Llamadas perdidas

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20013, 23 años.

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La caja del supermercado emitía sonidos agudos mientras el cajero registraba cada artículo. Uno tras otro pasaban hasta que te encontraste al final de la cinta con una pila inmensa de chucherías y aperitivos.

El cajero, tan joven que resultaba casi insultante, miró tu compra con cierta reprobación. Imaginaste que debía estar preguntándose qué clase de adulto compraría todo eso. Sacaste la cartera con un toque de vergüenza y pasaste una tarjeta que no era tuya por el datáfono.

—¿Desea una bolsa? —preguntó.

Parpadeaste un par de veces.

Por supuesto que querías una bolsa; no había otra manera de llevarte todo eso a casa. Entendías que la pregunta era rutinaria, algo que estaba obligado a hacer. Probablemente, esas mismas palabras figuraban en el manual de empleado que le entregaron cuando se incorporó al puesto.

El cajero debía ser unos años menor que tú, pero no tanto si ya estuviera trabajando. Hacía lo que tenía que hacer y su mirada comenzaba a mostrar signos de cansancio, aplastada por la rutina. Te hizo la pregunta porque era su deber. Era tan joven y, si te fijabas bien, se parecía un poco a...

—¿Quiere bolsa? —insistió.

—Sí —respondiste, volviendo a concentrarte en la tarea en cuestión—. Tres bolsas, por favor.

Empaquetaste la comida y cargaste con las tres pesadas bolsas hacia el estacionamiento. Las acomodaste en el maletero de tu coche antes de subirte al vehículo.

Revisaste tu teléfono móvil.

Había sonado varias veces mientras recorrías los pasillos del supermercado en busca de los artículos de tu lista de la compra, pero no les habías prestado atención hasta ahora. Tenías varios mensajes nuevos en el grupo de Shoko y Gojo, aunque ninguno parecía urgente. No les respondiste; de todos modos, llegarías a casa de ella en unos minutos.

También tenías llamadas perdidas. Una era de un número que no tenías guardado y las demás eran de Haru. Bastantes, de hecho. Te inquietaste un poco, pensando que algo malo podría haberle sucedido, pero luego viste sus mensajes de texto y te tranquilizaste. Simplemente estaba haciendo el tonto.

Devolviste la llamada y Haru contestó con voz alegre.

—Por fin te dignas a llamarme —dijo él, con tono burlón—. Pensaba que ya no querías saber nada de mí.

Te recostaste en el reposacabezas del asiento del conductor y sonreíste levemente en la oscuridad del estacionamiento.

—Estaba ocupada, lo siento. ¿Sucede algo?

—Solo quería escuchar tu preciosa voz —respondió.

Oíste risas masculinas de fondo y las atribuiste a los amigos de Haru. Eran un grupo de universitarios que siempre iban en manada a todas partes. Haru y sus amigos siempre tenian algun plan entre manos: estudiando en la biblioteca, jugando a videojuegos en casa de alguno, tomando cervezas en algún bar. Ahí fue donde lo habías conocido, meses atrás.

Habíais compartido algunas noches, pero nada más. Haru era guapo y podía ser divertido, pero oscilaba entre tomarse demasiado en serio vuestra relación y tratarte como si fueras una desconocida. Así que te asegurabas de que vuestra relación no llegara a más.

Sus amigos te parecían unos niñatos, y tenías que reconocer que Haru también lo era. Pero era guapo, y para lo que te servía, podías perdonarle el resto.

El dolor de no volver a verte | Nanami x LectoraWhere stories live. Discover now