Epílogo

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Existen almas que optan por conectarse, sin preocuparse por el dónde o el cuándo, sin motivo aparente y en contra de toda predicción, encienden una llama que inevitablemente está destinada a encontrarse. Puedes llamarlo destino, suerte o casualidad, ¿quién lo sabe? Ciertamente, nadie. A veces, las cosas simplemente suceden y no requieren una explicación.

Dos niños se esconden detrás de una cortina en el gran salón, anticipando el momento en que servirán el té, que por cierto, detestan. Risas cómplices brotan de ellos cuando los sirvientes retiran las tapas de las teteras y grillos saltan de ellas, causando un escándalo en el gran salón.

Sus padres ya no se sorprenden, siempre esperan ver qué travesura inventarán sus pequeños. En lugar de enojarse, solo sonríen internamente, ya que, en público, deben mantener una apariencia imperturbable para evitar los comentarios de la gente.

Aunque en realidad no les importa lo que otros opinen, prefieren no dar motivo para hablar, dado que conocen su temperamento y saben que cualquier conversación al respecto no llevaría a nada bueno.

En los bailes que se celebran en Conall, las bromas son una constante, al igual que los gritos del cocinero y las sonrisas cómplices de algunos sirvientes y soldados. Esas cosas le dan vida al inmenso castillo, y han llegado al punto en el que, si escuchan silencio, les preocupa.

—Ya hablamos de esto —les dice su padre—, no pueden meter grillos en las teteras.

—¿Qué tal sapos? —sugieren ellos, y Astrid solo oculta una sonrisa.

Ellos, junto a Ithan, son el temor de todos. La última vez que estuvieron sentados tranquilamente, se escuchó una explosión en la cocina.

—Niños —su madre se agacha a su altura—, no a todos les gustan los insectos. Además, los bailes son para conocer a otros y bailar, no para que los grillos salten por todo el salón.

—Nos aburrimos.

—¿Por qué no invitan a bailar a alguien?

—¿Me concede una pieza, príncipe Aiden? —le dice Deian a su hermano en tono juguetón.

—Sería un honor —pretende una reverencia—, para usted.

Ambos se desplazan al centro del salón, donde ejecutan una danza peculiar pero sumamente divertida. Para ellos, no hay reglas ni protocolo que los limite; son almas libres que disfrutan hacer las cosas a su manera. En las clases sobre monarquía y asuntos reales, resultan particularmente desafiantes para Carlies, quien asume el papel de instructor o, al menos, lo intenta, ya que es todo un dilema. Si bien son inteligentes y siempre plantean preguntas inesperadas, también son inquietos y se distraen con facilidad. No conocen el término medio, oscilando entre la distracción total o una concentración excesiva.

Cuando cumplieron su primer año de vida, fueron oficialmente presentados ante el pueblo y, desde entonces, se han convertido en figuras públicas. Sin embargo, esto no les impide ser auténticos.

—Mamá —Deian jala suavemente la tela del vestido de su madre—, ¿te gustaría bailar?

—Sería un placer.

Hacen una reverencia formal y comienzan a bailar. Los gemelos rara vez bailan con personas ajenas a su familia, pero se sienten muy cómodos con su madre y entre ellos disfrutan esos momentos.

Habían habido muchos cambios, especialmente en las mañanas, que ya no eran tan tranquilas como solían ser. En lugar de paz, a menudo reinaba el bullicio debido a las travesuras de los gemelos. Escuchar a Bernard quejarse se había convertido en una rutina.

En Las Profundidades Where stories live. Discover now