CAPÍTULO 9

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Lo sé. He sido un maleducado y un grosero. No entiendo a qué han venido sus insinuaciones. Por un momento creí que eran ciertas. Que el anhelo y el deseo en su mirada eran reales. Los míos lo eran. Cien por cien. Muy a mi pesar. ¿Cómo no serlo si sigo estando loco por ella? Aún tengo el corazón acelerado por esas provocaciones. Aún se me corta el aliento por sus contoneos. Podría haber entrado en su juego. Dejarme llevar. Seguirle el rollo y ver hasta dónde era capaz de llegar. Pero la sensación de que se estaba burlando de mí ha podido con todas esas ganas, mis sentimientos y mi buena educación.

Entro en casa y subo las escaleras de dos en dos. Voy directo al salón. A la vitrina donde se guardan los licores. Cojo una botella de whisky y me sirvo dos dedos en un vaso. Me lo bebo de un trago. No es suficiente para calmarme. Estoy furioso. Mucho. Con ella, por seguir teniendo tanto poder sobre mí. Y conmigo mismo por permitirlo. Soy imbécil. Quizá, si me bebo todo el líquido de la botella, consiga caer inconsciente y no pensar. No lo hago. Emborracharme no es la puta solución. Pero sí vuelvo a verter otro buen chorro en el mismo vaso. Esta vez con hielo.

Me siento en uno de los butacones, cerca de la ventana. En penumbra. Cierro lo ojos. Me duele la cabeza. Llevo el vaso con su contenido a la frente. Lo dejo ahí un rato, presionando. El frío me alivia un poco la presión. Inhalo hondo. Varias veces. Empiezo a pensar que el destino, o lo que sea, está jugando conmigo. Me fui de Londres por un único motivo. Y ese motivo me ha seguido hasta aquí. O puede que haya sido yo el que me haya colado, sin querer, en su vida. Sin saberlo. Al fin y al cabo, es ella la que tiene una habitación propia aquí. Un trabajo y amigos. ¿Debo marcharme? ¿Poner tierra de por medio, otra vez? ¿Huir de esos lazos, invisibles, que parecen empeñados en unirnos en un mismo lugar, a pesar de todo? Puede que la única manera de terminar con todo esto sea enfrentándolo de una maldita vez. Dejar de evitarla. De ignorarla. Dejar que las cosas sigan su curso y ver qué pasa, a dónde nos llevan. Intentar ser su amigo de nuevo... Lo pienso y me entra angustia. ¿Eso es lo que quiero? ¿De verdad? No. En absoluto. No tengo fuerzas para eso. Pero está claro que no se trata de lo que yo quiera. De lo contrario, nada de los últimos tres años hubiera sucedido. No habría dolor. Rencor. Despecho. No habría normas protocolarias arcaicas... Y sí un amor puro. Limpio. Hermoso. Correspondido... Vuelvo a suspirar. Esta vez con más fuerza.

Tengo que resignarme y aceptar. Sólo eso.

Parece ser que es lo único que me queda.

Lo demás ya lo he intentado todo y aquí estoy.

En el mismo punto de partida.

La tensión va desapareciendo y me relajo.

Abro los ojos, lentamente. Sin querer me he quedado dormido. No me extraña, estoy agotado. Aunque pesa más el agotamiento mental que el físico. El vaso de whisky no está en mi mano. Qué extraño, no recuerdo haberlo dejado sobre la mesa, que es donde ahora descansa. Un leve movimiento, a la derecha, llama mi atención. No estoy solo en el salón. Ella está ahí, de pie, observándome. Tan tranquila. Su pelo, del color del fuego, descansa sobre sus hombros. Gracioso. Se ha desabrochado un par de botones de esa camisa tan sexy y entallada que lleva. El encaje de un sujetador negro asoma por la abertura. La falda, recta y ajustada, moldea sus perfectas piernas. Le llega por encima de la rodilla. Es una mujer increíble. Preciosa.

Nuestras miradas se encuentran.

Sonríe.

—Lo siento, no quería despertarte—dice.

—No lo has hecho.

Me incorporo un poco y apoyo los codos en las rodillas.

—¿Llevas mucho tiempo ahí? —señalo el lugar donde se encuentra.

ADRIENWo Geschichten leben. Entdecke jetzt