Capítulo 37 | Compromiso

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Ciro

Mireia había estado callada durante la cena. Le había dado un rato para reflexionar, quería estudiarla, ver qué emociones mostraban sus gestos, desnudarla con la mirada. Podía sentir que aquello era precipitado, demasiado pronto para ella. Estaba siendo una época de cambios y este era uno bastante grande.

Su madre acababa de empezar a tratar su drogodependencia y justo después se había visto obligada a volver a huir para mantenerse a salvo. Que venga yo a pedirle matrimonio parecía ser la gota que colmaba su vaso de paciencia.

Le había pedido que se quedara con Nil y, aunque deseaba que fuese yo quien estuviese a su lado, no rechistó. Me daba miedo que estuviese guardándose todos sus reproches para sí, que no me gritara que no pensaba volver a huir de Barcelona otra vez. Ahora, a pesar de saber que le pedía matrimonio porque me veía en la obligación de tomar una decisión respecto a las circunstancias que nos rodeaban, no se lo había tomado mal.

Puede que fuese consciente de todo o puede que estuviese lanzándose al mar sin salvavidas.

—Mireia —la llamé una vez terminamos de cenar. Levantó la mirada de la copa de agua que bebía y la dejó en la mesa para prestarme atención—. Si estás de acuerdo, nos casaremos en un mes.

Me puse derecho en mi silla, apoyando los codos en la mesa.

—¿Un mes?

—Aún estás a tiempo de arrepentirte.

—No voy a arrepentirme, Ciro —pronunció poniendo los ojos en blanco.

Me reí por su gesto.

—Está bien. Tendremos nuestro primer acto público el fin de semana que viene. Es la boda de la directora financiera de la empresa.

—¿La boda? —Elevó ambas cejas, insinuante.

Volví a reírme de su forma de actuar. Quizás era porque me había vuelto loco oírla decir que quería casarse conmigo. Durante la semana que había estado con Nil no había parado de darle vueltas, sobre qué haría si ella no quería dar ese paso en nuestra relación tan pronto.

—Puedes coger ideas... —No se me hizo fácil reprimir otra carcajada.

—¡Ciro! ¡Deja de reírte! —gritó mosqueada—. Esto es serio.

Mireia no me quitó la mirada de encima mientras me descojonaba yo solo de la risa, aunque al poco ella también se rio.

—Perdona, es que no tengo ni pajolera idea de qué hay que hacer para una boda y verte a ti igual... —Reí de nuevo y ella colocó los ojos en blanco.

—Estás loco.

—Loco por ti, Mireia.

Me levanté y la cogí de la mano para sacarla a bailar. La música que había puesto se había cambiado a algunos éxitos de actualidad como Álvaro de Luna. Bailamos Todo contigo en la terraza, la hice girar y saltamos eufóricos hasta acabar besándonos. Sus brazos se enroscaron en mi cuello, atrapando mis labios de nuevo.

—Te quiero.

—Te quiero, Mireia. Me muero por hacer esto juntos.

De repente, salió la que, para mí, ya se había vuelto nuestra canción: Quién diría de DePol. Recogí la mesa luego de bailar por toda la terraza con sus pies descalzos dando botes a mi alrededor y mi corazón palpitando de amor por toda ella. Le pedí que fuese a buscar a la nevera un licor de mora sin alcohol. Bebimos un poco de ese azúcar líquido antes de comenzar a devorar la boca del otro en besos cargados de deseo y acabar poco después en nuestro dormitorio.

—Ciro —me llamó bajo la cálida luz, tumbada sin ropa junto a mí, mientras acariciaba su brazo de arriba abajo y viceversa.

—Dime.

—Yo también estoy deseando hacer esto contigo. Puede que no me crea los cuentos de princesas, pero casarme es algo que he anhelado desde que era una niña pequeña.

Su mano suave subió por mi pecho hasta alcanzar la mandíbula y acariciar mi piel. Sentí que la sangre se movía demasiado rápido otra vez. Mireia se había convertido en mi eterna condena, una que felizmente cumpliría el resto de mi vida.

—Quiero verte vestido de novio esperándome y gritar a los cuatro vientos que eres el amor de mi vida.

Escucharla fue como si me parasen el corazón por un segundo y luego lo soltasen para latir cual caballo desbocado. Conseguía que me derritiera frente a ella, que me ablandase y me convirtiera en uno de esos príncipes de cuento que caían arrodillados por amor.

Porque desde que la conocí quise darlo todo por ella, incluso si eso significaba el final.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora