CAPÍTULO CUATRO

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DISFRUTABA PASEANDO por el mercado durante el crepúsculo y aún más durante la noche. Las carpas, las luces de las lámparas y de los braseros, los pequeños grupos de personas dando vueltas por allí, el olor de carne asada sobre leña, el olor acre a incienso, el aroma de las flores y las persistentes especias; todo servía para calmarme y deleitarme. El lugar estaba tranquilo, pero todavía sentía movimiento antes de que la noche diera paso a la mañana.

Las personas que me saludaban, que decían hola con la mano, que se acercaban a tocarme o abrazarme mientras caminaba con cinco de mis guardias, mostraban todas la misma expresión asombrada en sus rostros. Les alegraba verme, y yo sabía por qué. Como descubrieron, yo no era líder de ricos. Buscaba, en cambio, mejorar la calidad de vida de toda mi tribu. No me interesaba solo la élite; me interesaban las personas comunes.

Había abierto el piso principal de la villa para todos. Los guardias permanecían en el interior, en la parte inferior de las escaleras, no en los portones de entrada. La biblioteca, las innumerables salas de lectura, las estanterías, todo estaba disponible para quienes quisieran realizar investigaciones o aprender más sobre la historia de los hombres pantera. Había hecho que pasaran a la villa todos los textos que había en el templo del sacerdote en Azul. Cuando viajé a ver a Nie Mingjue, el nuevo sacerdote, con la intención de sacar de la bóveda lo que él consideraba volúmenes sagrados que no habían sido abiertos en años, se horrorizó. Pero Taehyung había ido conmigo y, armado con su conocimiento y el de sus nuevos mentores, el antiguo concilio de Ennead, era obvio que Fu no podía hacer nada al respecto. La biblioteca podía estar en cualquier lugar; no había ley que dijera que tenía que encontrarse en la residencia del sacerdote en Azul. Así que Mingjue tuvo que presenciar con impotencia cómo yo retiraba los libros de las habitaciones debajo de su casa.

Mientras caminaba con Kabore, pensé en la última vez que había estado en Azul. Había sido dos meses antes del día en que pusiera a Mingjue en su lugar. Había ido a ver a Wang Hao Xuan, el anterior sacerdote de Chae Rophon. Él me había llamado desde su lecho de muerte, y nadie se había sorprendido tanto como yo. Me había sentado en una silla junto a su cama y, para mi alegría, él me había sujetado la mano.

—La ruta del cambio es peligrosa —me advirtió—. Aférrate a tus planes. Para mantener las tradiciones vivas, las personas deben poder usarlas en el día a día, aceptarlas y asimilarlas.

Me di cuenta entonces de que extrañaría su ceño fruncido de desaprobación, sus palabras amables y las palmaditas en mi hombro cada vez que me veía.

—Estás intentando realizar cambios para el bien de todos; debes comprender que el hombre que vendrá después de mí solo querrá poder. Prepárate.

En ese momento, no sabía cuán ciertas serían sus palabras.

Nie Mingjue era el sucesor de Wang Hao Xuan, y me odiaba con la pasión de un fanático de las leyes. No entiendo por qué. Él fue la persona que me etiquetó como kadish, impuro. Él fue quien dijo que Zanjin El Masry debería ser el semel-aten, y no yo.

Yo no era de la tribu de Rahotep. Yo no era chino. Yo no hablaba Wu ni chino. Yo no vestía la ropa regional, y mis puntos de vista sobre la educación, las personas sin hogar, el papel de la mujer y las parejas del mismo sexo eran heréticos. Él me consideraba una amenaza para la tribu y una carga para el mundo de los hombres pantera. Yo era profano, inmoral, simplemente una abominación. Desde el día que asumió su papel, comprendimos algo: éramos enemigos.

Conforme pasaba el tiempo, quedó claro que yo sabía lo que estaba haciendo aunque fuera nuevo, pero estaba rodeado de gente estupenda, gente incorruptible. Cuando él se dio cuenta de que no podía avergonzarme ni superarme en astucia, echó mano al recurso más antiguo para ganar: intentar asesinarme.

Destino 4 -  Saga CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora