Prefacio

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Ira. Ira era lo que encontraba en sus ojos, mientras que en los míos; estaba seguro que en lo que ella observava en ellos era: resignación, tristeza y... vergüenza. De esas emociones ella se alimentaba feliz, sin importarle que a mí me dejara sin nada.

Una sonrisa había emergido en sus labios, labios que antes disfrutaba besar y ahora una leve repugnancia es lo que me atacaba al mirarlos.

—No puedo creerlo, Elijah —el matiz en su voz no era más que veneno no muy disfrazado en reproche —. Eres tan poco hombre que ni un hijo me has podido engendrar en todo el tiempo que llevamos de casados.

Sus palabras quemaban en mi interior, un leve temblor embargaba mi anatomía y el estúpido enojo también se me era contagiado en escazas porciones. Su mano extendida a mi dirección, tenía atrapado entre sus dedos un papel que ya sospechaba de lo que se trataban las letras que en él se hallaban escondidas.

—Te lo advierto, Agatha —mi tono la encarceló en estupefacción en un efímero momento antes de edificar su antes insufrible postura —. No hables más que mi paciencia se está agotando.

Una ceja se arqueó en su rostro, mientras que una risa apagada y sombría escapaba de sus garganta al mirarme imperturbable.

—¿En serio? ¿No quieres saber qué es lo que está escrito aquí?

La observé por unos segundos con curiosidad que al poco tiempo se fue apagando, hasta que solo había quedado unas pocas brazas.

—No —dije, imponente dando un paso hacia ella —. No me interesa en lo absoluto.

—Pues ni modo, siempre te lo diré, te guste o no —anunció antes de empezar a ampliar el papel anteriormente doblado y sus próximas palabras me dejaron helado al escucharla —. Aquí dice que eres estéril, Elijah. Un mediocre estéril.

Le arrebaté el papel de sus manos, para poder comprobar si era cierto lo que ella había dicho hace unos segundos. Mi mundo se vino abajo, al leer la palabra "estéril" en ese maldito examen.

—¡Lárgate, Agatha! —la observé con ira pura, la distancia era acortada entre nosotros al irme acercando, una distancia que ella se esmeraba en alargarlo dando pasos hacia atrás —. ¿¡Qué no me escuchaste!? ¡He dicho que te largues de aquí, maldita seas!

Con su cuerpo temblante y sus piernas trastabillantes, logró salir de la estancia con su rostro grabado tétricamente en el terror.

Al oír la puerta de la casa cerrarse y el motor de su auto encenderse, me dejé caer al suelo derrotado por el llanto y furia. Un grito desgarró mis cuerdas vocales y mis lágrimas corrían como ríos sobre mis mejillas.

Eso no podía ser verdad, yo no podía ser estéril, mi mayor deseo siempre fue tener una familia con más de tres hermosos niños corriendo y jugando en la casa o en el jardín y una hermosa y cariñosa esposa a mi lado disfrutando verlos crecer. Ya veo que así se quedará: como una vil fantasía.

Aquí se empezó ha bordar el comienzo de mi historia...

El fruto del Edén [+18]Where stories live. Discover now