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—¿Peeta? —Mis manos tiemblan mientras lo sacudo. Mi intento por hacerlo despertar es en vano. Recurro incluso a una bofetada, pero el resultado es el mismo —¡Peeta!

Veo que Finnick se baja a Mags de los hombros y se apresura hacia él, empujándome lejos de su cuerpo inerte.

—Apartate —lo escucho decir. Su mano se mueve por el cuerpo de Peeta, desde su cuello hasta las costillas. Nunca había visto a Finnick tan concentrado, y cuando parece que tiene la respuesta a una pregunta que no conozco, le tapa la nariz.

Entonces creo saber cuál era la pregunta: ¿existe la posibilidad de que vuelva a la vida? Y ahora se está asegurando de no la haya.

—¡¿Qué haces?! —chillo e intento lanzarme sobre él. En respuesta, Finnick me golpea el pecho con tanta fuerza que me lanza hacia un árbol. El golpe me distrae un segundo, pero el instinto gana cuando veo que sus dedos vuelven a privar a Peeta de aire. En un segundo tengo una flecha cargada y lista para atravesarle el cráneo, pero antes de que pueda hacerlo, me detengo al ver que está besando a Peeta. Me quedo muy quieta, sin poder creer lo que veo, hasta que me doy cuenta de que no lo está besando. Aunque sus dedos siguen evitando que le entre aire por la nariz, está soplando aire en sus pulmones. Lo sé porque el pecho de Peeta sube y baja cada vez que Finnick sopla. Después de varios soplidos, Finnick se aparta y comienza a presionar el lado izquierdo del pecho de Peeta con ambas manos, una sobre la otra. Por fin entiendo lo que hace.

La vida de Finnick y la mía son muy diferentes, pues aun siendo hija de mi madre, solo he visto esto un par de veces, Finnick, en cambio, sabe exactamente lo que hace. Su ritmo es constante y sus movimientos coordinados. Me acerco a ellos nuevamente, esta vez sin atreverme a interrumpir, y mientras veo las pestañas de Peeta, mi mano temblorosa se desplaza hasta su mejilla sin que yo se lo permita, acariciándola levemente. La culpa me come viva, pues mientras Finnick intenta salvarle la vida, no puedo dejar de pensar en que lo último que hice fue mentirle.

—Por favor —susurro tan bajo que ni siquiera Finnick puede oírme.

Los segundos pasan uno tras del otro, llevándose mi esperanza de que despierte nuevamente. Cuando el ardor en el pecho es tan fuerte que comienzo a marearme, Peeta tose levemente y Finnick se aparta.

Mis manos dejan ir el arco sin chistar y me lanzo sobre él.

Tomo su rostro entre mis manos cuando mis ojos notan su pulso fuerte en su cuello.

—¿Peeta? —pregunto en un susurro.

Abre los ojos como si pesaran una tonelada y me mira.

—Ten cuidado —su voz es débil—. Hay un campo de fuerza ahí —. Sus labios forman una media sonrisa, y aunque las lágrimas me salan el gusto, dejo escapar una risita —. Estoy bien, solo un poco tembloroso.

Me es imposible combatir contra el impulso, y uno nuestros labios en un desesperado beso, aferrándome a su rostro con las manos.

—¿Bien? ¡Habías muerto! ¡Tu corazón se detuvo! —Mis sollozos solo empeoran, ahogando mis palabras.

—No te preocupes, ya está funcionando —Me atrae hacia él y me recuesta en su pecho, donde puedo oír nuevamente el sonido que logra relajarme y espantar mis pesadillas. Mis sollozos no cesan una vez nos separamos, y Peeta comienza a preocuparse por mí—. ¿Katniss?

Mi cuerpo parece estar liberándose del estrés de los últimos diecisiete años, pues me es imposible controlar la respiración y comienzo a ahogarme.

Peeta se sienta como puede y me pone una mano en la espalda —Katniss, estoy bien.

Me siento como mi equipo de preparación, lamentándose frente a mí, quién viviría todo, por mi participación en los juegos.

Miro a Finnick para distraerme, y me viene a la cabeza la tan conocida noción de que estoy en deuda con él, y por ende, me será imposible asesinarlo mientras duerme.

Una historia diferente | En llamas y SinsajoWhere stories live. Discover now