Nuestra historia, nuestro mundo

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La noche en la que Grunk nació estaba envuelta en una oscuridad profunda, casi tangible, que se cernía sobre el campamento orco. La madre de Grunk, Urra, una orca fuerte y valiente, temblaba mientras lo sostenía en sus brazos por primera vez. El salón se encontraba en silencio, solo quedaban algunas antorchas y algunos fuegos en jarrones de vidrio iluminando este salón de festividades que habían montado los Orcos y que era utilizado tanto en reuniones generales como tambien lo usaban como sala para planear cacerías, peleas y arreglar conflictos comunes entre los Orcos. Urra se encontraba sentada al fondo del salón, la parte más alejada de la entrada, en una gran silla hecha con la corteza de grandes árboles (también usado para hacer una especie de trineo que utilizaban los Orcos para transportar cuerpos de animales y otras cargas, tirado por hilo de hoja de Riasco; en este caso, era muy probable que fuera madera de quebracho). Adelante de ella había una gran mesa improvisada para que todos se reunieran en una mesa principal pasada cierta hora de la noche, para compartir historias. Su silla estaba rodeada de regalos que les habían hecho a la pareja, tanto algunas telas como algunos amuletos hechos por los orcos, pasando por manualidades y algunas mercaderías de alimentos como regalo. Su cara se encontraba seria; lo único que se podía apreciar era su mirada perdida y de discusión interna. Sus brazos agarraban sólidamente al niño, imposible que se cayera, a pesar de que sus manos aún no estaban acostumbradas al tacto suave y extremadamente cuidado; su instinto le daba indicaciones para que tome al niño con cuidado a pesar de su falta de experiencia. Algunos orcos dormían inclinados en sus sillas, otros en el piso, al costado del salón; otros habían unido sillas y dormían más cómodamente que otros, y los que no dormían en el salón, como lo hacía su esposo sobre la mesa, al lado de ella y con los brazos rozando el piso, se habían ido a sus casas. Solo quedaba ella despierta esa noche, incluso su pequeño hijo, Grunk, dormía plácidamente con su rostro hacia arriba. Urra, había pasado por innumerables desafíos, luchando no solo contra enemigos externos, sino también contra las sombras del miedo y el odio que oscurecían su raza. Ahora, mientras miraba a su pequeño hijo, su corazón se llenaba de una mezcla de alegría y miedo. ¿Qué futuro aguardaba a Grunk en un mundo tan marcado por la violencia y el sufrimiento?

Los primeros días de Grunk en la tierra fueron un torbellino de emociones para su madre, Urra. Había dado a luz a su hijo en medio de un mundo asolado por todos los conflictos posteriores a la Gran guerra, aunque había esperado con ansias este momento durante tanto tiempo, no podía evitar sentir una mezcla abrumadora de alegría y temor. Ahora, ya era madre, su instinto le pedía proteger a su descendencia. Los años de evolución la conectaban con este bebé que tenía en brazos, pero sobre todo, el amor hacia lo que ella siempre había soñado: una familia. Urra, la madre de Grunk, llevaba consigo una carga pesada desde su infancia, una carga que la había alejado de su familia biológica y la había marcado profundamente. Aquella noche, un acontecimiento que la marcó para siempre la había sumido en una tristeza tan profunda que la impulsó a escapar de su hogar. Corrió tan rápido como pudo, se fue tan lejos como su cuerpo le permitió en la larga noche, cargada de un sentimiento tan fuerte que la hizo irse muy lejos, deseando que solo fuera un mal sueño, pero no. En medio de una arboleda, Urra se acostó en el suelo, cerró los ojos y miró al cielo estrellado. Sus lágrimas se mezclaron con la lluvia que caía suavemente sobre su rostro. En ese momento de desesperación, susurró palabras al viento, una súplica silenciosa al universo para que su dolor desapareciera, para que la decepción que sentía en su corazón se desvaneciera. Años después, cuando Urra sostenía a Grunk en sus brazos, un escalofrío recorrió su espina dorsal. La frágil forma de su hijo le recordó su propia vulnerabilidad en aquel momento de desesperanza en la arboleda. La melancolía la envolvía mientras reflexionaba sobre su pasado y las cicatrices que había llevado consigo desde aquel día. La noche en la arboleda seguía siendo un recuerdo sombrío en la mente de Urra, un recordatorio constante de la fragilidad de la felicidad y de cómo los giros inesperados de la vida podían cambiarlo todo en un instante. Cada vez que miraba a Grunk, sentía un amor profundo y una determinación aún más fuerte de protegerlo de las heridas del mundo. Pero también, en el fondo de su ser, había un temor persistente, un miedo a que la historia se repitiera, que algún día Grunk también experimentara un dolor tan abrumador como el suyo.

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Grunk y el Nuevo Mundo: La Historia ComienzaWhere stories live. Discover now