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En la cama mis doncellas colocaron el vestido que llevaría hoy. Ellas tres me ayudaron a ponerme el atuendo con arreglos dorados. Agradecí la ayuda y salí para dirigirme a la biblioteca. Tuve que pasar por delante de las habitaciones de mi madre y mi hermana. Seguí mi rumbo hasta llegar a las enormes puertas de mi lugar favorito en el Palacio Real.

Entre los tantos libros que habían en los estantes repletos de estos, escogí el mismo libro de siempre y me dispuse a hojear sus páginas con divina delicadeza. Leí todo lo que quedaba. Había terminado ya el libro que tanto me gustaba. Después de pasar dos horas leyendo lo restante de "A siete días de enamorarme" partí dejando atrás al castillo.

Me escabullí fuera del castillo sin que se dieran cuenta. Estuve un rato paseándome por el pueblo. Pasé justo por al lado de un callejón oscuro y sin salida. Creí escuchar los llantos de un pequeño bebé. Pensé que solo era mi imaginación y por esto lo dejé pasar. El llanto volvió a escucharse. Fui al lugar de donde provenía el sonido —una caja con mantas dentro, en el oscuro callejón— y ahí fue cuando la vi.

Hambrienta.

Una bebé lloraba. Hambrienta.

La crueldad de los humanos no tiene límites. Dicen que los demonios son malos y son ellos quienes abandonan a pequeños bebés. Son monstruos. Acurruqué a la pequeña niña entre mis brazos delicadamente. No quería lastimarla. Lo hice como haría una verdadera madre con su crío recién nacido.

Y después dices que no tienes corazón y que eres más fría que el hielo.

Yo no he dicho eso. Creo.

Desaparecí entre las sombras con la bebé en brazos. Tendría apenas un mes de vida. Esa criaturita se había robado mi corazón en el mismo momento en que la vi. Es extraño como la historia se repite. Le debo mi vida a Kahna. Ella no es mi madre en realidad. Mi hermana y yo teníamos seis años cuando esto sucedió. Kayra me odia porque todo fue mi culpa. Accidentalmente encendí la estufa el día que todo ocurrió. La llama se extendió hasta abarcar toda el área de la cocina. Las paredes de madera se quemaron enseguida. Mi verdadera mamá logró sacarnos a mi hermana y a mí de la casa, pero ella no pudo salvarse. Murió quemada allí dentro. No nací siendo un demonio. Fui humana en un principio, pero después de que la casa se incendiara Kayra y yo nos vimos obligadas a vagar por el bosque. Los animales salvajes nos encontraron y Kahna también lo hizo.

Ella nos salvó de morir y quedar en los estómagos de las criaturas del bosque. Mi hermana siempre fue fría, distante, si embargo, desde ese momento lo fue aún más. Mi madre adoptiva nos convirtió en demonios para poder sobrevivir. Siendo niñas humanas no lo haríamos. Debía agradecerle mi eterna vida a Kahna. Pero todo esto fue mi culpa desde el inicio. Sé que era solamente una niña aunque no puedo perdonarme el hecho de haber distanciado a mi gemela de mí y haber asesinado —sin quererlo— a mi legítima madre. Sucedió hace siglos. Aún no logro conseguir el perdón de Kayra, pero no me rendiré todavía. Tengo que seguir luchando por la mujer que maté y que me dió la vida.

Luego crecí y ya saben lo que pasó después hace veinticinco años. No es necesario repetirlo otra vez. En alguna parte de mí existe una pequeña pizca de cariño por la demonio que me salvó de la muerte. No puedo amarla como a una madre aunque ella me ame como a su hija. Simplemente no puedo.

La niña que rescaté de morir fue abandonada a su suerte. Aparecí con ella en mi fortaleza. La llevé a la cocina, necesitaba darle de comer. No podía hacerlo sola. Me vi en la obligación de llamar a mis tres ayudantes. Ellas me ayudaron a atenderla sin rechistar o preguntar algo. Decidí esconder la niña entre los muros del palacio. Tenía que ponerle un nombre. La nombré Gisli. Adopté a la niña, la querría como si fuera mi propia hija. Por el momento nadie debía saber esto.

• • •

—¡Se suponía que debías quedarte en tu habitación!  —le grité al intruso en medio de uno de los infinitos pasillos de mi propiedad.

Él bajó la cabeza.

—Kaysa, no te lleves toda la diversión —dijo mi odiosa gemela con un fingido tono pasivo, quien había descubierto al humano paseándose por todo el castillo.

—Kayra, será mejor que te calles y no te metas en mis asuntos —levanté la voz al dirigirme a mi hermana.

—¿Puedo opinar algo? —Egil interrumpió la discusión.

—¡NO! —gritamos mi hermana y yo al mismo tiempo.

—¡Ya basta! —intervino madre con dos simples palabras y su típico carácter fuerte. El mismo que utilizaba cada vez que mi hermana y yo discutíamos sin razón aparente y esto, era muy seguido—. Ustedes dos ya no son unas niñas. ¡Tienen que comportarse como las mujeres demonio que son! Basta ya de discutir.

—Sí, mamá —hablé yo, obedeciendo y bajando la cabeza—. Humano, tú vienes conmigo.

Él tragó saliva y se mantuvo en silencio, como había hecho hasta ahora.

—¿Por qué te empeñas tanto en alejarlo de nosotras? —cuestionó mi gemela desde su posición al lado de la mujer que nos salvó la vida.

—Kayra, eso no nos incumbe —le respondió mamá con una voz fuerte.

Me dirigí a la habitación del intruso y este me siguió, allí continuamos la discusión. Ahora tendría que dar una explicación e inventar una excusa para el motivo por el cual lo mantenía oculto.

—¡¿Ahora qué se supone que debo decirles a Kahna y Kayra sobre tu maldita existencia?! —balbuceé más para mi misma.

Lo más razonable que se me ocurrió en ese momento fue decir que era mi pareja. Eso le dije a mi mamá cuando salí de allí. Esto fue peor. Ahora tenía que dormir con él en la misma habitación.

Pasó solo un día y ya habían descubierto al prisionero. Genial.

Conciencia, por favor, cállate.

Por suerte para mí, madre no había notado que el estúpido intruso era —en realidad, gracias a la magia que cubría su ropa; mi magia— un humano. ¿Ahora yo también mentía? Era una mentira realmente necesaria. Toda la conversación no se basó en el engaño que me vi obligada a crear para salvar el pellejo del humano, sino también en lo que vieron mis ojos cuando caminaba tranquilamente por los pasillos de mi conquista. Mi adorada hermana Kayra intentaba seducir al intruso. Por algún motivo esto me calentó la sangre. Aunque él es solamente mi prisionero. ¿Verdad?

Al anochecer pedí que trasladaran las cosas del prisionero a mi habitación. Mi cama era bastante amplia, pero no la iba a compartir con él, claro que no.

Él podría darte calorcito por las noches.

¡No! ¡Ni lo pienses!

Egil durmió en el suelo, en un pequeño colchón con varias cobijas por encima de este. Me incomodaba tener al hombre que quería matarme también cerca de mí. De algún modo u otro logré dormir.

QUEEN of CORPSES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora