xxv.

468 48 0
                                    

—¿Qué viste? —le preguntó Ronal mientras terminaba de curar las heridas de Tsu’tey.

El resto atendió a sus palabras, a pesar de también estar vendando heridas más pequeñas. Kiri observó a su... ¿prima o hermana?, necesitaba saberlo.

—El bosque... y a mi madre —respondió, bajando la cabeza para no tener que ver la mirada triste de su padre—. La seguí por el bosque hasta... un sitio parecido a donde está el árbol de las almas del territorio Omatikaya.

—¿A qué te refieres con parecido? —dijo Neytiri, al ver que nadie más lo hacía.

—El... anillo de roca era igual, pero... había cinco árboles —explicó, bajando las orejas al recordar los momentos siguientes.

«¿Puedes culparme?» preguntó esa voz que había aprendido a odiar con todo su ser.

«La verdad es que sí» espetó en un pensamiento.

—Cuatro eran... grandes o... normales —siguió, refiriéndose al tamaño común, aunque nadie pareció confuso cuando habló—, pero había uno, justo en el medio, muy pequeño. Mamá dijo que era un árbol nacido del seno de la Gran Madre —añadió al final.

Ronal la cogió por las mejillas, provocando que bajara las orejas. Tsu’tey intentó no dirigirle una mirada furibunda a la mujer, Tsahìk o no, Kai’lä era su hija y no permitiría que le dijera nada.

—¿Un árbol nacido del seno de Eywa? —repitió, bajando un poco sus orejas.

—Directamente.

—¿Qué más te dijo tu madre? —La soltó, sin apartar su mirada de ella. Kai casi podía sentir que le atravesaba el alma.

—Que... se me podía considerar tan hija de la Gran Madre como de ella —murmuró. La Metkayina frunció el ceñó y Kai suspiró mientras cogía su cuchillo—, por esto —dijo, antes de hacerse un corte en la mano y hacer una mueca. Muy fuerte, vale, no se había medido.

Tragó saliva cuando comenzó a sentir alivio, la herida se cerró tan rápidamente como siempre. Ella ya estaba acostumbrada —y el resto de su familia también—, pero los na’vi del arrecife no. Incluso Ao’nung había vuelto a sorprenderse.

Ronal cogió su mano cuando la herida se cerró del todo. No vio cicatrices, ni... nada, realmente. La Tsahìk la miró con los ojos como platos, pero le permitió seguir hablando.

Kai’lä miró un segundo hacia Kiri, apretando la mandíbula. ¿Debía decirlo? ¿Debía quedarse callada? Su estómago estaba tan encogido que ella no supo si podría volver a comer próximamente.

—¿Qué pasa? —preguntó la joven. La Rongola calló, negándose a mirar a la que ahora sabía que era su hermana.

La sintió tocar su hombro y posteriormente su barbilla, pidiendo en silencio que la mirara, pero no hizo caso. Torció la boca, sin saber si se arrepentiría de eso más tarde.

—Eres... hija de Eywa —musitó, esperando en parte que no la hubiera oído.

Su corazón dio un vuelco cuando dejó caer la mano de su barbilla, la había oído. Y debido al silencio que ahora reinaba en el marui, supo que el resto también lo había hecho.

—¿Es una broma? —No parecía enfadada, pero Kai tuvo miedo igual.

—Ojalá —admitió, con un tono un poco más seco.

—¿Por eso me llamaste hermana?

—No solo por eso, pero si lo quieres ver así..., sí.

Kiri abrazó a la Rongola, provocando que un suspiro de alivio saliera de ella. Neytiri observó a la hija de su amiga y a la de Grace abrazarse en silencio. De alguna forma ella siempre había sabido que su relación no era normal, pero nunca había creído que pudiera llegar... a esto.

—Podíamos ir al árbol de las almas, creo que ambas necesitamos un par de respuestas —comentó Kiri, cogiendo una de las manos de Kai. La Rongola bajó las orejas.

—Yo no vuelvo —sentenció.

—¿Por qué no? —replicó la joven.

—¿Estás de broma? Eywa me envenenó.

«¿Así me agradeces que te haya revivido?» reprochó la Madre dentro de la cabeza de Kai.

«Un poquito de información no venía mal».

«¿Crees que lo habrías hecho entonces?».

«¡Claro que sí, por todos los demonios!».

La Madre calló entonces, dejando un agradable silencio en la cabeza de Kai’lä, aunque ella antes no había dejado uno especialmente agradable.

—La Gran Madre no... —quiso comenzar Ronal.

—La Gran Madre sí. Fue para que pudiera estar aquí de nuevo, pero eso no lo supe hasta que abrí los ojos —explicó, intentando no tomar un tono demasiado grosero.

—¿Cómo te envenenó? —preguntó Tsu’tey, posando una mano sobre el hombro de su hija.

La Tsahìk hizo una mueca, ¿cómo podían pensar que la Gran Madre hubiera envenenado a Kai?, aún así, no dijo nada más.

La joven miró a su padre, manteniendo una mano sobre el brazo de Kiri. Inhaló profundamente.

—Con el joven árbol. Mamá dijo que debía comer una de sus raíces para volver a vivir —respondió, girando su cabeza hacia su padre, aunque sin mirarlo en absoluto.

Kai’lä se frotó los ojos durante unos segundos con algo de suavidad. Tenía tantas ganas de ir al árbol de las almas como de que volvieran los humanos, tal vez menos incluso. Lo ignoraba.

La Rongola suspiró y tiró de Kiri con suavidad.

—No sé tú, pero yo sí quiero saber cómo Eywa pudo engendrarte —explicó, al ver que ella fruncía el ceño.

—¿Pero no decías que...?

—Sí, y también dije que quería partirle la cara a Ao’nung al principio —dijo, saliendo del marui con cansancio.

Lo’ak rio un poco, eso habría sido digno de ver, sabiendo que los na’vi del mar eran más altos que los del bosque y que Kai no era especialmente la mujer más grande. Neteyam puso los ojos en blanco con una sonrisa.

—Qué amor —comentó el na’vi.

—Yo no soy la masoquista —se excusó, mirándolo por encima del hombro.

Tsireya sonrió y siguió a las dos chicas. Tsu’tey le lanzó una mirada furibunda al chico del arrecife, quién solo observaba a las tres irse en dirección a la Ensenada de los Ancestros, sonriendo con suavidad.

—¡Esperad! —llamó Tuk—. ¡Yo voy!

—Vamos todos, ya —apremió Lo’ak.

Los dos hermanos mayores se adelantaron al resto para ir con las chicas. Neteyam cogió a su hermana menor en brazos mientras Lo’ak saltaba sobre la espalda de su prima, haciéndola tropezar.

Tsu’tey se adelantó a Ao’nung, mirándolo por encima del hombro con una advertencia muda. Jake suspiró, exasperado. El joven miró al adulto con una mueca.

—Discúlpalo —pidió—, ya ha perdido a su esposa y también a su hija, no se cree que esté viva de nuevo —explicó, con un tono calmado.

—Deja que se acostumbre, Ma’Jake —dijo su esposa, dándole un golpecito en el pecho—. La agresividad viene de familia.

Ronal soltó una risa nasal, haciendo que su hijo bajara las orejas mientras la miraba, luego devolvió su vista al frente para ver a Kai’lä y a Lo’ak cayendo al agua. Sonrió un poco ante tal escena.

Pero ahora tocaba ir al árbol de las almas y... pedir respuestas. O exigirlas como creería que haría Kai.

Ocean Light - Ao'nungWhere stories live. Discover now