CAPÍTULO 31

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Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que Caitlin y yo hicimos el amor. Fue en el invernadero. Poco después de aquel primer beso, también en el mismo lugar. Por eso ese armazón de metal y cristal es mi lugar favorito en el mundo. No porque sea horticultor, floricultor, ni nada por el estilo, sino porque todas las primeras veces con ella se dieron ahí. En aquel rincón tan especial para ambos.

Era la noche de navidad y todos se habían acostado tras abrir los regalos. Afuera nevaba copiosamente. Llevaba haciéndolo todo el día. Como resultado, toda la campiña inglesa estaba cubierta por un precioso manto blanco. Inmaculado. Resplandeciente. Cogí una botella de champán del frigorífico de la nevera y me dirigí al jardín, al invernadero. Abrí la puerta y me quedé paralizado al escuchar la melodía de una música relajante. Bonita. Aun así, me molestó. «¿Quién demonios osaba ocupar mi rincón sin mi permiso?». Cierto que era de todos, no sólo mío. Pero hasta el momento era el único que disfrutaba de aquello y por eso me cabreé un poco. Quien quiera que fuese, acababa de fastidiarme el plan. Que no era otro que beber en compañía de los algodonosos copos de nieve que se deslizaban por el cristal. Me adentré con intención de mandar al carajo al ocupa. En cambio, me quedé embobado y sin palabras cuando llegué a la parte de atrás. Había un montón de velas esparcidas por el suelo y alguno de los estantes. Cuidadosamente metidas dentro de tarros de cristal y de diferentes colores. Pétalos de rosa rodeaban en el suelo lo que parecían unos cojines grandes forrados con telas brillantes. Pero lo más espectacular de todo, era ella. De espaldas a mí. Con su preciosa capa de terciopelo cubriendo ese vestido de satén rojo que me había vuelto loco durante toda la cena. Una descarga eléctrica me recorrió de pies a cabeza. Se giró lentamente, dejándome hipnotizado. El fulgor de las velas se reflejaba en su pelo. Sus ojos brillaban... Dios, era una imagen espectacular que no olvidaría mientras viviera.

—¿Y esto?

Su sonrisa pícara me dio una ligera pista.

—Nuestra fiesta particular. ¿Te gusta la idea?

—Dios, ¿gustarme? ¿Tú qué crees, pequeña? Ahora entiendo que tuvieras tanta prisa por acostarte y no quisieras tomar la última conmigo.

—¿Te he sorprendido?

—Mucho—dije acercándome a ella.

—Esa era la idea.

Dejé la botella de champán sobre la mesa que había a su lado.

—¿Quieres bailar conmigo? —dijo con voz queda.

Rodeé su cintura con uno de mis brazos y enlacé mi mano a la suya. Apoyó su cabeza en mi hombro y suspiró. Yo rocé su sien con los labios y su delicioso olor inundó mis fosas nasales. Un olor dulce y sexy que hizo que algo se removiera en mi interior. Nada comparado con lo que sentí cuando me rozó la piel del cuello con la lengua. Creo que fue la primera vez que me temblaron hasta las piernas. Dibujó un sendero húmedo hasta llegar a mis labios.

—Quiero que me hagas el amor, Adrien. Esta noche. Ahora—susurró contra estos.

Jadeé.

—Esto podría cambiarlo todo entre nosotros, Caitlin. ¿Estás segura?

—¿No me deseas?

—Compruébalo tú misma.

Llevé su mano a la bragueta de mi pantalón.

Sus ojos se agrandaron complacidos.

—¿Entonces?

—Eres demasiado importante para mí como para estropearlo todo acostándonos, Caitlin. No eres cualquier chica. Eres tú y estoy loco por ti desde que tengo uso de razón. Lo sabes.

ADRIENWhere stories live. Discover now