Capítulo 60 | La ética de la virtud

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Mireia

No conseguí conectar las piezas hasta que Ciro no cogió de la encimera lo que parecían unas fotografías y nos las enseñó enfurecido.

No pude creérmelo.

No pude hacerlo ni viéndolo con mis propios ojos. Alguien nos había fotografiado.

Oh, Dios mío. No llevaba casada con Ciro ni una semana. Había fotos incriminatorias. Nil y yo besándonos a la salida de la discoteca en mi despedida de soltera. Apenas recordaba ese fugaz momento. Estaba ebria, pero lo había besado. No me sentiría culpable si no fuese consciente de que aquello era real. Completamente real.

Nil y yo nos habíamos besado. En más de una ocasión. Incluso esa misma mañana. Sabía que tenía que habérselo contado a Ciro antes, sin embargo, todo se volvió tan tóxico con Nil que el simple hecho de reconocer para mí misma que había pasado algo entre nosotros era como automachacarme. Y luego estaba Ciro. Sabía que eso lo rompería y no quería hacerle daño.

Al final, todos terminamos por hacernos daño.

—Fue en la despedida —se apresuró a decir Nil—, los dos estábamos borrachos...

Entonces la burbuja de paciencia de Ciro explotó y lo estampó contra la pared.

—¡Estabais durmiendo juntos mientras yo me desvivía al ver que ella no volvía a casa! —lo reprendió entre gritos. Jamás lo había visto en ese estado. Estaba fuera de sí.

—¡Joder, Ciro!

—¡¿Por qué?! ¿Por qué tenía que ser ella?

Volvió a sacudirlo, como intentando sonsacarle a la fuerza una razón a por qué lo había traicionado de ese modo. Nil comenzó a defenderse. Había empezado a sudar, lo que significaba que Ciro estaba presionándolo demasiado contra el tabique. Corrí para separarlos. Tiré de Ciro con todas mis fuerzas y me interpuse entre ambos.

—¡Basta! —chillé hasta que lo soltó y se alejó de él con la respiración desbocada.

Aunque duela, la verdad es la verdad.

—Ciro, lo siento mucho. Esto debería habértelo dicho antes... No tenías que enterarte de esta manera.

—¿Por qué, Mireia? —pronunció entre alientos. Su mirada me estaba suplicando una respuesta.

—Lo que siento por ti nunca ha cambiado. Estoy enamorada de ti...

—¿Y él? ¿Qué cojones hay de Nil? ¡Os besasteis! No me mientas.

Sus ojos estaban cargados de miedo. Pude ver a través de ellos su corazón encogido. Ciro dudaba de mí. Estuve a punto de echarme a llorar. Él era todo lo que me mantenía en pie.

—No voy a mentirte, Ciro —susurré con la esperanza de que no se me rompiera la voz.

En mi cabeza escuché que alguien entonaba las palabras escritas de Unamuno. «A veces, el silencio es la peor mentira». Le había mentido. Lo había hecho todo el tiempo. ¿Cómo iba a solucionarlo? ¿Cómo iba Ciro a perdonarme algo así?

Unas lágrimas se acumularon en mis párpados y cayeron sin poderlo evitar. Estaba temblando, por dentro todo temblaba. Nuestra historia temblaba.

—Nil y yo nos volvimos más cercanos. No... No todo salió bien. Yo... —tartamudeé sin parar. No encontraba las palabras adecuadas para decírselo. Quizás porque no había consuelo alguno en aquello—. No quería que esto te afectara...

Miré a Nil. No podía decirle la verdad. No del todo. Bajé la mirada y me limpié las lágrimas.

—Es por mi culpa —dijo entonces Nil—. Yo la presioné.

El lobo de la mafiaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ