucho menos si piensas quedarte pasadas las doce de la noche. Yo no tengo el mismo estilo de vida que tu Casandra. La señora Ordóñez estaba muy enojada conmigo y me advirtió que de hacerlo de nuevo me tendría que ir de su casa y yo no me puedo dar ese lujo.
La molestia en la voz de Amal era evidente, Casandra solo había querido que se divirtiera un poco, porque creía que Amal se la pasaba estresada la mayor parte del tiempo, pues se la pasaba contando los minutos, así como sacando cuentas de lo que tendría que hacer o no para llegar a final de mes con el dinero para la universidad.
―Lo siento ― se disculpó con sinceridad Casandra ―. Yo solo quería que pasaras un buen rato.
―Gracias, pero el divertirme para mí no es posible.

AbandonadaWhere stories live. Discover now