4. Panettone

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Tuvo que gastar al menos la mitad del frasco de su perfume para disimular el terrible olor a tabaco y hierbas que su habitación adquirió en poco tiempo, abrir la pequeña ventana no bastaba para que el horrible ambiente concentrado siquiera aliviane, se anotó mentalmente comprar un ventilador de manera urgente, porque no podría seguir viviendo de esa manera.

Nuevamente se fue sin desayunar, en realidad se moría de hambre pero era mil veces mejor comprar algo en alguna tienda de conveniencia que compartir la mañana con sus familiares, hacer eso le facilitaba la vida que llevaba y lo haría por al menos... toda su vida.

La academia era una distracción demasiado buena para su mente de no ser porque diariamente se torturaba al sobrepensar las cosas y lo que pasaba con su vida, entraba en una frustración terrible de saber que posiblemente jamás lograría ser alguien normal o exitoso con su carrera, así que huía de sus pensamientos para no sentirse tan miserable y dejar de pensar en el futuro, a veces se sentía realmente derrotado.

Pero no era tan malo, es decir, podría ser peor, así que solo se resignaba a ello, se acostumbró a su realidad.

Ingresó al aula de clase, era su segundo día en esa academia de preparación y empezaba a disfrutar lo distinto que era del internado, ya no persistía la monja que pegaba su mirada en él para vigilar cada paso que daba en vez de preocuparse por cosas más importantes, tampoco que cada noche alguien busque entre sus cosas para hallar las drogas que estuvo consumiendo durante largos meses, o la directora que lo mandaba cada miércoles con la psicóloga del plantel (una biblia) para iniciar la terapia destinada al completo fracaso, no estaban las miradas crueles que los alumnos le cedieron a su persona como si fuera el peor desde que tuvo uso de razón.

Ahí solo miraban lo superficial y no sabían de los problemas que desarrolló su persona, por ello se sentía mejor, mucho mejor.

Tomó asiento en una de las mesas libres, su costado estaba vacío y colocó su mochila ahí para guardarle el sitio a Maurizio, sin embargo su teléfono vibró en su bolsillo y no tardó en revisar el mensaje que llegó.


Maurizio

Estoy en la cama con mi chico y no tengo cabeza para pensar en los cursos, toma los apuntes por mí, te quiero.


Soltó una suave risa y guardó el aparato, todos comenzaban a ingresar y con ellos, el profesor de Comunicación con la misma pinta de ser un viejo amargado y estricto, casi hasta podía verle el vestido raro que las monjas se ponían para las clases de religión, un desastre total.

-¿Está ocupado?

Una voz lo hizo reaccionar, miró a su costado y vio al chico que lo cuidó hasta los últimos segundos que estuvieron juntos, sonrió un poco y negó.

-No, siéntate.

Vio el momento exacto en el que los dientes delanteros se asomaron en una pequeña sonrisa, no creía en Dios pero, ¡Signore, cómo podía tener esa dualidad tan increíble!

Sacó su mochila de ahí para dejar que el pelinegro tome asiento a su lado. Ahora llevaba unos jeans de mezclilla, botas negras y una caffarena gris de cuello alto, Ángelo se estaba revolcando en los pies de ese ñoño que apenas conocía desde ayer.

-¿Cómo te sientes? -murmuró Barone a Ángelo, la clase comenzó y ya no podían hablar tan fuerte.

-¿Ah?

-Cómo te sientes... de ayer.

El rubio sonrió, sintiendo su corazón latir con fuerza-. Ya me acostumbré... Estoy bien, gracias -murmuró igual.

FENTANILO ; kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora