capítulo 1: la canción de cuna

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Un sentimiento le arrebataba la respiración, y aunque corría se sentía hundida en algo mullido. Sabía que el peligro no estaba cerca pero no podía dejar de sentirlo. Jadeo, una y otra vez. Sus párpados dieron un fuerte apretón antes de ahogar un grito contra la almohada y despertar.

Agitada y fuera de si, Arween Crane observó alrededor como si no supiera que pasaba.

Lo primero que recayó en si fue el sonido irritante del despertador emanando el repetitivo pi. La de cabello oscuro despegó el rostro como pudo de sus sábanas crema y estiró el brazo para detener el ruido. Se apoyo en sus codos sobre la cama y busco recuperar la respiración, apreto los ojos varias veces para evitar que le lagrimearan por la luz que entraba entre aquellas cortinas transparentosas que su madre había previsto poner en su habitación contra sus propias quejas y se sento sobre sus talones cuando tuvo la posibilidad. El sudor le recorrió desde el cuello hasta la mitad de la espalda y supo enseguida que necesitaba darse un baño, más en un día como ese.

Mientras apoyaba los pies en el suelo de su extensa e innecesariamente lujosa habitación, empezó a pensar las largas semanas que le esperaban por delante. Siendo casi graduada de la academia del Capitolio, le habían elegido como mentora para los tributos de los Distritos en Los Juegos del Hambre, mismo puesto al que había aspirado su hermana dos años atrás y mismo puesto que le llevo a terminar degollada en el suelo sucio de un zoológico por la mano de su propia tributo.

Mientras se incorporaba y caminaba hacia el baño de azulejos blancos y detalles oro, pensó en que clase de tributo le depararía el destino para ella: ¿un grande? ¿un pequeño? ¿alguien ligeramente hábil o un quejoso loco de remate?

Quizás algún rebelde que le corte la garganta también.

Mordió su labio y se metió con rapidez en la bañera dejando que el agua caliente quisiera llevarse todos los malos sentimientos, pero la cruel verdad es que desde la muerte de su hermana ninguno de los Crane tenía paz, ni buenos pensamientos. Luego de la muerte televisada de Arachne Crane en la previa de los 10° Juegos de Hambre, la casa se sumió en un silencio doloroso durante un mes, y un día, jueves de ser exacta, su padre volvió al trabajo y su madre a la rutina como si nada hubiera sucedido, dando por zanjado aquel duelo que ella aún no había terminado de hacer.

Arachne no era la mejor hermana: solía ser quisquillosa, caprichosa y hablar demasiado alto incluso cuando no era necesario. Arween también podría decir que algunos traumas o inseguridades se los debía a su hermana mayor desde que eran niñas, pero pese a todo, era familia. A uno no siempre le agrada su familia, es verdad, pero no dejaban de compartir sangre. Y siendo completamente honesta, que Arachne estuviera viva le daba un don a la menor de las Crane: anonimato. Cuando su hermana estaba presente, ella pasaba tan desapercibida que cualquier riña o conflicto jamás iba dirigido hacía ella, cuando obtenía alguna mala en la academia, su padre simplemente le daba una mirada sería y volvía a prestar atención a la joya de su familia; su hija mayor.

Pero Arachne ya no estaba.

Y su familia se estaba esforzado en silencio por convertir un pedazo de carbón en algo que asemejara una joya que pareciera al menos valiosa frente a ojos tontos. Necesitaban a alguien digno de heredar el negocio de los viajes y los millones que solo habían flaqueado un poco durante tiempos de guerra.

Cuando terminó de tallarse bien el cuello, la piel le olía a rosa mosqueta y su cabello ya no parecía un nido de cuervos, Arween se levantó de la bañera para enredarse en una bata y comenzar a cambiarse; se metió a si misma dentro de un falda tubo color negra y se puso una remera blanca para luego cubrirla con una chaqueta de vestir negra que hacía juego con la parte inferior de su conjunto. Escucho desde el baño como la puerta de su habitación sonaba y mientras salía de allí, vio a Madre Fernny ingresar a su recámara. Aquella mujer de cabello peinado en una coleta alta, de ojos penetrantes pero dóciles y actitud reservada era quien le había criado.

Arween quiso reír al pensar como su madre le daría vuelta la cara de un golpe si supiera que consideraba más a una avox madre que a su propia progenitora. Pero esa era la verdad, y la de cabello oscuro no le gustaba mentirse a si misma. No regularmente al menos. —¿Traes recados de la dictadura? — pregunto intentando sonreír pero le salió nada más que una mueca. Noto como la mujer le lanzó una mirada y se acercó para hacerla sentar frente al tocador. —No te pongas aburrida, estamos solas de todas formas — murmuro sabiendo que no escucharía palabra alguna en respuesta. Los avox eran 'invenciones' recientes de parte de la Dra. Gaul, en las cuales, se les cortaba la lengua a cualquier traidor o rebelde que aún fuera de utilidad.

Fernny tendría que trabajar para ellos al menos quince años más para pagar su libertad, o abonar una cuantiosa suma que claramente no tenía. Arween había pensando varias veces en comprar la libertad de la amorosa mujer pero no lo había hecho por dos razones: el escándalo que supondría para sus padres que su única hija viva les robara dinero para liberar a una sirviente, y además, quedarse completamente sola en aquella mansión. Ambas razones era en extremo egoísta, lo sabía, pero no iba a forzarse a ser una persona que no era.

El Capitolio era un lugar individualista y de clases muy marcadas, no podía oponerse a eso. O quizás simplemente no le convenía. Arween era consciente de sus comodidades y de como uno se arriesgaba a perderlo todo por querer actuar a ser héroe. Una cosa era llorar por un duelo en un cama con sábanas de seda y otra era hacerlo trabajando en una mina doce horas o remendando ropa vieja de personas espantosas.

La más joven volvió en si cuando Fernny comenzó a amarrarle el cabello en un peinado que dejaba la mitad suelto. Era sobrio y sencillo, pero le sacaba cualquier molestia de la cara. Arween mordió el interior de su boca y cuando la mujer se alejo para buscar algo de perfume, se encargó de alcanzar su lazo negro del escritorio para comenzar a colocarlo sobre su peinado: lo acomodo, lo ato y se miro en el espejo. Desde que su hermana había muerto que siempre de aseguraba de llevar algo negro sobre si misma, en especial en su cabello. Inconscientemente comenzó a tararear en su garganta una canción que su madre solía cantar en tiempos de guerra; no tenía muchos recuerdos más que una melodía tediosa y un sabor amargo en la boca. Era muy pequeña en aquellos momentos como para recordar siquiera la letra de cada estrofa.

Luego de que Fernny le pusiera perfume, Arween se levantó del asiento y se giró hacía ella. —¿Estoy bien?

Fernny sonrió sin mostrar los dientes. Asintió con solemnidad. Hizo una seña que Arween reconoció como radiante. —Espero que los demás también crean eso— mintió. En realidad solo esperaba que la cosecha, los juegos, la gloria y la pena pasarán rápido para volver a casa. Noto que la mujer extendió una nota en su dirección. El sello de su padre fue visible con claridad —Entiendo que trabaje pero tendría que haberse tomado la molestia de decírmelo en persona al menos... — se quejo aún sabiendo que ni su padre ni su madre pasaban mucho tiempo en casa, no más de estrictamente necesario. Su padre se iba a viajes de negocios cada vez que podía y su madre, bueno, ella solo paseaba por el Capitolio.

Guardo la nota en el bolsillo de su pantalón sin siquiera darle una mirada, ya podía imaginar que le iban a decir por medio de tinta: sé buena, sé inteligente, vuelve como la mentora que haya vencido y trae honor al apellido de tu hermana. Crane de los tobillos al cerebro. Jamás un té quiero o esperamos que no lo pases genuinamente mal.

Arween suspiró y miró a Fernny. —Te veo  a la vuelta. — dijo antes de comenzar a caminar escaleras abajo dejando un aroma a vainilla y rosa detrás de si. El auto la esperaba en la puerta, y su destino próximo en la academia a manzanas de distancia.








The Crow's Lullabies | BOSSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora