11 | Sin vergüenza.

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No tenía ni idea de que hora era, pero no podía cerrar los ojos sin dejar de imaginar a la muñeca endemoniada a unos metros de mi esperando a que me quedara dormida para matarme.

Cansada de dar mil vueltas en la cama intentando no despertar a mi mejor amiga decidí levantarme. A oscuras caminé hacia la puerta de la habitación tomando el traje de baño más cercano. El sonido de la manija alertó a Sizú, siseé antes de que se le ocurriera ladrar y sacudió su cola dispuesta a seguirme. Baje las escaleras con algo de prisa hasta llegar al pórtico trasero cambiandome en el proceso con total seguridad de que nadie bajaría para verme como mi madre me trajo al mundo.

La brisa del mar chocó contra mi rostro al estar a orillas de este, el sol aún no daba señales de salir y la playa se encontraba desierta. Solo éramos Sizú, mi tabla y yo.

Las gotas saladas escurrían de mi cabello hasta llegar a mi rostro, ignoré que mi cuerpo comenzaba a sentirse cansado y seguí dando brazadas largas manteniendo mi pecho elevado sobre la tabla de surf. Por el rabillo del ojo noté como la superficie del agua subía hasta crear una ola, aunque no era gran cosa serviría. Llevé mis manos por debajo de los hombros hasta topar con mis costillas, elevé el tórax lo suficiente para poder posicionar mi rodilla izquierda en la tabla de madera y así mover mi pierna contraria al centro, dirigí mi vista al frente preparándome. Solté la tabla justo a tiempo cuando llegó la ola poniéndome de pie.

El oleaje en mi parte de la playa no era lo suficientemente bueno para surfear profesionalmente. Igual se podía pasar un buen rato deslizándose a través de la corriente.

Presione el pie en la parte trasera logrando dar un giro de 180° sobre mi propio eje, baje más las caderas manteniendo mejor el equilibrio y estire los brazos dejándome abrazar por el viento.

Amaba surfear. Era mi vía de escape.

Se me formó una sonrisa al recordar todas las veces que Sal me despertaba con brincos en mi cama en cuanto salía el sol para que pudiéramos alcanzar la playa aún vacía.

Por un momento desee encontrar una lámpara mágica para que un genio saliera flotando de ella concediéndome tres deseos. Sin duda el primero lo usaría para pedir que mi hermano estuviera a unos metros de mi enterrándose en la arena con Sizú. Los otros dos los usaría para conocer a Taylor Swift y hamburguesas infinitas.

Me acerque a la siguiente ola con más velocidad, coloque los brazos a ambos extremos de la tabla debajo de mi, levante mi pecho y por si sola la tabla se hundió en el fondo del océano pasando el tumulto de agua por debajo. Tomé una gran bocanada de aire al llegar a la superficie.

Pude sentarme en mi tabla cuando el mar comenzó a calmarse. La luna se mantenía presente, las palmeras se agitaban a mi alrededor y la ventisca me brindó un escalofrío. Me di un repaso ligero. Un bikini ajustado no era lo más adecuado para la ocasión, sobre todo porque al verlo bien me di cuenta que pertenecía a Litzy.

Sentía mis músculos fatigados, inhale aire profundamente y lo deje salir, era momento de ir a tierra firme. Espere a que se acercará la siguiente ola para volverme a acostar en la tabla, remé por encima siendo empujada hasta la orilla de la playa.

Estaba estrujando mi cabello cuando noté la cabellera de mechones rubios y castaños esperándome recargado sobre la puerta de la terraza. Camine lentamente hacia él y enterré mi tabla en la arena aun sin pronunciar una sola palabra.

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