Cedro fresco

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El resto de la semana, la escuela se convirtió en un campo de minas. Los cafés matutinos y los almuerzos con Shoko se cancelaron, y te refugiaste en la escritura de interminables informes de misiones en la soledad de tu apartamento en los suburbios de Tokio. Solo acudías a las reuniones si el propio Yaga te lo solicitaba, y los mensajes y llamadas perdidas de Gojo se acumulaban en tu teléfono, a los que prestabas cero atención. Gojo era un traidor, pero eso era algo que podías esperar de él. Lo que realmente te dolió fue ver a Shoko, tu amiga y supuesta aliada, conversando con Nanami el jueves por la tarde. Estaban al final del pasillo, hablando y riendo. ¡Riendo! ¿Qué podría haber dicho Nanami para hacerla reír así?

Con determinación, avanzaste por el pasillo, manteniendo la mirada fija en la pared del fondo.

—¡Eh, _____! —te saludó Shoko al pasar junto a ella.

De reojo, viste que Nanami se enderezó y se alejó un poco de Shoko, como si quisiera abrirte un espacio para que te unieras. Ni en sueños.

—Nos vemos —contestaste, avanzando rápidamente sin detenerte.

Continuaste caminando a paso veloz, pero al pasar junto a ellos, el aire se agitó y un aroma masculino te envolvió, quedando impregnado en tus fosas nasales. Dondequiera que fueras ahora, todo olía a Nanami. Los pasillos, las aulas, los despachos estaban infestados con su perfume amaderado, y cada vez que lo olías te caía encima el peso de todos tus recuerdos junto a él.

A pesar de todo, habías logrado no cruzar ni una sola palabra con él. Hasta que todo se fastidió.

El viernes, a última hora de la tarde, te detuviste delante de la puerta del despacho de Yaga con una carpeta de informes apretada contra el pecho. Debías entregárselos antes de terminar la semana, pero te detuviste en seco al escuchar la voz que provenía del interior.

El demonio.

—No lo apruebo —la voz aterciopelada de Nanami te puso los pelos de punta—. No será eficiente.

Te pegaste contra la pared del pasillo y escuchaste a Yaga murmurar algo que no alcanzaste a comprender.

—Sí, y lo haré de todos modos —contestó Nanami—. Pero no es buena idea que trabaje con ella.

Apretaste el puño alrededor de la carpeta de papel.

—Hacíais un buen equipo —escuchaste decir a Yaga.

—Ya no.

Yaga siguió hablando, pero ya no lo escuchaste. El corazón te latía con la fuerza de la rabia, y el cerebro te iba a mil kilómetros por hora intentando encontrar la forma de vengarte de él: por no querer trabajar contigo, por volver y tener que hacerlo, por llamarte, por no hacerlo, por oler tan bien y restregártelo en la cara. Por lo que fuera.

Estabas tan concentrada urdiendo planes de venganza, que no te diste cuenta de que la conversación en el despacho había terminado.

Nanami estaba de pie delante de ti, en el pasillo, mirándote con una ceja alzada.

—Escuchar a escondidas es de mala educación —habló despacio, tanteando cada una de sus palabras.

¿Te acababa de llamar maleducada?

Querías estamparle la carpeta en la cara, pero otra persona se unió a vuestra reunión.

—Oh, ¿ya os habláis? —preguntó Shoko, apareciendo de la nada con un cigarrillo en los labios. Una nube de humo de tabaco os envolvió a los tres, y Nanami echó la cabeza a un lado con la nariz arrugada.

—No —dijiste tú.

—Es más de escuchar —contestó Nanami, y te mordiste la lengua para contener una maldición.

El dolor de no volver a verte | Nanami x LectoraWhere stories live. Discover now