CAPITULO 3

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Los días pasaron y, poco a poco, Freen fue adaptandose a su trabajo y a la vida en Inglaterra. Comía salchichas, pollo ahumado, repollo y bebía deliciosa cerveza del país los fines de semana, cuando salía y se divertía. Con el primer sueldo, Freen se compró una radio. Le encantaba escuchar música y ahora podía cantar y bailar en su habitación con sus amigas.
Con el sueldo siguiente, finalmente se compró unos pantalones pitillo azul marino y otros verde botella. Tee en un principio se negó, pero tras probarse unos y sentir la libertad que aquella prenda le daba, no se resistió y también se compró. Nam, que se movía bien por la ciudad, las llevaba de compras a sitios increíbles. En Thailandia vivía en una granja con sus padres, un lugar que la asfixiaba, sobre todo por lo machista que era su padre, que no le permitía tener
iniciativa. Para él, ella era sólo una mujer, y no un varón, y sólo debía obedecer y trabajar. Por eso, cuando ocurrió lo de su exnovio, decidió marcharse, con el consiguiente disgusto de sus padres. Y así fue como había llegado a Inglaterra un par de años atrás.
Un sábado, tras una mañana en la capital, donde Nam se compró unos preciosos guantes rojos de piel y un bonito pañuelo de seda beige, entraron en un curioso restaurante.
Una vez acabaron de comer unas ricas salchichas, Freen miró a Nam y dijo:

- Déjame verlos de nuevo, ¡creo que me he enamorado!
Divertida, la chica sacó los guantes rojos de fina piel que se había comprado en el bazar de segunda mano donde habían estado, Freen, tocándolos, murmuró:

- Qué rabia no haberlos visto yo primero, son muy bonitos. Nam soltó una carcajada.
- Te los podrás poner siempre que quieras.
Terminaron de comer entre risas, y entonces un grupo de chicos se les acercó. Eran militares ingleses, pero una en especial hablaba Thailandes como ellas. Durante un rato, charlaron con ellos divertidas, hasta que Nam, obligándolas a salir de allí, dijo:

- Alejense de los militares.

- ¿Por qué dices eso?. Preguntó Freen curiosa.
Nam, mientras se arreglaba el pelo, miró hacia el interior del restaurante, donde aquellos muchachos seguían riendo en grupo, y dijo:

- Conocí a una chica, en otra residencia donde estuve, que se dejó embaucar por uno de ellos y, una vez ella  (señalando a la chica) consiguió lo que buscaba, no quiso volver a saber de ella.

- ¡Qué canalla!. Sentenció Tee. Nam asintió y, cogiéndose del brazo de la chica, insistió:

- Recuerden los militares, cuanto más lejos, mejor.
Esa advertencia a Freen le hizo gracia, pero calló. Para ella, las mujeres u hombres Ingleses o Thailandces eran lo mismo. Sus miradas, en ocasiones descaradas, le daban a entender lo que buscaban y, sin dudarlo, se alejaba de ellos.

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