Por un nuevo comienzo

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2009, 19 años.


La vida se deslizaba entre momentos insignificantes, lejos de las tragedias, como en aquel: tu graduación.

Después de cuatro interminables años, Yaga os había firmado un diploma en su despacho, sin ningún tipo de ceremonia, y ahora os habíais reunido todos en el comedor. Shoko y Gojo, que había sacado una tarta y un altavoz de quién sabe dónde, los profesores, los alumnos que quedaban de tercero, y los dos únicos alumnos de cuarto curso -Nanami y tú.

Mientras el resto de gente revoloteaba por el comedor y comía tarta, con la luz baja y la música alta, los dos graduados os habíais apartado a la hilera de sillas pegadas a la pared de la sala. Gojo os había encasquetado dos sombreros ridículos de papel, ligados a la barbilla por una goma elástica, y el tuyo se arrugó cuando apoyaste la cabeza en el hombro de Nanami.

- Somos el alma de la fiesta, ¿eh? - dijiste con una sonrisa tímida en los labios. Nanami bajó el brazo que apoyaba en el respaldo de tu silla y te envolvió los hombros con tal sutileza que parecía un accidente, como si lo hubiera hecho sin querer.

- Por lo menos alguien está disfrutando. - Dijo Nanami. Delante de vosotros, Gojo estaba arrastrando a Shoko de las manos mientras bailaban, dando saltos y pegando a todos los de su alrededor.

- Bueno, yo estoy bien. - Diste un trago al vaso de cartón lleno de refresco y dejaste caer de nuevo la cabeza en su hombro.

- Yo también. - Sus dedos apretaron tu hombro con más fuerza.

Levantaste la mirada hacia tu mejor amigo, quien te había acompañado a través de todos los horrores de los últimos años con una seguridad inquebrantable, y compartisteis una sonrisa tímida.

Te amo, te amo, te amo.

Tu mente gritaba lo que tus labios no eran capaces de decir. Pero en ese momento, sentada junto a Nanami el día de vuestra graduación, cuando el mañana parecía inexistente y acariciabas la felicidad con la punta de los dedos, casi no parecía una locura decir algo como aquello.

Su cabello rubio, sus pómulos afilados, sus ojos rasgados y cómplices.

Te amo, te amo, te amo.

Casi.

- ¿Cómo crees que será el mundo mañana? - Preguntaste, mirando de nuevo hacia la gente bailando en el comedor. Parecían felices. Parecían.

- Dudo que cambie nada. - Murmuró él antes de dar un trago a su bebida.

- Eso espero.

- Mmm.

- ¡Oye! - Exclamaste de pronto.

Te sentaste al borde del asiento y Nanami dejó caer el brazo a su lado. Levantaste tu bebida hacia él, con una sonrisa y los ojos brillantes.

- Brindemos. - Nanami se contagió de tu sonrisa y te imitó. - ¿Por los nuevos comienzos?

- Por los nuevos comienzos. - Repitió él, chocasteis los vasos de cartón en medio y os los llevasteis a los labios. - Por cierto, tengo algo para ti.

Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta del uniforme, seguramente por última vez, y sacó un sobre alargado. A pesar de haberlo llevado contra su cuerpo toda esa tarde, estaba perfectamente liso. Ni una sola arruga. Te lo entregó en la mano.

- ¿Qué es esto? - Preguntaste con una risita. Nanami te miró a los ojos y te ardieron las mejillas. Te amo, te amo, te amo.

- Una nota, para ti - explicó él, también algo nervioso. - Pero tienes que prometerme que no la leerás hasta mañana.

- ¿Y si quiero leerla ahora?

- Te la quitaré y no volverás a verla - Nanami levantó una ceja, y sabías que iba en serio.

- Pfff. Como si pudieras hacerlo - Pero obedeciste. Te guardaste la nota en el bolsillo de tu uniforme, el que no volverías a ponerte nunca más, y lo olvidarías hasta mañana.

Volviste a reclinarte en la silla, cabeza y hombro, y Nanami te envolvió con el brazo. Esta vez sin pasarlo por el respaldo de la silla primero. Un calor se extendió por tu pecho, y lo atribuiste a la alegría del momento. Os habíais graduado, lo habíais conseguido. Los dos estabais bien, y a partir de mañana seguiríais trabajando codo con codo, pero esta vez como hechiceros profesionales.

- Gracias por todos estos años - murmuró Nanami, con la mejilla apoyada en tu cabeza. - Eres lo único que lo ha hecho soportable.


***


La mañana siguiente parecía que nada había cambiado, pero todo era distinto. Te diste cuenta cuando, a la hora del desayuno, Nanami no apareció. Luego te acordaste de su nota, y todo quedó claro.

"Me marcho.

He hecho todo lo posible, pero no puedo soportar ni un segundo más en este sitio. No quiero convertirme en una maldición para ti.

Para cuando leas esto, ya me habré ido. Sigue tu camino, no intentes encontrarme. Sé feliz.

Gracias,

Nanami Kento."

Al poco rato, descubriste que la habitación de Nanami estaba desierta. Sus libros, su ropa y todas sus cosas ya no estaban. Cuando lo llamaste al teléfono, la teleoperadora te dijo que el número no existía, y cuando preguntaste a Yaga, te miró con pena y se sorprendió de que no lo supieras.

Todos lo sabían. Todos, menos tú.

El dolor de no volver a verte | Nanami x LectoraWhere stories live. Discover now