CAPÍTULO 27.

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Era mediodía cuando la última de las charolas de tartas de frutos rojos salió del horno. Coloqué la charola despacio sobre la mesa de madera y suspiré aliviada por haber terminado con aquello.

Había pasado horneando postres durante horas y horas, tantas que mis músculos dolían y mis ojos casi se cerraban por el cansancio. 

Me dejé caer sobre una silla y me relajé por un momento, pero eso terminó cuando la señora Edwards entró a toda prisa junto a otro par de mujeres.

—¿Has terminado, Josephine? — preguntó mientras las otras dos comenzaban a llevarse las charolas con postres y salían rápidamente.

Asentí y me puse de pie a regañadientes.

—Ayuda a Ava y Joanne a llevar todo esto al comedor principal — dijo y sin esperar repuesta se marchó dejándome una vez más sola.

Cerré los ojos un momento.

Lo menos que quería era fingir que aquello estaba bien para mí, que quería estar ahí y ver cómo el príncipe Luckyan se rodeaba de hermosas damas y bailaba con ellas durante todo la noche, pero no era como si pudiera hacer algo al respecto

Tomé un par de charolas y salí de ahí a pasos lentos.

El comedor principal me dejó sin aliento. Era hermoso. Maravilloso, absolutamente maravilloso.

Las mesas eran extremadamente largas y estaban adornadas con vaporosos manteles de un blanco impecable y ramos de rosas tan rojas como la sangre y el trono real de oro sólido se encontraba al fondo luciendo poderoso e inalcanzable.

La vajilla era de porcelana blanca y dorada, habían copas de cristal y servilletas tejidas en filigrana de oro, si esto era solo un baile para conocer a las damas nobles de Loramendi, no quería ni imaginarme cómo sería si aquello fuera una boda real.

Dejé las charolas sobre la mesa destinada a los postres y vi ir a venir a los sirvientes trayendo y dejando cosas.

Observé una vez más aquel comedor, con sus candelabros de cristal colgando encima de nuestras cabezas, las pinturas que adornaban las paredes y las banderas de Loramendi en cada rincón.

¿Qué se sentiría vivir rodeado de todo aquel esplendor? ¿De todo aquel oro? ¿Alguien realmente podría ser feliz?

Las puertas volvieron a abrirse en ese momento, fue el príncipe Luckyan y el consejero Clifford quienes entraron con pasos firmes.

Los ojos grises escanearon aquella habitación con un aire altanero y molesto, había un corte en su mejilla que sangraba y el consejero Clifford parecía mortificado por eso

Cuando su mirada por fin reparó en mí pareció suavizarse un poco y su postura se volvió un poco más despreocupada.

—Príncipe Luckyan — saludé e hice una reverencia, él entrecerró los ojos un instante y luego simplemente asintió y siguiendo caminando pasando a mi lado sin detenerse y sin decir nada.

Salí de ahí tan rápido como pude.

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Los carruajes comenzaron a llegar a las seis en punto. Carruajes tirados por caballos negros, castaños y alazanes, con  carrozas hechas de madera fina y bañadas en oro y querubines tallados a mano.

Todas y cada una de las familias nobles fueron invitadas y cada familia había ofrecido a sus hijas de entre quince y veinticinco años para poder conocer al príncipe y todas ellas habían llegado tan pronto como les fue posible para impresionar al rey y a la reina.

LA REPOSTERA & EL REY [LIBRO #1] [TERMINADO ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora